Las revelaciones hechas por Antonio Rodiles, Guillermo “Coco” Fariñas y otros opositores dentro de la isla, de que el plan de Obama para Cuba seguía el modelo implementado en Birmania, ha causado cierto revuelo entre los observadores de la realidad cubana, tanto más sorprendentes cuando se colocan en perspectiva con lo que está ocurriendo en Venezuela.
Como punto de partida aquella administración presuponía que se trata de países muy pequeños, mientras que Estados Unidos es lo suficientemente poderoso como para no verse afectado significativamente por lo que allí ocurra, así que pueden ensayar políticas inéditas sin exponerse, de manera que si algo sale mal, pues, se rectifica y no hay mayor problema.
Otro presupuesto es un tipo de negociación, de escuela de Harvard, para la que no hay límites infranqueables, puede llegar a cualquier extremo, al punto de incorporar a enemigos irreconciliables, dando lugar a situaciones desafiantes, arriesgadas, peligrosas, cuando no sencillamente suicidas.
Como ejemplos de la “doctrina Obama” podrían citarse las negociaciones sobre el programa nuclear de Irán, las armas químicas de Siria, la violación de la alianza con Israel, el acuerdo de paz Santos-FARC, el menos conocido arreglo con los militares birmanos y lo que consideró como uno de los mayores logros de su administración, el deshielo, apertura o “nuevo capítulo con el pueblo cubano”, en realidad, con la junta militar comunista.
En este punto es donde adquiere relieve el oscuro arreglo con los militares birmanos en que se les ofrecía la suspensión de las sanciones, incluso el embargo de armas, parte del congreso y los principales ministerios, a cambio de incorporar a la líder opositora Aung San Suu Kyi en una suerte de gobierno que no era de transición sino de cohabitación indefinida.
Las consecuencias están más o menos a la vista: la dictadura se estabilizó y cada tanto la llamada comunidad internacional se escandaliza por la represión, la violación de los derechos humanos, la aniquilación de minorías étnicas, particularmente de la conocida como Rohingyá, que tiene dolientes, porque además resultan ser musulmanes.
Suu Kyi ostenta un poder de facto como “consejero de Estado”, porque nunca le permitieron asumir el poder formal mediante argucias constitucionales por haberse casado con y tener hijos extranjeros, es atacada desde diversos flancos, piden que la despojen del Premio Nobel de la Paz que le otorgaron en 1991 y hasta la llevaron a la Corte Penal Internacional acusada de genocidio; pero todos olvidan quiénes armaron la tramoya que la puso en esa situación y luego la abandonaron en ese berenjenal.
Sin embargo, algunos consideran este modelo como exitoso, por ejemplo, Tom Malinowski, asistente del secretario de Estado de Obama, John Kerry, habría manifestado en su oportunidad cuánto lamentaba que Cuba no tuviera una Aung San Suu Kyi en aquellas circunstancias tan propicias para el país.
No la tiene, pero hay ciertos paralelismos que resultan inquietantes. En efecto, el Instituto de Liderazgo Hispano del Congreso de Estados Unidos le otorgó a Rosa María Payá el Premio Internacional de Liderazgo Ileana Ros-Lethinen el 30 de septiembre del corriente año; indiscutiblemente, se trata de una investida líder de la oposición cubana.
Su padre, dirigente del Movimiento Cristiano Liberación, Oswaldo Payá Sardiñas, fue asesinado en julio de 2012 por la tiranía de Castro, coincidencialmente, como el padre de Suu Kyi, héroe de la independencia de Birmania, Aung San, fue asesinado en julio de 1947 por agentes de una conspiración palaciega.
De manera que solo faltaría que le otorgaran el Premio Nobel de la Paz (cosa que no resulta difícil para la izquierda global que controla los mecanismos de Oslo) para tener una figura completa para armar la “transición” en Cuba.
En contrapartida, las sanciones a los ministros de las FAR, del Interior y al jefe del emporio militar/mercantil Gaesa, ex yerno de Raúl Castro, Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, pueden interpretarse como incentivos negativos para crear el escenario de una negociación.
RMP coordina el proyecto “Cuba decide” que propone la realización de un plebiscito vinculante mediante el cual el pueblo cubano decidiría si prefiere la realización de elecciones libres, justas, plurales, con libertad de expresión, prensa, organización, en fin, lo propio de una democracia liberal tipo occidental; o permanecer bajo el régimen comunista. Se le ha objetado que los derechos no son decidibles, en particular los derechos humanos, que se tienen por el simple hecho de ser concebido como ser humano.
Su otra línea de acción es la llamada “ayuda humanitaria”. Recientemente su iniciativa “solidaridad entre hermanos” realizó una colecta de bienes en la ciudad de Miami con la finalidad de enviarla para ser distribuida en la isla a las familias que así lo requirieran. Se dice que la ayuda llegó al puerto de Mariel, donde espera a ser reclamada no se sabe por quién ni mediante qué procedimiento.
En este punto muerto de la “ayuda humanitaria” es inevitable observar las coincidencias en la conducta de la oposición oficial en Venezuela, que el 23 de febrero de 2019 se planteó la determinación de que la ayuda entraba “sí o sí”, para terminar varada en un atolladero en que no puede avanzar ni retroceder.
Asimismo, reincide en la fórmula de realizar otra consulta popular vinculante sin que haya cesado la usurpación ni formado un gobierno de transición, como era su mandato original.
Resulta por tanto que no sólo los regímenes de La Habana y Caracas están unidos en una sola revolución, sino que también algunos sectores de las oposiciones oficiales respectivas parecen estar unidos en un programa y proyecto común.
Pueden rastrearse en el substrato ideológico algunas pistas porque el Movimiento Cristiano Liberación y su proyecto insignia “Cuba decide” son declaradamente demócrata cristianos; así como en Venezuela los partidos Primero Justicia, las varias facciones de lo que fue el partido Copei y a nivel continental la ODCA, que los agrupa a todos, cuyo Consejo Superior se manifestó a favor de las elecciones parlamentarias del 6D, así como lo hizo la Conferencia Episcopal Venezolana.
Joe Biden, que promete seguir la política de Obama hacia Cuba, es católico, aunque con la comunión suspendida por apoyar políticas pro aborto; John Kerry, católico, apostólico y romano; su ya citado ex asistente, Tom Malinowski, polaco, experto en derechos humanos, militante de Human Rights Watch, organización financiada por George Soros, hizo campaña por el cierre de Guantánamo, se desempeña en el lobby anti-Israel y anti-Trump de la Cámara de Representantes.
Sin riesgo de ser acusado de seguir ninguna teoría de conspiración puede afirmarse, sin ofender, que todos son votacionistas a carta cabal, por la convicción de que esta es la única manera de resolver los conflictos de forma “pacífica” y profesan una invencible adhesión a la caridad cristiana, entendida como asistencialismo, la ayuda a los más necesitados.
El mismo cardenal Jaime Ortega reveló que fue él, personalmente, quien fungió de correo entre Raúl Castro, Barack Hussein Obama II y el papa Francisco, durante la negociación secreta del llamado deshielo, que culminó con la reapertura de las embajadas y las visitas al primero de estos últimos.
El superior general de los Jesuitas, Arturo Sosa, quien fuera rector de la Universidad Católica del Táchira, mediador y garante de la seguridad de Chávez durante su golpe de Estado de 1992, ostenta el número 810 en el Manifiesto de Bienvenida a Fidel Castro, dado en Caracas el 1º de febrero de 1989.
Incluso Juan Guaidó es egresado de la Universidad Católica Andrés Bello, por lo que bien podría calificar como hermano de esta santa cofradía.
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