En estas primeras horas del día miércoles 4 de noviembre no está todavía definido el resultado de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Pero una cosa sí está clara: el triunfo del candidato opositor Joe Biden, que muchos daban por descontado con base en las encuestas de opinión realizadas en los últimos meses, no es tan seguro o será muy apretado. De hecho, la supuesta diferencia porcentual a su favor se ha ido reduciendo a medida que se van conociendo los resultados de los votos escrutados. ¿Cuál es la explicación de ese fenómeno que contraviene los pronósticos?
La explicación está en un hecho simple y fácilmente comprensible. Trump, con su discurso polémico y provocador (al estilo de Chávez) ha provocado una reacción muy fuerte en su contra, especialmente entre los grupos radicalizados de negros y latinos que han protagonizado actos de violencia en diferentes estados de la Unión. Al ciudadano norteamericano común le disgusta sobremanera ese escenario de exaltación y alteración del orden público que identifican, con o sin razón, con el movimiento izquierdista internacional de índole marxista, el gran enemigo del sueño americano. Muchas de esas personas, al momento de ser consultados por las encuestadoras acerca de su intención de voto, temiendo ser víctimas de esos grupos violentos, eluden manifestar su inclinación por Trump y se declaran partidarios de Biden, alterando así el resultado de las encuestas. Algo muy humano y común entre personas pacíficas, normales, no beligerantes.
¿Por qué estas elecciones norteamericanas han despertado tanto interés en Venezuela, mucho más que en ocasiones pasadas? Esa pregunta tiene también una fácil explicación: la crispación y la desesperación que afligen a todos los venezolanos por la situación existente, agravada como consecuencia de las sanciones económicas impuestas al régimen de Nicolás Maduro auspiciadas por Estados Unidos. Todos conocemos el verdadero origen de las sanciones. Igualmente sabemos que ellas no son las causas de nuestros males, los cuales tienen su germen en el modelo económico-político-social que el chavismo se ha empeñado en imponernos tozudamente durante los veintidós años de su infortunada vigencia.
A lo largo de ese período el régimen chavista se fue alejando por razones ideológicas ajenas al pensamiento democrático-liberal de su contexto étnico, histórico, cultural, geográfico y económico del mundo occidental al que pertenecemos, para asociarnos inconsultamente a otras culturas que ancestralmente han sido enemigas del pensamiento, la religión y la cultura occidentales. Por eso Venezuela ha sido considerada infiel y peligrosa para Occidente en general y para Estados Unidos y Europa en particular. Esa posición del mundo occidental ante la oveja negra en que se ha convertido Venezuela en manos de los chavistas, es absolutamente inobjetable desde el punto de vista estratégico y político. No se pueden asumir posiciones tan trascendentes como esa sin esperar una respuesta categórica. No estamos ante un juego de niños en esta materia. La irresponsabilidad y la conducción a la brava de las relaciones internacionales por parte de Chávez y sus sucesores son las verdaderas culpables de nuestra situación en el mundo.
Recuerden al bocón de Chávez en septiembre de 2006 en el estrado de la 61 Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, insultando al presidente George W. Bush en su propio país, burlándose de él, persignándose, llamándolo diablo y diciendo que le olía a azufre porque en ese sitio el día anterior había hablado el magistrado norteamericano. Recuérdenlo también cuando expulsó al embajador de Estados Unidos, Patrick Duddy, el 11 de septiembre de 2008 en un acto público, con gritos destemplados, diciendo “váyanse al carajo yankees de mierda”, entre otras muchas injurias y ofensas dirigidas a la gran potencia del norte.
Luego de tantos disparates y bravuconadas de Chávez y de todas las arbitrariedades de su sucesor, que ha bloqueado por vías inconstitucionales el cambio político que la inmensa mayoría de la nación desea, irrespetando todos los tratados internacionales sobre democracia y derechos humanos, no podemos quejarnos de las sanciones impuestas al país, pese al dolor que nos producen. Nuestro odio y nuestro reclamo deben estar dirigidos hacia los verdaderos culpables de nuestros males.
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