El gobierno del Zulia, bajo la égida del inefable Omar Prieto, al que se vio hace poco en gira de medios nacionales mintiéndole al país diciendo que el problema eléctrico en su estado ya se había solucionado, inició una nueva cruzada, esta vez en contra de los ganaderos, a los que exigió la entrega de 30% de la carne que llegue a los mataderos.
En una región depauperada al extremo, la medida busca asfixiar aún más a los pocos que se mantienen en el campo e intentan sobrevivir de cualquier manera antes de unirse a los casi 3.000.000 de emigrantes venezolanos, según cifras de las Naciones Unidas, que ya han salido del país porque la situación se les hace insoportable.
El secretario de gobierno, Lisandro Cabello, anunció días atrás que los 14 mataderos de la entidad serían intervenidos para garantizar la distribución de la carne, siguiendo la línea trazada por el presidente Nicolás Maduro, lo que prendió las alarmas en la población ante lo que prevén será una profundización del desabastecimiento y el incremento de los precios, ya de por sí inalcanzables para el maltratado bolsillo del venezolano.
Las medidas son efectistas y quizás lo único que logren es que algún funcionario se monte en un lucrativo negocio que se sustenta en la expropiación del duro trabajo de otros. Seguro le permitirá también a los gobernantes comerse un buen bistec encebollado y garantizar la punta trasera para la parrilla del fin de semana.
Ya sabemos que a este gobierno cínico no le preocupa la gente ni buscarle una solución a sus problemas sino mantenerse en el poder y demostrarle a los que se oponen cuán fuerte es. Así lo han destruido todo, la conciencia, los valores, la esperanza, han hecho que el pueblo se concentre en sobrevivir y que dependa al extremo de lo que se les ofrece, aunque sean migajas: una bolsa CLAP, un pernil, un bono o un aumento de sueldo.
En el Zulia no se come carne, pero tampoco en Mérida, Lara, Miranda o Distrito Capital, y con medidas como esta, que no estimulan la producción, difícilmente cambiará el panorama.
Cabría preguntarse, como ya lo hizo en su momento Arthur Koestler, en su libro El cero y el infinito: «¿Realmente creen que el pueblo está detrás de ustedes? Los soporta, callado y resignado. Las masas se han vuelto sordas y mudas. Se han convertido en la gran incógnita silenciosa de la historia, tan indiferente a los sucesos como lo es el mar a los barcos que surcan su superficie. Cada luz que pasa se refleja en sus ondas, pero debajo hay oscuridad y silencio».
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