En un artículo que publiqué en este diario el 21 de agosto del corriente, y en el que hice un conjunto de propuestas a propósito de la convocatoria realizada por el presidente Guaidó con el objeto de recoger ideas traducibles en unas nuevas estrategia y acciones de lucha, señalé que para el logro de la conformación de una gran fuerza internacional de paz que se constituya en ese otro músculo requerido para que, a su vez, podamos los venezolanos ponerle fin a los largos días de horror y muerte de una opresiva y cruenta era, la era chavista, es necesario que:
«… predomine el pragmatismo y se abandonen actitudes como las que, por ejemplo, han convertido a algunos en algo así como miembros honorarios de los equipos de campaña de Biden o Trump, por cuanto todos los venezolanos, los que permanecemos en Venezuela y los que salieron de ella en pos de mejores destinos —indistintamente de si pretenden o no regresar a su patria luego de que haya sido esta liberada—, debemos sumar a nuestra causa a todos los actores democráticos externos, no alejarlos con tomas de partido con las que se pretenda ser más papista que el papa».
Esto, como es público, notorio, comunicacional y escandalosamente inconveniente, cayó en uno de los miles de sacos rotos por los que en las dos últimas décadas, e incluso desde mucho antes, han pasado un sinfín de recomendaciones, derivadas sobre todo del sentido común más básico, más elemental, que tantos hemos hecho con el deseo de contribuir a la consecución del bienestar de una sociedad de la que también formamos parte.
Cuesta entenderlo, máxime porque a veces da la impresión de que los terribles golpes recibidos y las tremebundas y continuas dificultades que hemos tenido que afrontar en estos años la casi totalidad de los venezolanos no les han dejado a muchos el aprendizaje, la resiliencia y la claridad sin los que no será posible que la nación se sacuda el yugo, se reconstruya y se desarrolle hasta ser la mejor versión de sí misma; y cuesta entenderlo además por el hecho de que actitudes como las que han llevado a ignorar de olímpico modo tanto esas recomendaciones como el grueso de las buenas ideas que sí han surgido en medio de semejante oscuridad son iguales, o peores, a las que, en primer lugar, les permitieron a los hoy opresores hincar sus afilados dientes en la yugular de esta sociedad.
Ahora mismo, verbigracia, puede contemplarse con pasmo y tristeza como una furibunda caterva de conciudadanos, cual manada de hambrientas hienas, ha convertido en blanco de su maledicencia e irreflexivo proceder a Juan Guaidó y a Leopoldo López por hacer, en cuanto presidente reconocido por el mundo democrático, el primero, y uno de los más importantes líderes opositores en el exilio —si no el de mayor peso—, el segundo, lo que le habría tocado hacer a cualquiera con cuatro dedos de frente de estar en el lugar del uno o del otro, esto es, reconocer y felicitar al que ya es el nuevo presidente del país que debemos tratar de mantener e incluso comprometer aún más como uno de nuestros principales aliados en la ardua lucha por la libertad y la democracia que anhelamos recuperar.
Ellos no solo han actuado en esta ocasión con el pragmatismo y el tino esperados, sino que también han sabido asumir una posición de respeto al sentir de una mayoría dentro de un pueblo, el estadounidense, que se encuentra fracturado tras cuatro años de dichos y hechos que en nada lo beneficiaron y que, por el contrario, le arrebataron una frágil tranquilidad; algo que todos los venezolanos ya deberíamos comprender mejor que los demás habitantes del planeta luego de estos 22 años de desasosiego.
Es mezquino, de hecho, el que algunos pretendan que nuestros problemas se resuelvan a costa de la la tranquilidad y la posibilidad de convivencia de otro pueblo, sin mencionar el hecho de que con tal actitud no solo se corre el riesgo de que todos los venezolanos, los pecadores y los justos, nos concitemos la animadversión de los estadounidenses, sino que además se podría perder aquel apoyo de los otros pueblos democráticos que tan difícil resultó conseguir; todo por la incoherencia de unos pocos que, aparte de mezquindad, evidencia hipocresía y un escaso entendimiento de lo que significa la democracia.
Hago votos para que lo escrito aquí, lejos de caer en saco roto, conduzca a la reflexión.
@MiguelCardozoM
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