Los momentos de desesperanza son poderosos. Es probablemente lo que sentía un esclavo durante el apogeo del imperio romano, o cualquier exciudadano en las siete décadas que retuvieron el poder los comunistas en la Unión Soviética, en China, en Alemania democrática y en la Cuba de hoy. Era casi imposible en aquel tiempo pensar desde adentro, creer que la historia podía dar un giro y que la muralla que dividía Berlín se pudiese derribar con las manos. Sin embargo, esto sucedió.
En Berlín comunista (RDA) la Stasi era una policía con 97.000 miembros, un policía por cada 63 ciudadanos, sus agentes invadían los dormitorios de las personas, vigilaban sus andanzas, sus pensamientos, cualquier desliz, infidelidad al régimen era pagado con crueldad ilimitada en sus helados calabozos. Todos los habitantes de la RDA tenían expedientes en la policía política, un volumen de información no alcanzado por ningún país del mundo, dicen que se produjeron más textos por esta labor de espionaje que todo lo producido en Alemania desde Lutero hasta hoy. Lo más probable es que ningún habitante de la RDA tuviese esperanzas en un futuro de libertades donde se pudiese aspirar a tener una opinión propia y la represión no fuese el instrumento para soldar la fidelidad al régimen totalitario.
Sin embargo, como dice Pedro Navaja, “la vida te da sorpresas”. Hoy Alemania es el país más próspero de Europa, Berlín es una sola, gobernada por Angela Merkel, una mujer política, la mejor de los que puedan existir en el mundo occidental.
Más allá de anécdotas podemos preguntarnos qué hubiese pasado si cuando cundió la oportunidad de participar en el derrumbe del muro que dividía Berlín en dos partes totalmente distintas, la gente del lado comunista se hubiese negado, refugiados en el terror: “Es una trampa, lo que quieren es contarnos, la Stasi tiene todo controlado”; “Tumbar el muro es distracción preparada por el propio régimen para cazarnos como venados”.
Los alemanes superaron sus temores, dudas y realizaron el 9 de noviembre de 1989 una de las fiestas más grandes en honor a la libertad que ha tenido Occidente. Tumbaron el muro con las manos. Mucha gente en el mundo entero guarda como gran recuerdo histórico pedacitos de ese tenebroso muro de Berlín. La Stasi fue disuelta sin honor y con vergüenza el 15 de enero de 1990.
Aquí en Venezuela tenemos un gobierno usurpador del poder en medio del repudio de la humanidad. La capacidad de control de nuestras Stasis no es brutal, es bruta. Los crímenes de la FAES, la DGCIM, el Sebin, la FANB y etcétera no están ocultos, no tienen la capacidad de matar, torturar a escondidas y negar su culpabilidad. Nunca hemos visto algún jefe de estas ineptas instituciones represivas tratando de disfrazar sus delitos. En 24 horas, los asesinos de Oscar Pérez, Fernando Albán y al capitán de corbeta Acosta Arévalo fueron plenamente identificados por la opinión pública y por supuesto siguen sin castigo.
Si los alemanes pudieron superar el terror a la Stasi, frente a la cual la Gestapo (policía nazi) parecía un niño de pecho, ¿no podremos nosotros derrotar el temor que nos producen estas carcachas represivas?
El tema sale a colación porque a partir del nombramiento del Comité Consultor de la Consulta Popular nos han llovido muchos reconocimientos y expresiones de aprobación, pero también toneladas de odios, insultos, acusaciones de enchufados, buscadores de recursos, etc. Niegan la posibilidad y la validez que pueda tener este instrumento de participación ciudadana pautado por la Constitución en el artículo 70, junto con otros como las asambleas populares, los cabildos y los referendos.
La actitud negativa más que mala fe trasluce desconfianza, desesperanza, miedo, es no atreverse a creer en nada ni nadie por temor a sentirse defraudados. Un conjunto de sentimientos y actitudes que paralizan y conspiran contra la urgente necesidad de reagruparnos, unirnos para con una sola voz imponer les elecciones transparentes que aspiramos, donde cada ciudadano sea un voto limpio y renovador de la esperanza.
La consulta es en su versión subjetiva una oportunidad para reafirmar que los venezolanos somos una gran mayoría que tiene como norte superar las penurias, erradicar la miseria, materializar la capacidad de proteger a una infancia que ya ha perdido parte de sus potencialidades, recuperar el derecho a opinar, es decir, actuar como individuos responsables de nuestra propia existencia y de nuestro país.
Si tenemos que dedicar unas horas de nuestras vidas para reafirmar esta voluntad que raya en la supervivencia, estamos obligados a hacerlo. El régimen no ganaría nada y perdería de una vez y de forma decisiva frente al país y a un mundo que esta vez tendría pruebas irrefutables de la voluntad de los ciudadanos venezolanos.
La invitación a participar en la Consulta Popular está abierta a todos los venezolanos dentro y fuera del país, en las ciudades, en esos pueblos tristes que canta Otilio Galíndez, abandonados a su suerte por un régimen corrupto que dilapidó nuestras riquezas. Una ocasión para que juntos decidamos lo que queremos para nuestro país. En esta consulta nos acompañan los 60 países que han reconocido la Asamblea Nacional como única institución legitima nacida del voto popular. El régimen sabe y presiente que la participación mayoritaria de la ciudadanía tendría un efecto demoledor en sus aspiraciones a perpetuarse en el poder. Una vez más a través de la consulta demostraremos que la única opción que tenemos los venezolanos es desalojar a los ocupantes de Miraflores y darle paso al nuevo liderazgo representante de un país que protagonizará el milagro económico social y cultural de derrotar la peor dictadura de nuestra historia con votos, al igual que se tumbó el muro de Berlín, con valor y sin un solo tiro.
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