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Por RAFAEL CADENAS

Esta antología ha debido de hacerse hace tiempo dada la importancia silenciosa de la poesía de Jesús Alberto León, a lo cual se suma la dificultad de encontrar algunos de sus libros. Pero nunca es tarde para la poesía: ella es atemporal. Ahora se corrige, aunque ya no es en papel esta suerte de omisión, y me place que yo haya sido factor inicial juntamente con varios amigos en esta publicación.

En adelante, el lector tendrá ante sus ojos un conjunto de poemas seleccionados por el autor, que han de ser un deleite. En lo tocante a su forma esta se singulariza en nuestro medio literario por el uso del verso blanco, la métrica de largo linaje pero remozada, y de su legado, sobre todo el endecasílabo tan misteriosamente natural para el oído en nuestro idioma, el robusto alejandrino, el familiar octosílabo, todos ellos combinados con el verso libre que suele irrumpir como en son de ruptura, que por contraste acrece la música verbal del poema. Dentro de la abundancia de su lenguaje está la de una adjetivación enriquecedora, sin la cual flaquearían los significados.

También ha escrito, por supuesto, ya es necesario decirlo, bastantes poemas en verso libre. Tales son las notas que configuran el marco donde mora esta poesía tan abarcante en sus motivos que solo puedo señalar algunos, todos muy actuales. Entre ellos se destaca el realce de la vida cotidiana, tenida por corriente, cuando en verdad nada lo es; todo está envuelto en un enigma que sobrepasa al pensamiento, y el poeta mediante las palabras revela el brillo de los objetos, que si bien lo contienen no lo muestran, salvo si se ven como si fuera por primera vez, paso que la memoria hace difícil. También aparece y reaparece el valor irrepetible del instante, tema fundamental en pensadores procedentes de la física que se han volcado hacia la corriente de la unidad de todo. De igual modo, Jesús Alberto León ha lidiado poéticamente con la cuestión central en el ser humano de la que surgen interrogantes que siguen sin resolverse: me refiero al yo.

Otra visitante en esta poesía es la idea del vacío, lindante con lo ontológico, en lo que hoy no puedo adentrarme. Lo dicho sugiere que la filosofía impregna la escritura de este poeta. En él se conciertan pensamiento y poesía.

Finalmente, solo me resta invitar a este baile.

Poemas de Jesús Alberto León

Dios insaciable

Cuando se lo ofrecieron a mis hijos,

les objeté que nos quitaría el aire.

Pero luego cedí: mi propia infancia,

los perros que cruzaban la memoria,

irrumpían en ladridos de nostalgia.

 

Al llegar orinó frente a la sala

y se fue a la terraza, su dominio.

Con inocencia artera comenzó

la destrucción, y aún no ha terminado:

las patas y los forros de los muebles,

las ropas esculpidas por la brisa,

todo cuanto el descuido o la confianza

brindan a su inquietud nunca saciada.

Y prosigue royendo el hueso múltiple

de las ofrendas que pone la inconsciencia

a su alcance, sin perdonar nada,

en su reino de dios inexorable.


Desmembración del tiempo             

Las hormigas, pequeños comerciantes

extenúan su laboriosidad:

desmenuzan el tiempo, transportando

los pedazos a quién sabe dónde.

Y al cortar ese flujo abalanzado,

desquician el presente, descalabran la danza

de los astros e instauran fatalmente

ese estremecimiento en que cada minuto

desconoce cómo avanza el otro,

y sólo logra oír la propia música

interior, macerada.

 

Puede uno intentar reconstituir

la unidad de porvenir y origen,

siguiendo a cada hormiga con cuidado,

escrutando sus huellas diminutas,

para identificar el derrotero irónico

(trazado con paciencia laberíntica)

del instante anterior y del siguiente

(pues un grano de tiempo es delicado).

Quizás al fondo del hormiguero aquel

que descubrieron mis hijos hace poco,

irán llegando trozos de ese rompecabezas

que nunca acaba y nos engaña siempre.


Inadvertida

Esa silla indistinta

se ha detenido ahí,

se ha sentado en sí misma,

meditando.

Nadie la nota

y esa es su ventaja:

todos la creen un mero receptáculo.

Pero miren sus patas delgadísimas,

alargadas y prestas,

sin dobleces,

y advertirán su espíritu de araña,

la tensión de su espera,

su veneno.

Interrupciones


Como soy hijo único, requiero fuertes dosis

de total soledad.  Contraje la adicción

desde la propia infancia.  Hay ciertos días

en que un ríspido encierro se apodera de mí.

De las interrupciones más frecuentes, hay dos

infames, que detesto con pasión combustible:

La conserje avisando que va a cortar el agua

y esa vecina que al cabo de su lista

de pedidos aún quiere, por ejemplo,

sacacorchos y fuerza para abrir un vinito.

Así la tolerancia y su amiga paciencia

(la Urbanidad, ah sí, vicio admirable)

tienen límites rojos muy cercanos al crimen.


El ojo de sí mismo

Hay en el centro mismo de cada quien un ojo

crispado, suspendido, que lo ve transcurrir

con el reproche obtuso del agua ensimismada

al mirar desde el pozo el paso de la lluvia.

 

Ese ojo desconoce la calma del fulgor

desprevenido, pues se mantiene en vilo,

rígido, empecinado, sin comprender la móvil

temeridad del tiempo, que avanza al arriesgarse.

 

Hay que apartarse pronto del centro detenido

del que se alejan ambas agujas del reloj;

romper la disciplina atascada del pozo,

burlar la vigilancia fanática…

y zafarse.

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