Vitoreada por las multitudes, afecta a las visitas «sorpresivas» a estudiantes y risueña, Kamala Harris, la primera candidata negra a la vicepresidencia de Estados Unidos, de 56 años, dinamiza la discreta campaña del septuagenario postulante demócrata Joe Biden.
«Estoy muy contenta de volver a Atlanta, Georgia», dice una sonriente Harris apenas desciende del avión privado en el que viaja.
Habitualmente reacia a hablar con la prensa, la demócrata pone el acento en la comunicación en la recta final de la campaña para las elecciones presidenciales.
Traje negro, zapatos de tacón y tapabocas negro en el calor otoñal del sur de Estados Unidos, jeans y Converse en otras ocasiones, la primera compañera de fórmula negra y de origen indio con posibilidades reales de ser elegida se propone encarnar la juventud y la diversidad de la base demócrata que votará por el candidato presidencial de 77 años.
Harris puede exhibir también su sólido currículum como senadora y exfiscal de California.
Durante su estadía en Georgia, la aspirante a la vicepresidencia participa en reuniones de campaña a un ritmo vertiginoso tras meses sin actos públicos de su partido debido a la pandemia.
Pero todavía está lejos de las campañas presidenciales previas al coronavirus, cuando los candidatos recorrían Estados Unidos en un solo día.
O incluso de la actual campaña del republicano Donald Trump, que está aumentando el número de mítines a pesar de la emergencia sanitaria.
Visita dirigida
En nombre del principio de precaución, la fórmula Biden, Kamala Harris limita los viajes. Y solo un puñado de periodistas acompaña a los candidatos, con pocas oportunidades para hacer preguntas.
Una estrategia que hace que sus discursos estén apenas presentes en los medios nacionales, dominados por el omnipresente multimillonario republicano.
Pero la carrera por la Casa Blanca se desarrolla sobre todo en algunos estados clave.
Y una visita relámpago, bien dirigida y ampliamente difundida por los medios locales, puede dar en el blanco.
Georgia, un estado del sur marcado por los dramas de la esclavitud y la segregación, no ha votado por un presidente demócrata desde la elección de Bill Clinton, en 1992.
En esta ocasión, las encuestas marcan una paridad entre Trump y Biden, en particular gracias a la movilización que se notó en la votación anticipada. Allí un tercio de sus habitantes son afroamericanos. Y los demócratas empiezan a soñar.
«Hay mucho en juego», dijo Kamala Harris a los estudiantes de universidades fundadas hace décadas para acoger a los estudiantes negros víctimas de segregación.
La propia Harris se graduó en una de las más famosas de esas universidades, la de Howard, en Washington, a cuyos estudiantes les hizo una visita sorpresa. El evento ocurrió antes de convocar a una mesa redonda con hombres afroamericanos, realizada respetando el distanciamiento social y con uso de tapabocas.
«Donald Trump quiere convencer a 20% de los negros de que voten por él. Un Donald Trump, que defendió la teoría de que el primer presidente negro de Estados Unidos carecía de legitimidad», se indignó la senadora. Con ello aludió a las dudas sembradas por el magnate republicano sobre los orígenes de Barack Obama.
«Cuando votamos, ganamos»
Luego Harris partió raudamente hacia otro destino, en medio de una procesión de todoterrenos repletos de agentes del «Servicio Secreto». Ellos están encargados de la seguridad de las personalidades.
En un momento se detuvo frente al pequeño restaurante «Busy Bee». Fundado en 1947 y dirigido por mujeres, se dice que Martin Luther King, oriundo de Atlanta, probó allí su famosa «comida para el alma» del sur de Estados Unidos.
Obligada por el covid-19, la reunión del café, un clásico de las campañas políticas en este país, se lleva a cabo en el estacionamiento con la propietaria.
«Estoy aquí para recordarles a todos que voten», lanza la legisladora de California a la gente reunida frente al local, en su mayoría negros.
Y luego un nuevo mitin, pero en el formato que la pandemia ha impuesto, el del «drive-in», en el que los asistentes permanecen al interior de sus vehículos. En vez de aplaudir hacen sonar sus bocinas.
La idea parece impersonal, pero en este caluroso día de finales de octubre la música a todo volumen que transmiten los parlantes antes del inicio del acto anima a las personas.
«Ver a una mujer negra convertirse en vicepresidenta es algo muy, muy especial, así que también traje a mi mamá», dice Jacinda Jackson, de 34 años.
En un concierto de bocinazos y gritos a pesar de la escasa cantidad de público presente, Harris sube al escenario decorado con el diseño de un melocotón, emblema de Georgia.
«Donald Trump debe irse», proclama la candidata.
Tras denunciar las dificultades que a menudo deben enfrentar las minorías para votar, Harris lanza: «Ellos saben que cuando nosotros votamos las cosas cambian. Ellos saben que cuando nosotros votamos, ganamos».
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