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La arquitectura del dolor

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La musa desciende y la imaginación se dispara, plasmando en en papel pues su AK-47 llegó recargada, en el calor de la noche pues las estrellas están despejadas, sin la frescura de la brisa con algo más que hojas de pasión y la soledad del humo, el reloj suena, es hora de la acción.

Es momento de cenar y el almuerzo ya se va a calentar, pues la cosa está dura y los niños deben comer. María se lamenta, con indignación su corazón se aprieta y su garganta está apunto de estallar. Escucha a lo lejos de la sala, entre la música de sus vecinos y el ruido de un viejo televisor la pregunta cotidiana de su pequeño Juan: ¿mami, papá cuando va a llegar? Sus ojos se contienen, pues su mirada quiere gritar, no sabe qué responder, ni mucho menos qué pensar, sabe muy bien que el tesoro más preciado es la inocencia de su niño y se niega a que la realidad se la vaya a arrebatar. «Mi amor, tu papá sigue trabajando para darnos una mejor vida». No sabe mentir, le cuesta engañar pero debe convertirlo en su credo si su religión es que no se entere que jamás va a regresar. «Mamá, no te preocupes. Yo soy el hombre de la casa. Todo va a estar bien. Yo te voy a ayudar». La conversación se cierra, entre una lágrima de desespero, una bendición que recibe el amén del pequeño.

Cruzando las paredes de lo incierto y conociendo a priori el paralelismo del universo, entre ruidos y cervezas Luis se encuentra en algo más que un rincón, tratando de pasar la pena que le produce esa terrible pérdida de su amigo de infancia que parte en dos su corazón. Maldice cada vez que pronuncia una oración, su ira no tiene comparación, insulta a todo aquel que viene a hablarle porque no controla su irreparable dolor. Su mente frágil y ahogada en licor recuerda las veces que jugaron con pichas y cometas, cuando se escapaban de la escuela e iban corriendo a la bodega. Entre risas y llanto, con una cerveza en la mano y en la otra una cargada mágnum, como puede sube a la azotea, es imposible mantenerse de pie y se arrodilla, se toma un trago, mirando al cielo y jurando que tomará venganza por su hermano. Los recuerdos de esas travesuras de su niñez se empañan pues están marcadas con el perfume de la pólvora, manchadas con el carmín de la m sangre pues no acepta que su amigo sucumbió ante la necesidad del placer y la corrupción, convirtiéndose en mercenario de lo fácil y que «al que hierro mata, a hierro muere» pues la justicia siempre llega. La fiesta se acabó…

Son meses de protesta y los disparos se vuelve algo rutinario, pero en medio de uno de tantos momentos de represión, Miguel se encuentra con un caballero que lloraba a cántaros. Quizás se trata de una reacción a los gases lacrimógenos y la violencia, pero al ver que no se calmaba ni dejaba de llorar aun cuando la refriega había bajado en su intensidad, decide acercarse a hablar con él, a ver qué le pasaba. Era un joven, de veintitantos y le pregunta por qué estaba llorando y le respondió: “Lloro porque mi pequeña hija se fue hace algunos días con su mamá a Argentina, lloro porque decidieron irse y ya no la tengo acá, lloro al ver cómo actúa el régimen, pero no lloro de tristeza; lloro porque sé que este es el único camino que nos quedó para hacer que mi hija vuelva a estar conmigo y sé que aunque es doloroso y hoy te lo digo entre lágrimas, mañana sonreiré cuando me acuerde de esta conversación mientras se lo cuente a mi hija en nuestra casa”…

Testimonios que fortalecen nuestra lucha y le otorgan la solvencia de ser coherentes para siempre poder ver a los ojos a quien siente desespero y que sienta la confianza de seguir los caminos que se marcan. No es verdad que vale lo que sea para lograr las cosas. Las visiones llenas de dicotomías solo nos hacen daño: ni los radicales, ni quienes justifican al adversario pareciendo más interesados en mantener el “status quo” que en lograr que las cosas cambien, deben ser quienes se conviertan en nuestra referencia del por qué y del cómo luchar.

Sigo creyendo que nuestro país y nuestra gente merecen vivir radicalmente mejor que como lo hace hoy, ya que merecemos mejor ciudadanía, merecemos ver el mañana con gallardía y no con incertidumbre ni tristeza. Podemos dar más, debemos dar más, no existe otra alternativa. Hace milenios existió un hombre, en la antigua Grecia, el maestro de Platón y Aristóteles, lo llamaban Sócrates y entre una de sus inmortales frases dijo: «Cada uno de nosotros solo será justo en la medida en que haga lo que le corresponde». Pues, empecemos a hacer.

@JorgeFSambrano

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