En estos últimos meses he notado cómo se ha exponenciado una característica de sociedad decadente en nuestro país. La misma nace en la generalización, crece alimentándose de los límites de mentes cerradas y hasta puede tener algunos aderezos de envidia. Me refiero a la crítica hacia los empresarios que continúan creyendo y arriesgándose en Venezuela. Críticas que en realidad encubren etiquetas y juicios.
Cada vez que se abre un local nuevo, una marca, una iniciativa, una fábrica, un restaurante; inmediatamente se etiqueta a este empresario como “enchufado”. Aunque personalmente siempre he tenido inconvenientes con este término, pues me parece que debería aplicar a niveles de alta magnitud en ganancias no auditadas, ligadas a corrupción o a negocios que conllevan a consecuencias negativas; entiendo que existen este tipo de venezolanos –mal llamados empresarios– y que ellos han creado una grave enfermedad degenerativa en nuestra economía y a mayor escala, en nuestro país. Es la generalización, como sucede con cualquier extremo en la vida, lo que comienza a convertir el adjetivo en uno de poca responsabilidad. Realmente existen, sin duda alguna, son la consecuencia de un proceso grotesco y doloroso de un país millonario, irónicamente, atravesando una de las crisis económicas más abominables de la historia.
A mi parecer, esos “enchufados” o mal llamados empresarios, son realmente comerciantes no virtuosos, germinados en el oportunismo. Además, una característica imposible de no atribuirles es su exageración “estética” sumada a la falta de calidad real en el producto o servicio que dicen haber desarrollado. Para ellos, la calidad viene dada por cuan mayor es la suma de dinero invertida; además, su estrategia suele ser cortoplacista. Caso contrario para los empresarios reales (sin importar el tamaño económico) quienes analizan, organizan y disponen de las inversiones hacia la eficiencia económica; ahorrando u optimizando el presupuesto decidido, pensando en escalabilidad y plazos largos.
El empresario venezolano no solo debe enfrentar la incertidumbre económica, legal y política del país, sino una gran cantidad de personas ciegas de extremismo. Esas que sin pensarlo, disparan opiniones y juicios lanzando la primera piedra sin temor a equivocarse. Entre ellos se encuentran aquellos opinadores sabelotodo que sin responsabilidad ejecutan opiniones, las cuales desde el primer momento carecen de validez por la manera en la cual las expresan, además de que muy probablemente no tengan la experticia –ni experiencia– necesaria para emitir opinión alguna en el área. Luego están aquellos que les gusta aprovechar cualquier chispa para intentar hacer fuego, pero realmente lo que logran son unas llamas muy bajas pues están sustentadas en aire; muchos de ellos, con el tiempo, se queman, tal como aquellos a los cuales realmente deberían criticar.
Toda una gama de venezolanos pesimistas contradictorios que invierten sus energías en lo que no deberían.
Y en paralelo, estos valientes deben luchar con regulaciones gubernamentales, inestabilidad legal, extorsiones, sindicatos y una gran cantidad de cosas más, propias de nuestro país.
Mucho se dice sobre aquella resistencia adquirida por invertir, emprender, trabajar o incluso vivir en el país. Una dura capa tipo caparazón nos está quedando de la maratónica carrera, ¡vaya entrenamiento que conduce a los practicantes empresarios a una rutina solitaria con horas de lucha! Un deporte extremo en el que los asistentes a la barra, lanzan objetos al camino sin darse cuenta del riesgo de pérdida final.
He visto cómo a grandes y valientes empresarios les juzgan y satanizan en su intención de continuar. Venezolanos dentro y fuera del país (caso que considero aún peor, pero no hablaré de eso en esta oportunidad) atacan de forma frontal a aquellos pocos que deciden continuar con fortaleza, resistiendo desde lo que mejor saben hacer, trabajar. Es como si a la hora de decidir avanzar ante todo pronóstico, el empresario comenzara una carrera de resistencia, cargando al hombro los embates propios de una empresa, contra unos oponentes estrella: sus conciudadanos. Una carrera desgastante a la cual nadie le preguntó sobre su real interés en participar.
Aquel empresario que decide luchar contra el monstruo de 7 cabezas, representado por Venezuela, no puede estar condenado a tener que luchar también con el resto de venezolanos que deberían luchar a su lado e incluso auparlo. Una pregunta que quizá aclare objetividad sería: ¿estaríamos mejor o peor sin esa empresa o proyecto?, o en su defecto, la versión más corta: ¿suma o resta?
En mi faceta de testarudo optimista debo asumir que todo esto sucede como consecuencia de la más profunda crisis de identidad de la historia del país. Esa que desde los hilos de conexión de sus ciudadanos dispara cargas de energía con la intención de desunirnos, generando distanciamiento más allá del producido actualmente por la pandemia que afrontamos como humanidad. Seguiré buscando el bien excusando a esos enemigos disfrazados de defensores de valores sociales en la ceguera que produce la desesperación de la incertidumbre. Cultivaré en profundidad mi deber como hombre, ciudadano, profesor y empresario; para lograr hacer crecer la objetividad justificada y balanceada; donde las emociones humanas impulsan en vez de frenar.
Ese agudo objetivo tan ácido de generar reconcomio, aversión al empresario y separación para vencer, no podrá apoderarse de mí. Valoraré a cada empresario por su historia, objetivos y consecuencias producidas en el entorno. No permitiré que se me imponga la mediocridad de pensamiento que conlleva la generalización en las sociedades. El culpable no está entre nosotros, ni entre los empresarios, siga buscando y mientras tanto deje trabajar a quien trabaja.
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