Aquellos a quienes hemos leído y manejan el tema, han dicho que una persona sin escrúpulos es aquella que carece de un nivel de conciencia y se desentiende de toda responsabilidad por los daños causados que además, a su parecer ni son ni existen; son los que manejan a la perfección la habilidad de mentir, engañar y hacer sentir mal o no al otro para lograr sus objetivos y cosifican a los seres humanos, al convertirlos en medios para su fin, sin remordimiento alguno; y además consideran que faltar a cualquier norma o valor humano no representa para ellos ningún desafío.
Ese antivalor caracteriza al régimen y se encuentra implícito en la imposición de sus decisiones políticas que van más allá de lo que permite el ordenamiento jurídico, y de lo que pueda soportar el pueblo venezolano en su ya alto grado de postración, en una sádica forma de mostrarse dispuesto a seguir cometiendo cualquier exceso y temeridad para mantenerse en el poder. Aviesamente ignora la legitimidad en el ejercicio del poder político, subvirtiendo el normal funcionamiento del Estado y sus instituciones.
Fue la misma determinación que caracterizó a esa izquierda ultrosa e impenitente desde que el país le abriera las puertas a la democracia. No demoró Fidel en mostrar ese enfermizo complejo frente a Rómulo. No solo se hizo del apoyo de unos parlamentarios que en aquel entonces lo eran en tanto fueron elegidos bajo las reglas de un incipiente sistema democrático que pronto tratarían de desmontar. Sin asco, sus vasallos en el país comenzaron a servirle con la invasión de Machurucuto, a recibir apoyo bélico y financiamiento extranjero para la guerrilla marxista y los golpes de Barcelona, Carúpano y Puerto Cabello.
Esa ausencia de escrúpulos los llevó desde los cerros de El Bachiller a ocupar cargos burocráticos con Caldera I y utilizar los mecanismos democráticos para la legalización de sus movimientos extremistas que pronto se mimetizarían en el ropaje militar. El cuento corto nos lleva a la inducción del Caracazo y por supuesto a los golpes de 1992, cuyo objetivo no era otro que el de desmontar el sistema democrático, valiéndose de las armas que la república había puesto en sus manos para defenderla. No les bastó que con CAP II tuvieron la oportunidad de ocupar gobernaciones. Con Caldera II, fueron premiados de nuevo. El sobreseimiento de las causas y el ejercicio de cargos públicos les dio puerta franca para que nuevamente bajo las reglas de la democracia llegaran al poder en 1998.
Estos 22 años ostentando el poder los han hecho más cínicos. Inescrupulosamente le reabrieron las puertas al castrocomunismo; acabaron literalmente con un país que perplejo ha visto desaparecer sus instituciones democráticas y su emblemática empresa petrolera; sus recursos, industrias básicas, parques industriales, la moneda y los servicios públicos: no hay luz, ni agua, ni gas, ni gasolina, ni telefonía. Destruyeron el sistema educativo, la producción y el empleo formal; pero por encima de todo acabaron con el ciudadano y su derecho a disentir, elegir, opinar y, fundamentalmente, a vivir con el respeto y dignidad que le son inmanentes. Fueron más allá y los partidos, como espacios para ejercer nuestros derechos, son hoy poco menos que una caricatura. Insólito que todo esto haya pasado, esté pasando y no se avizore aún el fin de la pesadilla.
Con igual desparpajo, acuden a las faldas de la ONU para que presione al gobierno estadounidense y levante las sanciones en su contra, cuando ellos mismos las han generado con sus irresponsables y criminosas ejecutorias, detectadas por el radar de la narcocorrupción y el terrorismo internacional.
En el marco de esta tragedia, desde esa fosa común de cadáveres y malvivientes de la política que dan en llamar constituyente, se perpetra sin asco otra arremetida contra cualquier vestigio de institucionalidad que haya podido sobrevivir a la hecatombe y la dictadura se hace de un mamotreto inconstitucional en un intento de salirse por la tangente, pretendiendo cosechar adeptos en el campo de los odios estratégicos como los llamaba Rómulo. No les funcionará, los venezolanos estamos conscientes de quiénes son los verdaderos enemigos: Cuba, Irán y sus lacayos en Venezuela.
Esa falta de escrúpulos, los lleva ahora a convertirse en pretendidos adalides en la defensa de los derechos humanos que ellos mismos han violado, tal como ha quedado universalmente demostrado. Son los que atribuyen a otros los delitos de lesa humanidad que solo ellos perpetran y solapan su responsabilidad en el hereje latiguillo de “las medidas coercitivas unilaterales y otras medidas restrictivas o punitivas adoptadas contra el país o sus nacionales”. Hablan de guerra y aquí la verdadera guerra es la que le ha declarado el régimen a la mayoría de los venezolanos que resistimos a diario los embates de la dictadura.
@vabolivar
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