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¡Revoluciones!

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El origen de la palabra está en el término latín “revoltum” cuyo significado es: “dar vueltas”. Hoy lo entendemos como un cambio radical o violento, transformación inmediata de algún tipo de orden. Puede ocurrir a distintos niveles: transformar el sistema político o influir en distintos contextos en el ámbito artístico, cultural, social, económico o industrial.

Para la ciencia de la revolución, existen tres tipos según sus particularidades: La política, un cambio de gobierno, transformación del sistema e instituciones. La económica, en la cual se alteran medios de producción, estructuras materiales de una sociedad, cómo se produce, distribuye la riqueza. Y la social, la define una insurrección en la que se alteran lazos, relaciones e interacciones sociales.

Existen muchos ejemplos a lo largo de la historia. En 1789 la francesa culminó en un nuevo orden social, terminó con la monarquía absolutista de Luis XVI y los privilegios de la nobleza. Impulsada por las clases bajas y burguesas con el lema “Igualdad, libertad y fraternidad”.

En 1848 conocido como el año de las revoluciones europeas. Se produjo una oleada que dieron fin con la Europa de la Restauración. Revolución que tenía un importante componente nacionalista, además de recoger las primeras reivindicaciones de la clase obrera.

La rusa 1917, motivó la llamada Revolución de Octubre, Bolchevique, o Gran Revolución Socialista. Liderada por la lacra comunista, siniestro e incivil marxista Lenín, derrotaron al régimen del zar Nicolás II y asumieron el poder por las armas, en una sangrienta refriega que, costó la vida a millones.

Revolucionarios cubanos combatieron a Fulgencio Batista. Los rebeldes se impusieron en 1959 y se instauró un gobierno liderado por el perverso Fidel Castro. Primer Estado comunista en el hemisferio occidental.

La iraní puso fin a la dinastía del sha Mohammad Reza Pahleví, surgiendo la república islámica en Irán. Dirigida por Ruhollah Jomeiní ayatolá iraní, líder político-espiritual de la revolución islámica 1979, impulsada por organizaciones de izquierdas y movimientos estudiantiles, consolidando el islamismo fundamentalista como fuerza política.

Las revoluciones son estallidos de violencia -unas con libros y análisis, otras con saqueos y sangre- que terminan temprano o más tarde. Luego los historiadores explican de dónde y por qué. Pero leer la furia, venganza y dolor no es lo mismo que sufrirlo, vivirlo.

Lo desconcertante es cuando las revoluciones terminan en hastío, se tornan fastidiosa como sucede en Venezuela. Podría pensarse que la cuarentena por la pandemia que a todos perjudica y a nadie beneficia es la causa, pero la cuestión va mucho más allá. No es solo el fracaso económico, todo lo que hace y ha hecho con incapacidad, además del bandidaje que se han enriquecido pecaminosos. Un país que ha terminado estancándose tanto en lo malo como en lo bueno, que ya es mucho estancar.

Ni siquiera los invasores, que no provienen de las bases estadounidenses ni pasan por las costas de Moctezuma ni llegan a las playas de Trípoli -ahora recurren a drones desde kilómetros y arreglan sus diatribas sin desembarcos ni riesgo de muertos, con costos inferiores a los desplazamientos de cualquier flota-. Los inquilinos quienes están al mando en Venezuela ocupan el territorio e ignorancia desde La Habana, Teherán, Pekín, Moscú, empiezan a observar complicaciones, que la revolución no es tan bonita como aquel optimista decía, y no lo es, porque la han estropeado, involucionado y afeado ellos mismos.

El fracaso venezolano no es una explosión, es un desmoronamiento paulatino, progresivo, con premeditación y alevosía, lo que tiene al país indigesto, con pesadez estomacal que arquea para devolver, no deja dormir, agota, como un dolor de diente que palpita cada segundo. Chávez alardeó esperanzas y se equivocó, eligió mal a los realizadores de sus pavoneos, escogió leales codiciosos, de escasa formación intelectual, moral, sin ética, ni principios o valores. Maduro escasamente sabe hablar, sonríe, baila salsa, ni siquiera los segundones le hacen caso, inventan lo que quieren, encima lo hacen mal -eso sí, no se equivocan dejando caer en sus bolsillos grandes y profundos.

Lograron lo insólito, destruir la industria petrolera que hasta los fanáticos religiosos iraníes cuidan celosos. El costo humano del comunismo alcanza los 100 millones de muertos, superior a los producidos durante la tiranía nazi del asesino Adolfo Hitler.

Lo más grave, a partir de la caída del Muro de Berlín, 1989, se inició un cambio de estrategia para la promoción de la afrenta oprobiosa de las ideas comunistas. Ahora neomarxismo, mimetizándose en progresismo, mutando en socialismo del siglo XXI, para imponer la agonizante nueva izquierda, y sus ejecutores del Foro de Sao Paulo, Grupo Puebla y similares alimañas representan un riesgo peligroso, una amenaza para la humanidad, democracia, libertad y derechos humanos.

@ArmandoMartini

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