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¿Aprenderá la oposición venezolana de Bolivia?

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El triunfo de Luis Arce y el Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia muestra las fortalezas de esa opción y, sobre todo, las enormes debilidades de los factores opositores que provocaron la salida de Evo Morales, luego de pretender consumar el fraude en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2019. Esos líderes, movimientos y organizaciones le hicieron pagar muy caro el abuso al caudillo. Primero, había desconocido los resultados del referendo popular de 2016, cuando el pueblo boliviano le prohibió presentase de nuevo como candidato en las siguientes elecciones presidenciales.  Luego, forzó al complaciente Tribunal Supremo Electoral para que le concediese una victoria  ilegítima en esa consulta, frente a Carlos Mesa, su más cercano competidor.

En apenas un año, la alternativa al “evismo” y el “masismo” se desplomó de forma estrepitosa. La amplia victoria de Arce, el eterno ministro de Economía de Morales, mostró que el sentimiento de hastío ante al abuso del autócrata fue mal interpretado y peor usado por los dirigentes a quienes les correspondía ser la opción, lo que significaba entrar en sintonía con un país que posee 70% de indígenas quechuas y aymaras, terriblemente golpeados por la pandemia del covid-19.

Jeanine Áñez, la presidente provisional, nunca entendió su papel como timonel de la transición. Jamás comprendió que le tocaba lidiar con una sociedad donde Evo Morales había visibilizado a los pobres y a los indígenas. Los había empoderado económicamente. Había sacado a un buen lote de ellos de la pobreza extrema. Tampoco asumió que le correspondía manejarse con destreza frente a un Congreso controlado por el MAS y Morales. Su ceguera la condujo a convertirse en la líder de una reacción rabiosamente “antimasista” y “antievista”. Confundió a Morales con Maduro. Actuó de forma obtusa, pensando que en una democracia la anulación política del adversario significa su aniquilación. Se dedicó a perseguir a dirigentes del MAS y a Morales y su entorno. Los victimizó. No hay mejor manera de levantar la imagen de un ídolo caído, que criminalizarlo con alegatos exagerados. Como esa desmesura no le bastó, pretendió ser candidata a la primera magistratura. Violó una regla de oro de toda transición: quien la conduce no puede aspirar a ser quien se arraigue en el poder en las elecciones que se convoquen.

Su insensatez contribuyó a avivar la división y contradicciones dentro de los opositores. Se lanzaron varios candidatos con diversos discursos creyendo que, como en Bolivia existe la posibilidad de la segunda vuelta, la primera podía ser asumida como unas primarias. Medidas las fuerzas propias en esa primera cita, a la segunda se iría con una fórmula unitaria. Se les olvidó que, a pesar de que el candidato triunfador no obtenga 50% de los votos, si le saca una ventaja de diez o más puntos porcentuales a su más inmediato oponente, obtiene la victoria en la primera ronda.

En este error inexcusable hubo mucho de arrogancia, subestimación de un adversario formidable como era Luis Arce y sobreestimación del potencial propio. También se desvalorizaron los logros económicos y sociales de Evo Morales. Se menospreció el ciclo de crecimiento y relativa prosperidad que había impulsado. Estos datos no pasaron inadvertidos para los electores. El “voto oculto” y los “indecisos” entre las franjas más humildes y en capas de la clase media baja –de los cuales hablan ahora los analistas bolivianos– estaban conformados por esa gente que vio suficientes méritos en el tándem Morales-Arce.

Luis Arce fue ministro de Economía de Morales durante casi todo el tiempo que el antiguo líder sindical estuvo al frente del gobierno. A él aparecen asociados los más importantes logros económicos y sociales de Evo. El crecimiento de la inversión, el aumento del PIB, el control de la inflación, la recuperación sostenida del ingreso de los trabajadores y de las clases populares y, en general, el mejoramiento en la calidad de vida de los ciudadanos, a partir de mediados de la década pasada, aparecen vinculados con la gestión de Arce como ministro. ¿De dónde podía sacarse que actuaba como marioneta o era el muñeco de Evo Morales, y que su presencia era más formal que real?  Adicionalmente, el MAS es el partido político más sólido que existe en Bolivia. Los catorce años que gobernó Morales le sirvieron para engrasar la maquinaria en todo el territorio boliviano. Es el único con una firme base organizativa, con arraigo entre los pobres y con una discurso que los prioriza, muchas veces de forma demagógica.

Carlos Mesa ni siquiera logró mantener la votación que había obtenido el año pasado. Y Luis Fernando Camacho, el líder de Santa Cruz, no fue capaz de transformarse en candidato de alcance nacional. Quedó circunscrito a su zona natural. La división entre ellos los sepultó a ambos.

Ahora comienza, de nuevo, el largo invierno de la oposición democrática boliviana. Su miopía les va costar muy caro. Pasarán de nuevo varios años antes de que vuelva a ser alternativa de poder.

Esperemos a ver qué pasa con Luis Arce y el MAS, que vuelve a ser el partido hegemónico. Hasta ahora ha tomado distancia de Evo Morales. Comienza un nuevo ciclo para Bolivia. Veamos qué aprende la oposición venezolana de esa experiencia.

@trinomarquezc

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