En general se entiende por «camino culebrero» a uno erizado de dificultades, repleto de asechanzas, traicionero, muy riesgoso de recorrer. Desde esta perspectiva, nadie podría negar en su sano juicio que Venezuela está en un camino culebrero y lo que habría por delante, para superar la profunda y extensa tragedia que se padece, es todavía más peligroso. No podría ser de otra manera porque el país está, no en el suelo, sino en el subsuelo, si cabe la idea. Lo único que puede suscitar esperanza es que los mandoneros del poder se vayan, y eso es precisamente lo que no están dispuestos a hacer, a costa de lo que sea, incluso la instigación de una violencia mucho más avasallante y represiva en contra de la mayoría de los venezolanos que ansían un cambio efectivo.
En la acera de enfrente, políticamente hablando, hay muchas vocerías de contenidos y posiciones diversas. La ruta que pareció aclararse el año pasado, en medio de lo más similar a un consenso, se ha venido desdibujando, y ahora no se sabe cuántos ámbitos diferentes integran al espectro opositor. Y se presume, creo que con justificación, que algunos de estos «opositores» son más bien operadores disimulados de los intereses del poder, o de sus propios intereses, coaligados con aquellos. En este intríngulis prefiero no detenerme en unos trazos tan escuetos, pero no hay que tener la perspicacia de un «omni-analista-político» para saber de nombres, insignias, colores y experiencias.
El camino culebrero está en medio de una catástrofe humanitaria de tal magnitud, que la principal vía de escape, hasta ahora, son millones de emigrantes que ya no pueden sobrevivir en su patria. También el camino culebrero se encuentra asediado por «alcabalas de violencia», controladas por pranes, grupos guerrilleros foráneos, colectivos armados, instancias formales de las FAN, patronos cubanos, y por si fuera poco, ahora también el llamado consejo militar donde no alcanzarán los intérpretes. Cuando se lee despacio la razonable, democrática y nacionalista doctrina militar de la Constitución formalmente vigente, causahabiente, sobre todo, de la Constitución de 1961, cualquiera debe llevarse las manos a la cabeza, ante los delirios del presente, cuyo potencial destructivo es de marca mayor.
¿Se puede evitar el camino culebrero? No, si el objetivo es luchar para que Venezuela tenga un futuro humano y digno. Sí, en el caso que se opte por permanecer como un resignado prisionero dentro de una cárcel equivalente al territorio nacional, o incluso se salte la talanquera interna con fines patrimoniales o políticos, lo que en realidad termina siendo igual. Así mismo se puede emigrar, aunque las condiciones del mundo globalizado, aún más por el covid, sean muy precarias. Me quedo en el camino culebrero. Tratando de recorrerlo, a pesar de todos los pesares, para encontrar una salida positiva.
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