La gastronomía permite conocer, reconocer y aceptar la cultura, diversidad e identidad que caracterizan a Colombia y Venezuela. Las manifestaciones culinarias son un puente que cruza fronteras y prevalece en el tiempo para demostrar que existen más semejanzas que diferencias entre ambos países.
Colombia y Venezuela: historia, alimentación y saberes compartidos es el resultado de una extensa investigación realizada para profundizar en la gastronomía binacional. Unidos por costumbres similares, ambos países vecinos comparten similitudes históricas, geográficas y culturales que los acercan, así como también hay diferencias que los caracterizan.
Publicado por Fundación Bigott, editado en conjunto con la Fundación BAT de Colombia, la investigación estuvo a cargo de la venezolana Ocarina Castillo D´Imperio, antropóloga, magíster en Historia Contemporánea de Venezuela, y de la colombiana Esther Sánchez Botero, antropóloga y doctora de Derecho, investigadora de alimentación y cocina.
La publicación muestra un recorrido que une al pasado con el presente desde una perspectiva histórica, pero también antropológica y cultural. La intención es clara: acompañar al lector a conectarse con el territorio que habita a través de lo que come cotidianamente.
Pero también se trata de exponer de dónde proviene la forma de preparar los alimentos, los utensilios que se emplean y los hábitos para compartir la comida en la mesa. El objetivo es mostrar la manera en la que los dos países han consolidado sus hábitos alimenticios, sus recetas y otros elementos de la gastronomía como manifestación de su cultura.
Investigación multidisciplinaria
La idea de explorar y profundizar en la gastronomía de Colombia y Venezuela para luego publicar un libro con los resultados de la investigación fue una iniciativa del profesor, historiador y abogado venezolano José Rafael Lovera.
Sin embargo, por problemas de salud, tuvo que abandonar el proyecto y dejar a Ocarina Castillo D´Imperio encargada de la investigación por el lado venezolano. Se acordó que Ésther Sánchez Botero se encargaría de Colombia.
Las antropólogas tuvieron que asumir el reto conversando de manera online y, por dos largos años de trabajo, se enfocaron en realizar la investigación desde múltiples perspectivas.
Su esquema en común fue abordar la transformación de las despensas a través del tiempo y los procesos sociohistóricos que se dieron en los dos países. Para ello incluyeron el aporte de los saberes compartidos tanto culinarios como los de la ciencia y tecnología.
«Ambas partimos de una misma premisa: la alimentación es un tema transversal, interdisciplinario, es un punto de encuentro de disciplinas y saberes variados. Así que tuvimos que enlazar, articular, desentrañar y desarticular distintas disciplinas, saberes y fuentes», explica Castillo D´Imperio.
Para el libro Colombia y Venezuela: historia, alimentación y saberes compartidos se consultaron fuentes históricas, arqueológicas, modernas, antiguas, recientes, crónicas, tratados de historia y geografía.
«Incluimos, por ejemplo, investigaciones sobre el ADN de los alimentos que se han hecho para precisar centros de origen y dispersión de los alimentos. También hay fuentes hemerográficas, testimoniales, diarios, relatos de viajeros del periodo histórico. Allí hay todas las fuentes posibles, incluyendo canciones y poemas», afirma Castillo D´Imperio.
La mesa que nos une
Luego de investigar, analizar, revisar y articular todas las fuentes, comenzó un arduo proceso de redacción que tomó aproximadamente diez meses. Pero, finalmente, luego de tanto trabajo se publicó Colombia y Venezuela: historia, alimentación y saberes compartidos. Ambas autoras concuerdan en que no fue fácil lograrlo, pero los resultados son satisfactorios y un aporte valioso para los estudios gastronómicos y antropológicos.
Luego de realizar esta investigación Sánchez Botero considera que las semejanzas entre Colombia y Venezuela son muchas aunque existan pequeñas variaciones en las manifestaciones gastronómicas. «Hay alimentos prehispánicos domesticados y técnicas de transformación y utensilios que son similares», destaca.
También hay ingredientes en común que se utilizan en los platos de ambos países como la yuca, el maíz, las frutas o el casabe. «En Colombia y Venezuela hay nombres distintos para preparaciones que son iguales o que utilizan los mismos ingredientes», señala.
Las variaciones también se pueden dar en el cómo se consumen los alimentos: es el caso de la arepa. Sánchez Botero explicó que esa es la diferencia de este plato en común. «En Venezuela, la arepa se usa para rellenarla con distintos ingredientes. En Colombia, la arepa es un complemento», señala.
Colombia y Venezuela tienen tanto semejanzas como disparidades. «Lo que nos acerca y nos aleja está presente en todo lugar. Tenemos que partir de la existencia de amplias zonas comunes: las fronteras», explica Castillo D´Imperio.
La frontera Guajira Venezolana, el departamento norte de Santander o la zona del Amazonia inciden en que la gastronomía de los dos países se vea influenciada por la geografía. «Tenemos en común una fachada litoral, en nuestro caso limita con el océano Atlántico. En el caso de Colombia tiene una costa hacia el Pacífico», señala.
Y añade: «Esta frontera abierta hacia la costa nos pone en situación de nuestra caribeñidad colombo-venezolana. Es decir, tenemos especificaciones interesantes respecto a nuestros vecinos del Caribe, compartimos muchas cosas pero también tenemos particularidades y presencia de la personalidad propia».
Llevar a Venezuela a la mesa
Uno de los grandes propósitos del libro Colombia y Venezuela: historia, alimentación y saberes compartidos es demostrar que la comida es un puente entre los países.
«La gastronomía es un lenguaje intrínsecamente cultural. Cuando servimos un plato como el pisillo llanero no estamos solo sirviendo arroz con frijoles y una carne. Estamos sirviendo patrones socioculturales de los llanos. Cuando servimos un plato, estamos sirviendo un plato de país, historia y geografía y cultural que nos representa», afirma Castillo D’Imperio.
Por ello, ambas expertas concuerdan en que la migración de venezolanos a Colombia dejará resultados interesantes en la gastronomía.
«Se van a expandir nuestros sabores, métodos de preparación, ingredientes. Vamos a mostrar cómo somos porque somos lo que comemos. Somos alegres, somos contrastantes de sabores dulces y salados, somos de texturas variadas y todo eso se muestra en cómo comemos. Va a ver nuevos sabores, fusiones y vamos a incluir sabores de Colombia también. Es decir: la migración es un espacio para la interculturalidad y esta vez no será la excepción», reflexiona Castillo D’Imperio.
Sánchez Botero resalta que la migración ha implicado llevarse parte de Venezuela a Colombia. «Los migrantes venezolanos buscan ‘rebotar el golpe’ de estar fuera de su país y se afianzan en la solidaridad de los colombianos. Traer la patria implica vender hallacas, hacer arepas, revivir sabores», explica.
Lo importante, destacan, es entender que Colombia y Venezuela son países vecinos que necesitan de estos puentes para apoyarse, reconocerse, aceptarse y respetarse.
«Si algo nos demuestra la historia es que las fronteras son puntos y rayas, espacios para entendernos. Por eso la alimentación es un puente entre estas fronteras, un placer que se comparte y se dialoga para apoyarnos entre nosotros», concluye Castillo D’Imperio.
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