Pedro Sánchez recibe a Leopoldo López en Ferraz (sede del PSOE en Madrid). Allí afirmó: «El pueblo venezolano debe sufrir lo mínimo».
Por si no lo sabe el presidente del gobierno español, al momento de publicarse esta nota que escribo, ya habrán transcurrido veintiún años, ocho meses y veintiocho días de esta desgracia chavista, esta maldición inmerecida, este castigo innecesario. Terrible tiempo, tortuoso y muy dañino de esta pesadilla coloreada de un rojo alarmante destruyendo al país. Este dolor debe acabarse. ¡Por Dios!
Esto es la continuación de la tragedia iniciada por aquel desquiciado milico golpista que, aunque llegó al poder por los mecanismos de la democracia que tanto denostó y denuestan hoy sus conmilitones. La terrible impronta de su proyecto macabro y que vemos por desdicha en cada andanza del hampa guapa y apoyada por la barbarie, en cada lágrima gasificada, en cada perdigonazo, en cada bala criminalmente disparada, en cada gota de sangre derramada por víctimas inocentes de la barbarie heredada.
¿Sufrir lo mínimo? Pero si los padecimientos se ven a diario en cada viudez y en cada orfandad generada; en cada miseria humana, allí vive el sátrapa difunto.
En cada pasaporte anulado, en cada negativa a entregárselo a cualquier ciudadano que lo requiere, en cada dificultad en obtenerlo, en cada cobro indebido por su expedición… allí también está la estampa de aquel delirante golpista.
En cada despedida de cualquier terminal del país, allí igualmente está el trágico recuerdo del sabanetero. En las vergonzosas bolsas CLAP; en las calles llenas de basura, rotas y hurgadas por hambrientos; en cada panadería sin pan, allí vive Chávez.
El ch… abismo nunca será un recuerdo provechoso del pasado, pero sí un letrero vigilante del porvenir.
Hoy los aposentados en el poder siguen el ejemplo de aquel enemigo de la democracia, pésimo administrador, un militarista trastocado que acabó fragmentando con su odio a toda una sociedad.
Lo de Chávez no fue un conato, fue toda una terrible realidad que aún padecemos. Acabó con hatos, fincas y un sinfín de ajenas propiedades.
Aunque en estos tiempos de “revolución bonita”, coloreados de un rojo alarmante, vale la pena esperanzarse porque la verdad sea dicha, Venezuela siempre ha sido de todos y debemos evitar que la desmoralización haga trizas en el espíritu libertario de los demócratas venezolanos. Evitemos caer víctimas de la desmoralización, que es un riesgo que debemos conjurar en lo inmediato.
Criminal y terrorista es la barbarie roja que ha destruido al país, condenando a su pueblo a peregrinar de cola en cola por medicinas, por alimentos y para más INRI, a la desinformación en plena pandemia mundial. En este estado de caso luce inaceptable pedir o sugerir, y ni por asomo exigírsenos, que suframos aún más. Ni un mínimo de sufrimiento más.
¿Acaso no es suficiente condenar al pueblo a peregrinar de cola en cola por comida? ¿No constituye eso una práctica de terrorismo criminal de la peste roja que destruye al país?
Si algo está podrido, además de la podredumbre generalizada en el régimen, es justamente el concepto socialista del ch… abismo. Estamos en una clara y alarmante constatación de que vivimos en un desolado infierno bolivariano.
Hoy en Venezuela, cualquiera puede ser Herodes, que prevalido de poder de mando o de riqueza, hace víctimas de los inocentes. En una sociedad donde se desprecia la persona humana, Herodes puede ser cualquiera.
Es preciso no haber nacido en un país, padecer de un resentimiento muy arraigado o ser bien despreciable para odiar a su gente. Hoy el “gobierno” recurre a un elemento muy inflamable: el nacionalismo, chovinismo paranoico que lo hace defender un óptimo país inexistente. Estos pillos bolichoros podrán lavarse las manos, pero nunca la conciencia porque hasta allá no llega el agua ni el jabón.
No se puede estar tan cerca del dolor y seguir viviendo con normalidad. El sufrimiento es una miseria y exaltarlo una perversión más.
Sufrir es malo en sí mismo y punto.
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