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Adalber Salas Hernández traduce poemas de “Una vida de pueblo”, de Louise Glück

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Por LOUISE GLÜCK

Crepúsculo

Trabaja todo el día en el molino del primo,

así que al llegar a casa, en la noche, siempre se sienta junto a la ventana,

observa ese momento del día, el crepúsculo.

Debería haber más tiempo así, para sentarse y soñar.

Es como dice su primo:

Vivir-vivir te impide sentarte.

 

En la ventana, no el mundo, sino un paisaje enmarcado

que representa el mundo. Las estaciones cambian,

cada una visible apenas unas horas al día.

Cosas verdes seguidas por cosas doradas seguidas por blancura,

abstracciones de las que provienen placeres intensos,

como higos en la mesa.

 

Al atardecer, el sol cae entre dos álamos, en una bruma de fuego rojo.

Cae tarde en el verano, a veces cuesta mantenerse despierto.

 

Entonces todo se desmorona.

Por un rato más, el mundo

es algo que ver, luego sólo algo que escuchar,

grillos, cigarras.

O algo que oler, a veces, aroma de limoneros, de naranjos.

Entonces el sueño también roba esto.

 

Pero es fácil renunciar a las cosas así, experimentalmente,

por una cuestión de horas.


Puesta de sol

En el mismo instante en que se pone el sol,

un granjero quema hojas secas.

 

No es nada, este fuego.

Es cosa pequeña, controlada,

como una familia gobernada por un dictador.

 

Aun así, cuando arde, el granjero desaparece:

es invisible desde el camino.

 

Comparados con el sol, aquí todos los fuegos

son breves, cosa de aficionados;

se acaban cuando se consumen las hojas.

Entonces reaparece el granjero, rastrillando cenizas.

 

Pero la muerte es real.

Como si el sol hubiera terminado lo que vino a hacer,

hubiera hecho crecer el campo y entonces

hubiera inspirado la quema de la tierra.

 

Así que ahora puede ponerse.


Lombriz

Mortal que te paras sobre la tierra, negándote

a entrar en la tierra: te dices

que eres capaz de mirar profundamente

en los conflictos que te conforman pero, ante la muerte,

no cavarás hondamente, si sientes

que la lástima te envuelve, no

te engañas: no toda lástima

desciende de lo más alto a lo más bajo, alguna

se alza de la tierra misma, persistente

aunque despojada de coerción. Nosotras podemos ser partidas en

dos

pero tú estás mutilado en tu núcleo, tu mente

escindida de tus sentimientos;

la represión no embauca

a organismos como nosotros:

una vez que entres en la tierra, no temerás a la tierra;

una vez que habites tu terror,

la muerte terminará pareciendo una red de canales o túneles como

los de una esponja o un panal que, siendo una de nosotras,

podrás explorar libremente. Quizás

encontrarás en estos viajes

una integridad que te rehuyó; como hombres y mujeres,

ustedes nunca fueron libres

para registrar en su cuerpo cualquier cosa que dejara

una marca en su espíritu.


Agotamiento

Duerme todo el invierno.

Luego se levanta, se afeita,

toma un largo rato volverse de nuevo un hombre,

su rostro en el espejo se eriza de pelo oscuro.

 

Ahora la tierra es como una mujer, esperándolo.

Una gran esperanza, eso es lo que los une,

a esa mujer y a él.

 

Ahora debe trabajar todo el día para probar que merece lo que tiene.

Mediodía: está cansado, sediento.

Pero, si renuncia ahora, no obtendrá nada.

 

El sudor que cubre su espalda y sus brazos

es como su vida, derramándose fuera de él,

sin nada para reemplazarla.

 

Trabaja como un animal, entonces,

como una máquina, sin sentimientos.

Pero el lazo nunca se romperá,

aunque la tierra le da batalla, salvaje en el calor del verano.

 

Se agacha, dejando que el polvo pase entre sus dedos.


Murciélagos

Hay dos tipos de visión:

el mirar las cosas, que pertenece

a la ciencia de la óptica, versus

el mirar más allá de las cosas, que

resulta de la carencia. Hombre que te burlas de la oscuridad,

rechazando mundos que no conoces: aunque la oscuridad

está repleta de obstáculos, es posible tener

una conciencia intensa cuando el campo es estrecho

y pocas las señales. La noche ha criado en nosotros

un pensamiento más concentrado que el tuyo, si bien rudimentario:

hombre ego, hombre prisionero del ojo,

hay un camino que no puedes ver, más allá del alcance del ojo,

lo que los filósofos han llamado

la vía negativa: para abrirle un espacio a la luz,

el místico cierra sus ojos, la iluminación

que busca destruye

a las criaturas que dependen de las cosas.


Quemando hojas

Las hojas secas se prenden rápido.

Y arden rápido; de inmediato

pasan de algo a nada.

 

Mediodía. El cielo es frío, azul;

bajo el fuego hay tierra gris.

 

Cuán rápido se va todo, cuán rápido se despeja el humo.

Y donde había una pila de hojas,

un vacío que parece vasto de pronto.

 

Al otro lado del camino, un chico observa.

Se queda un largo rato, viendo arder las hojas.

Quizás así sabrás cuando la tierra esté muerta:

se encenderá.


Una vida de pueblo

La muerte y la incertidumbre que me esperan

como esperan a todos los hombres, las sombras que me evalúan

porque puede tomar algo de tiempo el destruir a un ser humano.

deben conservar

el elemento del suspenso.

 

Los domingos paseo al perro de mi vecina

para que ella pueda ir a la iglesia y orar por su madre enferma.

 

El perro me espera en el umbral. Verano e invierno

andamos por el mismo camino, temprano por la mañana, en la base de la

escarpadura.

A veces el perro se me escapa, por un momento o dos,

no lo puedo ver tras algunos árboles. Él se enorgullece mucho de esto,

este truco que saca ocasionalmente, y se rinde de nuevo

como un favor para mí.

 

Después, regreso a casa para reunir leña.

 

Conservo en mi mente imágenes de cada paseo:

la menta que crece junto al camino;

a inicios de la primavera, el perro persiguiendo pequeños ratones grises,

 

así que por un rato parece posible

no pensar en el control del cuerpo que se debilita, la proporción

del cuerpo que se mueve hacia el vacío,

 

y las plegarias que se vuelven plegarias para los muertos.

Mediodía, las campanas de la iglesia terminaron. Luz en exceso:

quietas, sábanas de niebla en la pradera, así que no puedes ver

la montaña a lo lejos, cubierta por la nieve y el hielo.

 

Cuando aparece de nuevo, mi vecina piensa

que sus plegarias fueron respondidas. Tanta luz, que no puede controlar su alegría,

ha de brotar en forma de lenguaje. Hola, grita, como si

ésa fuera su mejor traducción.

 

Cree en la Virgen como yo creo en la montaña,

aunque en uno de los casos la niebla nunca se disipa.

Pero cada quien conserva su esperanza en un lugar distinto.

 

Preparo mi sopa, sirvo mi copa de vino.

Estoy tensa, como un niño que se acerca a la adolescencia.

Pronto se decidirá definitivamente lo que eres,

una cosa, chico o chica. Ya no ambos.

Y el niño piensa: quiero tener voto en lo que pase.

Pero el niño no tiene voto alguno.

 

Cuando era niña, no pude prever esto.

 

Más tarde, el sol se pone, las sombras se reúnen,

susurran bajo los arbustos como animales que acaban de

despertar para la noche.

Adentro, sólo está la luz del hogar. Se desvanece lentamente,

parpadeando sobre los estantes de instrumentos.

A veces escucho la música que proviene de ellos,

 

incluso encerrados en sus estuches.

Cuando yo era un pájaro, creía que sería un hombre.

Ésa es la flauta. Y el como responde,

cuando yo era un hombre, lloraba por ser un pájaro.

Entonces la música se desvanece. Y el secreto que me confía

también se desvanece.

 

En las ventanas, la luna cuelga sobre la tierra,

insignificante, pero repleta de mensajes.

Está muerta, siempre ha estado muerta,

pero finge ser algo más,

ardiendo como una estrella, y convincentemente, para que

sientas a veces

que en verdad podría hacer crecer algo en la tierra.

 

Si hay una imagen del alma, creo que es ésa.

 

Me muevo en la oscuridad como si me fuera natural,

como si yo ya fuera un factor en ella.

Tranquilo y quieto, amanece el día.

En los días de mercado, voy al mercado con mis lechugas.

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