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China y el drama político regional

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Mientras el evismo parece retomar el control de Bolivia y Chile entra en una zona de incertidumbre, el choque contra la realidad que está sufriendo el modelo venezolano debería reventar más pronto que tarde. Tan pronto como las elecciones de Estados Unidos. Tan tarde como en Cuba: medio siglo en miseria, aguantando hambre y todavía alabando a Fidel con el cuento chimbo del orgullo nacional.

En esa ruptura, que afectaría a toda la región, China tendrá un papel clave. Sin prisa, pero sin pausa, con un discurso amistoso, humilde y con mucho dinero, el imperio asiático avanza en Latinoamérica alejado de la arrogancia y la impetuosidad gringas.

Geoestrategia y mafia

Somos actores de reparto en la lucha entre dos culturas y dos visiones de vida: una de 4.000 años frente a otra de escasos 200. Y de dos tipos de gobierno: uno democrático y otro dictatorial, con un Partido Comunista en el poder por más de sesenta años y sin remotas posibilidades de alternancia. Esta permanencia le permite a Pekín planear a largo plazo y con mano firme, sin soportar los vaivenes y sobresaltos propios de democracias con gobiernos e instituciones débiles como en Latinoamérica. A lo anterior, se agrega un fresco espíritu nacionalista chino de grandeza. Banderitas rojas con estrellas amarillas ondean discretamente en lo alto de sus torres de ingeniería y trasiegan en los overoles y cascos de sus empleados. Los orientales hormiguean por todo el continente en importantes obras de energía, de infraestructura, de minería y agricultura y en proyectos críticos de cibertecnología y comunicaciones.

Como en África, el neocolonialismo expansivo chino invierte, presta, empeña y entonces, calmadamente, exige sus derechos y termina apropiándose de activos vitales de la nación: transporte, puertos, comunicaciones. El principal dolor de cabeza fiscal del Ecuador, por ejemplo, es su deuda con China (19.000 millones de dólares), adquirida durante el gobierno socialista de Correa. Porque en medio del trasiego económico, la ideología también desempeña su papel.

Los mayores deudores chinos en el continente son Venezuela (67.200 millones de dólares) y Brasil (28.900 millones de dólares). Colombia acaba de entregarle al gobierno chino la mayor obra de infraestructura, el metro de Bogotá (13 billones de pesos, 60.000 empleos) y la explotación de oro más importante del país, en Buriticá (10,7 millones de dólares de inversión con unos estimados de 3,7 millones de onzas de oro y 10,7 millones de onzas de plata).

El avance geoestratégico de China en el continente se evidencia en sus compras, inversiones, donaciones e influencia en los puertos del Pacifico, desde Lázaro Cárdenas en México hasta Talcahuano en Chile, pasando por Panamá, nodo articular para Latinoamérica de la Nueva Ruta de la Seda.

Y Bogotá, tradicional gran amigo de Washington, anuncia el desarrollo en el golfo de Urabá, frontera con Panamá, de cuatro puertos, uno de ellos, Sol de Oriente, con fuerte inversión china.

Por el Pacifico sale a los mercados del mundo la mayoría de la cocaína producida en Colombia, en donde participa la mafia china lavando dinero y traficando personas. Y como de gobiernos cooptados por el crimen organizado transnacional hablamos, el asunto político se complica.

China y un eventual brete regional

En Bolivia, que parece volver a manos evistas y que también está endeudado con el imperio asiático, este desarrolla una veintena de proyectos de infraestructura y se quedaría con las reservas de litio, vital para sus vehículos eléctricos. Chile, con rumbo político impredecible, vende 41% de su cobre a China.

En este escenario, una ruptura en Venezuela llamaría a una intervención, humanitaria o no, principalmente de Colombia y Brasil, ambos con la influencia económica china ya mencionada.

La pregunta es si Pekín, con importantes intereses económicos en la región, asistirá impávido a una turbulencia regional que ponga en riesgo sus inversiones y su avance estratégico hacia la periferia de su rival y en la cuenca del Pacífico.

En este “momento bisagra” para la humanidad, como algún analista lo calificó, o en esta Trampa de Tucídides según Graham T. Allison, el poder chino no pasará inadvertido en el drama político que estamos viviendo en Latinoamérica. China podría convertirse, muy a pesar del Pentágono, en un habilidoso componedor entre países o en la presión económica lo suficientemente fuerte como para marcar el rumbo de la región, ante el desinterés de Washington, ocupado en otros contextos más apremiantes para sus intereses globales. En pocos días sabremos qué dice el Tío Sam sobre este inquietante horizonte. Y veremos cómo juega Pekín en la tragedia venezolana.

En una próxima columna hablaremos de China y el asunto militar en Latinoamérica.

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