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  1. Hoy habrá una conversación casi única en buena parte del planeta: quién ganó o quién ganará (si los resultados no estuvieron anoche) la Presidencia de Estados Unidos. De tal manera que las posibilidades de que este artículo se lea son bajas porque el radar nos orientará hacia otro tema: a ver resultados de esas elecciones y a ponderar el impacto que tendrá en nuestras vidas y nuestro país.
  2. He sostenido que en relación con Venezuela habrá un ajuste de políticas sea quien sea el presidente de Estados Unidos. La política actual ha demostrado insuficiencias y fallas; en la práctica hay un período de espera de los que la formulan hasta después de las elecciones de ayer; a partir de ahora habrá un reajuste inevitable porque las cosas no están marchando en la dirección requerida y en los tiempos previstos.
  3. Dentro de nuestro marco latinoamericano de referencia tendemos a pensar que el presidente de Estados Unidos cambia las políticas de un día para otro, de acuerdo con sus instintos, amores y odios. Lo cierto es que en todo país con instituciones sólidas, tradiciones asentadas, cultura republicana o al menos democrática, el presidente puede hacer muchas cosas, pero dentro de determinados límites institucionales. El Estado norteamericano es muy complejo, poderoso, y su sala de máquinas está llena de infinitas conexiones y válvulas, que producen marcos de referencia y que, muchas veces, diluyen o demoran impulsos de la Casa Blanca.
  4. Sin ninguna duda, el gobierno de Trump es el que ha colocado a Venezuela en su agenda de prioridades. Este hecho es innegable. La pregunta es si ese interés ha dependido de Trump exclusivamente o si abajo, en la sala de máquinas, el tema de Venezuela fue tomando un lugar preeminente, dada la trayectoria del bochinche criminal de Chávez y ahora Maduro. Mi visión es que hubo una concurrencia del interés del presidente y de lo que el aparato del Estado que dirige detectó como peligros para su seguridad nacional.
  5. Cuando Chávez se instaló en el poder la visión que predominaba en el gobierno de Estados Unidos, representada por el embajador John Maisto, era que no había que preocuparse demasiado por lo que Chávez decía sino por lo que hacía. De esta forma se le quitaba relevancia a su pugnacidad e incontinencia verbal, para centrarse en sus acciones que –según el criterio dominante dentro y fuera del país– no eran “tan malas”. Con el paso del tiempo la situación cambió, como es obvio. El autoritarismo originario se transformó en la corporación criminal que encabeza Maduro, especialmente desde 2013.
  6. En ese proceso, la comunidad de inteligencia de varios países, desde los vecinos hasta Estados Unidos, desde el Caribe hasta Europa, vieron desarrollarse lo que era ya un monstrito hace 15 años, hasta convertirse en la alianza criminal con guerrilleros, narcotraficantes, paramilitares, testaferros y terroristas, que ya se conoce. En esta dinámica, el Estado norteamericano, sus organismos de inteligencia civil y militar vieron el peligro no solo para los venezolanos sino para su propia seguridad nacional. El régimen de Maduro se convirtió en un problema “doméstico” para Colombia, Brasil, Estados Unidos, España, varios países del Caribe y otros.
  7. En ese proceso, Trump tomó las medidas conocidas (sanciones institucionales y personales, la operación antinarcóticos del Caribe, y otras), así como la justicia comenzó a actuar con acusaciones formales contra dirigentes del régimen. Este proceso no ha estado exento de contradicciones porque esa mano dura sobre la mesa no ha impedido la mano blanda por debajo, con intentos de diálogo con el régimen, bajo la ilusión de que se puede convencer a Maduro y a algunos de su círculo para que se vayan de buen grado; posición que, por cierto, muestra una incomprensión profunda de la naturaleza del ya crecidito monstruo que se pasea por Venezuela.
  8. Aunque una acción militar más contundente, al amparo del TIAR, no ha sido descartada, lo cierto es que no parece haber avanzado en lo que se conoce públicamente. De lo que no cabe duda es que para Trump y el Estado norteamericano, el régimen de Maduro se ha convertido en un problema de seguridad nacional. De acuerdo con Bolton en su libro, Trump quería ir más lejos pero sus asesores y funcionarios no le aconsejaron ese camino (lo cual habla de los límites institucionales reseñados más arriba).
  9. La pregunta es si una eventual presidencia de Joe Biden llevaría la política hacia Venezuela a la época de Obama. Mi visión es que no sería posible, lo cual no implica que sea similar a la de Trump. En el Estado norteamericano existe conciencia, análisis, información, medidas tomadas, que crean un irreversible punto de partida. Solo para citar ejemplos que no dependen solo de la administración: los juicios en contra de los jerarcas rojos; las ofertas de pagos millonarios por llevarlos a la justicia de Estados Unidos; los sujetos que ya se encuentran detenidos y en juicios. Todos estos son elementos a partir de los cuales se revisará la política y se construirá a partir de ella.
  10. El lugar de Venezuela en la agenda del presidente de Estados Unidos no lo definirán sus predilecciones, variables y muy dinámicas como corresponde a los jefes del mundo. Dependerá en mucho de lo que se procese en la sala de máquinas de ese Estado. Pero, sobre todo, y aunque usted no lo crea, de la capacidad de la oposición venezolana de unificarse mayoritariamente alrededor de unos objetivos compartidos; capaz de proponerle al presidente de Estados Unidos un curso de acción, una estrategia que sea realmente efectiva y pueda dar los resultados deseados. Será la oposición, si tiene objetivos y estrategia claros, la que pueda sumar a estos a Estados Unidos y otros países. Mientras sea Estados Unidos el que le diga a la oposición lo que cree que debe hacer, las cosas no funcionarán, ni con Trump ni con Biden. Es el momento para que la oposición venezolana comprometida con el cambio de régimen le hable a Washington con respeto, claridad e independencia.

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