Después de un prolongado estado de crispación sin precedente en una contienda electoral de Estados Unidos y tras cuatro agónicos días de conteo de votos, la humanidad sintió un alivio cuando las cifras evidenciaron el irreversible triunfo electoral de Joe Biden sobre Donald Trump, o dicho de otro modo, de la civilización sobre la barbarie. Por suerte, a pesar de las circunstancias que llevaron a una especie de estado de sitio en varias ciudades, donde se desplegaron fuerzas policiales temiendo actos de violencia o enfrentamientos entre la población, la sangre no llegó al río, aun cuando este continúe revuelto como consecuencia de los anuncios de fraude sostenidos por anticipado por parte del candidato-presidente, negado a aceptar una derrota.
La mayor parte de los jefes de Estado del mundo de diversas tendencias, incluyendo aliados incondicionales como el caso de Boris Johnson, Iván Duque o Benjamin Netanyahu. Los gobernantes de Europa y en especial su indiscutible decana Ángela Merkel, guardando las formas diplomáticas han manifestado su satisfacción por el resultado electoral que les permitirá seguir avanzando en temas trascendentes de interés común como por ejemplo el cambio climático, temas comerciales y de seguridad, bastante dañados por el derrotado. No puedo dejar de mencionar al expresidente George Bush.
Solo unos pocos se han abstenido de pronunciarse hasta ahora entre los cuales se encuentran Jair Bolsonaro y Vladimir Putin, muy afines en su estilo de gobernar a su colega Trump. Llama la atención la posición del enigmático López Obrador -extraña mezcla de discurso soberano con actuación sumisa- quien en una interpretación bastante traída por los cabellos y risible del principio de no intervención se ha resistido a hacerlo.
Creo importante resaltar que en estas elecciones no solo tomaron posición como es usual en Estados Unidos los intelectuales y artistas que preferentemente se han inclinado hacia los candidatos demócratas, sino que tanto dentro como fuera de ese país abrumadoramente los intelectuales reconocidos manifestaron su oposición a Trump. El temor a su continuidad en el poder logró algo inédito hasta el momento como el hecho de que las revistas científicas más prestigiosas del planeta por primera vez en sus muchos años de existencia fijaran posición sobre candidaturas presidenciales.
Publicaciones como Nature, Science, Lancet, British Medical Journal, hicieron pronunciamientos sobre la catastrófica gestión de Trump ante la pandemia y sobre su desprecio hacia la investigación científica. El New England Journal of Medicine, considerada la decana de las revistas médicas, que en sus más de 200 años de existencia se mantuvo al margen de la política publicó un editorial firmado por sus 34 editores, 33 de los cuales de Estados Unidos, en el que acusan a Trump de haber convertido la crisis del coronavirus en tragedia.
Pero las teorías conspirativas hicieron su trabajo y lograron convencer con afirmaciones sin sustento a parte importante del electorado norteamericano, con mucho énfasis en el voto latino, y a espectadores de distintas partes del mundo. Han ganando terreno al punto de que ya tienen una representante en el Congreso en la figura de la republicana Marjorie Taylor Greene, del movimiento QAnon, calificado en distintos medios como “salido de las cloacas de Internet” y al que el FBI ha declarado como amenaza terrorista.
El fiscal general de Estados Unidos, William Barr, de manera comedida se inclinó hacia la batalla de Trump para judicializar el escrutinio de las elecciones presidenciales al instruir a los fiscales federales de todo el país a investigar las acusaciones que sean “claramente creíbles” y que afecten al resultado, lo que llevó a la dimisión casi inmediata del responsable de la división de fraude electoral del Departamento de Justicia.
El quiebre institucional y siembra de desconfianza implícito en las amenazas de Trump, sin duda le ha restado la auctoritas indispensable a la magistratura del Estado y se revirtió contra él en la decisión de varias cadenas televisivas de cortar la transmisión de su último discurso, práctica utilizada más recientemente por su partidaria cadena Fox con el discurso de la portavoz de la Casa Blanca.
Como vemos, no es fácil la tarea de reconciliar a la sociedad norteamericana que tiene por delante Joe Biden, reconocido como una figura política experta y ponderada. Como espectadora, ciudadana de un país que ha sufrido las consecuencias de la falta de perspectiva en la batalla política que cedió el paso a líderes emergentes sin experiencia política y sin escrúpulos, no puedo menos que lamentar que en el Partido Republicano de Estados Unidos hayan surgido tendencias fascistoides, como el tea party y el trumpismo. Tampoco dejar de celebrar que algunos de sus líderes contribuyeron al retorno de la sensatez y la decencia cívica.
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