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El liberalismo y el corazón

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Al igual que en Don Quijote, hay un capitulo perdido o no escrito en la historia de Venezuela y  Latinoamérica referido a  la creencia de que existe un corto circuito entre la doctrina liberal y el corazón. Razones brotan de las piedras, según ellas, los liberales no creen en el ser humano, el pobre no vale nada,  el trabajador puede ser explotado, la tasa de ganancia es su religión, los macroeconomistas liberales solo ven números.

Los antiliberales portan en su ADN la idea de que el trabajador es el único que produce valor por tanto es necesario cumplir con algunos preceptos, el mercado, es el lugar donde el pez grande se devora al chico, debe sustituirse por la planificación centralizada en manos de funcionarios del Estado y premiar a cada quien según sus necesidades. La propiedad privada debe desplazarse por la colectiva. El Estado es la única maquinaria capaz de ejecutar los principios ideológicos. El Individuo responsable no existe. La igualdad material es un dios que se erige como un valor absoluto.

Enfrentar estas ideas cargadas de “buenas intenciones“ con otras, distintas, que privilegian la responsabilidad individual, la conexión entre esfuerzos y logros, la ética del trabajo, el derecho a la propiedad privada, el mercado libre, la educación, la generación incesante de más y mejores oportunidades para todos, la rentabilidad fruto de la productividad. Esta premisas hacen explotar los medidores de energía. Ocurre un gran desbalance en el corazón de las personas y de los pueblos. La inclinación más usual y perturbadora ha sido hacia los preceptos antiliberales, en una muestra tangible de amnesia con tergiversación. No importa que la historia muestre de forma implacable que la gente vive mejor y hay mayor armonía en las sociedades que asumen la doctrina liberal, como exhiben los países más prósperos del mundo. La prueba de ácido sería encontrar un solo país en el planeta Tierra donde la ideología contraria a la doctrina liberal –el socialismo– haya logrado la felicidad de las personas.

En cada una de estas delgadas regiones se ha librado una profunda e incesante batalla, los adictos al socialismo, atrincherados en el formidable bastión de un Estado totalitario, construido por decisión del liderazgo político, institución portadora de una hegemonía cultural, o Camino a la servidumbre, ante el cual el individuo solo debe prestar obediencia y respeto. En profunda divergencia con el contingente humano que valora la gran oportunidad de captar la infinita capacidad del ser cuando decide asumir riesgos y responsabilidades con el hoy y el mañana.

La corriente antiliberal ahonda una profunda distorsión en el pensamiento criollo, nutrida por la creencia de vivir en un país agraciado por Dios, Tierra de Gracia, plena de riquezas naturales. Si esto es así, las consignas liberales que atan los logros a la responsabilidad individual pierden sentido. Sí el país es rico, los ciudadanos solo tendrían que participar en el Festín de Babette, cuya aparente exigencia política es que todos participen en el reparto como iguales, sería su derecho, todos reciban su pedazo de la torta, sin importar el esfuerzo que apliquen en su cada día.

En nuestra historia reciente, la oposición de ideas y doctrinas entre responsabilidades y derechos se lanza al ruedo con dos contendores, uno ungido por una aureola de superioridad moral que le otorga el defender un precepto casi sagrado: la igualdad, dogma en apariencia irrefutable por su alusión humanista, disfraz de su real contenido, la igualdad de resultados, enmarcados en la dimensión material de la propiedad de las cosas, de allí la furia contra la propiedad privada. Destruir, tal como Erich Fromm denuncia: “Marx solo quería el mejoramiento económico de la clase trabajadora y quería abolir la propiedad privada para que el obrero pudiera tener lo que ahora tiene el capitalista”. La mala interpretación radica en el oscurecimiento del origen de la riqueza generada por el capitalismo, producto del emprendimiento individual, los que fabrican, construyen, diseñan, es decir, crean riqueza, que no es un bien natural, sino un producto de la acción humana.

Los liberales tienen, en este país, otrora petrolero, un reto gigante, colocar al individuo responsable en primer lugar y al Estado como la institución a su servicio y no al revés como ha sido nuestra tradición histórica y política. Un sujeto que responde a la definición del pensamiento liberal, cuyo núcleo está encarnado en el individuo responsable, tal como lo define Mises “El individuo que actúa, el hombre que siente deseos, que pretende conseguir objetivos específicos, que cavila en torno a cómo alcanzar precisos fines”

Esta reificación del Estado propietario de riquezas gesta otro gran escollo para la apertura a ideas liberales, la defensa irrestricta de derechos sin respaldo en responsabilidades. Si el país es rico y el Estado es rico. ¿Por qué no lo han de ser los ciudadanos? Premisas generadoras de una metástasis social, la desvalorización de la ética del trabajo frente a la ética rentista, la escasa significación de le educación, la adquisición de capacidades como legitima credencial hacia una vida más plena. Una mirada retrospectiva desnuda estas barreras como caballos de Troya vacíos, que alejan las ideas liberales de nuestro corazón. Nuestra tarea es derribarlos. Es lo que aspiramos en los nuevos tiempos.

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