El director
«Tienes que leer este libro», le dijo su hermano a Moisés Kaufman, director de teatro y dramaturgo venezolano, sobre Las aventuras de Juan Planchard, la primera novela del cineasta Jonathan Jakubowicz, también director de Secuestro express, Manos de piedra y Resistance.
Kaufman se devoró el libro y, apenas lo cerró, le escribió a su agente para que se pusiera en contacto con la oficina de Jakubowicz: quería los derechos del libro porque Las aventuras de Juan Planchard merecía contarse en una sala de teatro. A los pocos días el trato estaba hecho.
Comenzó a darle forma al texto, revisar escenas, imaginar actores, tratando de entender, como venezolano que lleva tres décadas fuera de su país, lo que llevaría a escena. Porque Las aventuras de Juan Planchard es un retrato de la depravación en la que el chavismo sumió a la sociedad venezolana contado a través de la historia de un joven de clase media, hijo de profesores universitarios que, gracias a negocios que hizo con el chavismo, amasó una fortuna inimaginable. Es la representación de esa nueva clase social surgida en socialismo: la boliburguesía.
La adaptación de la novela es la primera obra de Moisés Kaufman en español. Galardonado en 2016 con la Medalla de las Artes que concede el presidente de Estados Unidos, vive en Nueva York desde 1987. Es fundador del Tectonic Theatre Project y en Miami lleva, junto con el director y productor Michel Hausmann, Miami New Drama. Es el autor de 33 Variaciones y Actos indecentes: los tres juicios de Oscar Wilde. Ha sido nominado al Emmy y a los Premios Tony.
«A la obra termino de darle forma durante la pandemia. Al principio no fue fácil, pero a medida que pasaba el tiempo fui entendiendo que este es el proceso que nos toca en este momento. Como escritor y director de teatro viviendo en Nueva York, paso los 7 días de la semana fuera de casa, voy al teatro 4 veces por semana, asisto a ensayos. Fue muy schockeante. Estuve muy deprimido las primeras dos semanas», dice Kaufman al mismo tiempo que reconoce que esta ha sido, sin duda, una de las épocas más productivas de su vida.
Jonathan Jakubowicz y Moisés Kaufman nunca habían coincidido. El director de teatro conocía su trabajo en el cine, pero se sorprendió gratamente al leer su primera novela. «Es la obra que me hubiese gustado escribir sobre Venezuela, sobre lo que ha ocurrido todos estos años. Yo quería escribir sobre la situación del país para el teatro, pero no podía, me parecía irresponsable porque, aunque voy con frecuencia, llevo más de 30 años fuera del país. No me atrevía ni a intentarlo», revela.
En Las aventuras de Juan Planchard el dramaturgo encontró muchas de las explicaciones de por qué Venezuela se ha convertido en el país que es hoy. «Es una pieza importante en la literatura latinoamericana, increíblemente acertada. Un texto profundo, rico. Podemos entender a partir de su lectura qué nos pasó. Jonathan tiene un ojo científico que mira la sociedad completa, desde el punto de vista político, económico, social y humano. Por eso decidí adaptarla».
—¿Cuál fue su primera sensación mientras leía el libro y qué sintió al terminarlo?
—Pasé por todas las emociones posibles. Me asombraron algunas partes, sentí asco en muchas otras. Me gustó mucho el humor que maneja Jonathan, lo bien observada que está la novela. Eso me impresionó. Se nota que es un cineasta que además escribe, pues entiende bastante el comportamiento humano. Y por eso me enamoré de la novela.
—Para alguien que mira a distancia lo que ocurre en el país, ¿qué le deja esta lectura?
—Es un análisis clave no solamente sobre la situación venezolana sino sobre las causas que llevaron a lo que nos hemos convertido hoy. Juan es un magnífico personaje de la literatura porque está muy errado. Uno puede identificarse con sus deseos y darse cuenta de la contradicción moral que le suponen sus acciones. A través de su comportamiento observamos el de gran cantidad de venezolanos que han llevado el país a la ruina.
Moisés Kaufman nunca tuvo dudas de quién sería el protagonista de su obra: Christian McGaffney. Con él había trabajado en Caracas, hace 10 años, en la adaptación de Actos indecentes. «Es un actor sumamente inteligente e intuitivo, con una habilidad increíble para compenetrarse emocionalmente con el personaje».
Para el resto de los personajes realizó varios castings hasta que dio con los actores: Elba Escobar en el papel de la madre de Juan; Iván Tamayo, el padre y Cartaya; Daniela Bascopé como Vera; Amanda-Lynn Williams es Scarlet; María Gabriela De Faría (La Brasileña), Rafael De La Fuente (Eduardo) y Franklin Virgüez (Molina).
«Hemos logrado un elenco increíble. A muchos de esos actores crecí viéndolos en el teatro y en las salas de cine. Y tenerlos en una sala de ensayo fue maravilloso», cuenta Kaufman.
Se refiere al encuentro que ocurrió en Miami, en noviembre del año pasado, luego de año y medio trabajando en el texto. Porque una obra sucede en los actores y por los actores, así que era necesario esa experiencia.
«Estuvimos una semana trabajando. Y fue hermoso escucharlos hablar, me conmovió mucho. Estaba regresando a una Venezuela que yo estaba creando. Gracias a ese encuentro tuve otra interpretación del texto, porque el actor te lo presenta de una manera más íntima, lo vive de una manera particular. Muchos de esos actores salieron de Venezuela hace poco, escapando de esa realidad, así que entienden la obra visceralmente. No era yo, como director, el que explicaba; en esta ocasión, eran los actores enseñándole al director y alimentando la obra», relata emocionado.
Esa fue la primera vez que Jonathan Jakubowicz vio la obra, que se iba a estrenar en Miami este año pero la pandemia lo impidió. Fue allí, durante esa semana, que Kaufman entendió lo teatral que era el texto del cineasta y lo difícil que había sido el proceso de edición para llevar lo más relevante a escena. Un episodio lo conmovió mucho mientras adaptaba el libro: la visita de Juan Planchard a sus padres, confrontar lo que ha hecho, entender la magnitud de su millonaria tragedia. «Fue para mí una manera hermosa de entender la situación venezolana a través de esta relación familiar».
La ambición de esta obra, afirma el director, es de teatro griego. «Aquí son los padres quienes pagan el precio del pecado de Juan. Es una novela épica sobre la situación venezolana. Genuinamente épica».
—Lo más probable es que una obra como esta no pueda presentarse en teatros venezolanos: ¿cómo hacer para que el público no se pierda esta historia? ¿Han pensado en ello?
—Muchísimo. Por eso dimos ese primer abrebocas esta semana. Luego, la idea es estrenarla en Miami, traerla a Nueva York, llevarla a Latinoamérica y España, y hacer que los venezolanos en Venezuela la vean, no sé cómo. Pero estamos decididos a llevarla a nuestro país: Jonathan, Michel y yo.
—Jonathan Jakubowicz ha dicho que los libros están pensados para público venezolano. ¿La obra también?
—Yo estoy totalmente convencido de que el público estadounidense debe ver esta obra, toda en español con subtítulos en inglés. Porque es una historia universal, porque el problema moral de Juan puede ser el problema de muchos en cualquier lugar, en cualquier momento.
Mientras se prepara para el estreno de Las aventuras de Juan Planchard, Moisés Kaufman intenta retomar sus rutinas en medio de la pandemia. De vez en cuando se asoma a los bares y restaurantes que han abierto en Nueva York y que le dan un respiro a la ciudad, aunque ve poco probable el pronto regreso de la actividad cultural. Con Miami New Drama participará en un proyecto que presentará obras de teatro en vidrieras vacías en Lincoln Road. «Esto definitivamente nos da oxígeno y Michel busca formas para seguir creando. Cuando no tenemos contacto con el público nos sofocamos», dice.
—¿Cambiará mucho la pandemia la manera en la que se relacionan público y arte?
—No sé los efectos a largo plazo, pero en este momento siento que la gente tiene un inmenso deseo de volver a estar junta en una sala de cine, en una sala de teatro, en la ópera. En el teatro uno va a estar con otro, a disfrutar de otros. Es un espacio mágico donde todo ocurre bajo el mismo techo. Tenemos hambre de estar juntos. Creo que los artistas debemos pensar qué tipo de trabajo debemos hacer para cuando nos reencontremos. Hay un deseo del público de ver algo que nos ennoblezca, que recuerde su humanidad. Creo, definitivamente, que la pandemia afectará el trabajo que vamos a ver. Yo, en lo particular, quiero ver obras que me recuerden nuestra humanidad compartida, que nos hagan sentir menos solo, que nos recuerden que somos parte de eso que llamamos humanidad.
El protagonista
Christian McGaffney había fracasado como protagonista de telenovela en Harina de otro costal, que transmitió Venevisión en 2010 cuando, a través de Michel Hausmann, director artístico de Producciones Palo de Agua, conoció a Moisés Kaufman.
Había hecho el casting para formar parte del elenco de Actos indecentes, la ópera prima de Kaufman y que ese año se estrenaba en el Teatro Escena 8 de Las Mercedes producida por Palo de Agua. En medio de aquella frustración, y con 20 años, se encontró sobre las tablas con Javier Vidal, Juan Carlos Alarcón, Karl Hoffman, Rolando Padilla. «Era el más chamito de la obra», recuerda desde Los Ángeles, donde vive desde hace 4 años con su esposa, María Gabriela De Faría.
El nombre de Jonathan Jakubowicz lo asociaba a Secuestro express, aquella película que vio en las salas del Centro San Ignacio con 15 años. «Un peliculón. Fue un shock. De hecho, me dio miedo bajar al estacionamiento al final. Cuando llegué a mi casa fue que me sentí tranquilo. Era algo que ya estábamos viviendo y que se pondría más fuerte con el paso de los años». No sabía de Las aventuras de Juan Planchard hasta que Moisés Kaufman lo llamó para sumarlo al proyecto.
Leyó el libro el año pasado. Y no dudó en aceptar la propuesta: daría vida a Juan Planchard, un malandro sifrino, como lo describe.
De su nuevo personaje dice que es muy sólido, a la vez ligero, pero con una historia maravillosa.
«A medida que avanzaba en el libro se me paraban los pelos. El episodio en el Cementerio del Este me aguó el guarapo. Y me hizo cuestionarme mucho el pesimismo de Juan, que cree siempre que no hay cambio posible», dice el actor de 31 años de edad. Y esa realidad ha estado siempre allí, agrega, desde que el chavismo llegó a la vida de los venezolanos.
Aunque a veces ha tenido la tentación de juzgar a Juan Planchard, sabe que como actor no lo debe hacer. «Eso te aleja del personaje, sí cuestiono ciertas cosas que hizo, su oportunismo, su cinismo, su decisión de tomar el camino más fácil, pero hasta allí. Porque luego sabes, ya en la segunda parte, que Juan siente que traicionó sus principios, que por su culpa murieron sus padres. Yo a Juan Planchard no le envidio nada».
—¿Cómo se prepara un personaje como este?
—Fíjate que hay mucha cercanía en algunos aspectos. Yo también estudié en la Metropolitana, pero no me gradué. Y he sufrido lo que significa que tu familia se rompa porque el chavismo se metió en el medio.
Y comienza un relato del que dice no habla mucho. Christian se crió con su familia materna en Coche, gente muy humilde, todos de izquierda. Su papá vivía al otro extremo de la ciudad, en La Castellana, un apartamento grande, con vista, donde no estaba encendida VTV todo el día, como pasaba en casa de sus abuelos. «Yo era el opositor de mi familia, eso sí, nunca intentaron cambiar mi posición. Todavía hoy tengo diferencias con ellos por las decisiones que tomaron, porque son corresponsables de lo que ocurre en el país, de que yo haya tenido que emigrar», dice.
—Entonces interpretar a Juan ha sido terapéutico.
—Totalmente, porque en ese sentido hemos tenido vivencias parecidas. Yo tuve mucho tiempo muy mala comunicación con mi madre, con mis abuelos, con mi tío. Me costó perdonarlos por su posición política. Juan ha sido un vehículo para sanar ciertas cosas. Nunca antes me pasó en mi carrera trabajar un personaje con una realidad parecida a la mía. Es jodido no quebrarse.
«Yo –continúa McGaffney– he tratado de entender a Juan, pero siempre llego a la misma conclusión: él es consecuencia de un sistema y termina siendo una víctima, pero supo aprovechar muy bien todas las oportunidades para enriquecerse. Es un personaje ambiguo. Pero nunca en mi construcción del personaje lo he tratado como víctima. Nunca».
Y confiesa que Juan Planchard le ha contagiado el hambre por lograr las cosas. Cosas buenas, dice. «Me ha dado un impulso en un momento en el que lo necesitaba, sobre todo en la manera en cómo enfocar mi carrera».
Una de las mayores obsesiones de McGafnney cuando se instaló en Estados Unidos era estar siempre enterado de lo que ocurría en Venezuela. «Yo no aceptaba que estaba aquí, que me había ido, no podía dormir. Necesitaba sentir que aportaba desde acá y la única manera que encontraba era saber todos los días lo que pasaba, no desconectarme. Y eso me quitó una energía enorme. Un personaje llamado Simón, que hice para el cortometraje de Diego Vicentini en 2017, y Juan me han ayudado a soltar esos demonios».
Christian McGaffney no ve el momento de estar sobre el escenario interpretando a Planchard. Recuerda el trabajo que hizo con el equipo de trabajo, el año pasado, durante las lecturas en Miami. «Fue un reencuentro bonito, honesto, sentí que tenía a Venezuela muy cerca esos días. Me trajo mucha nostalgia».
Franklin Virgüez e Iván Tamayo, que vivieron mucho de lo que pasó en el país, ponían en contexto al director, dice el actor. «Al final salimos con una obra más editada, Moisés con información valiosísima. Siento que será una grandísima puesta en escena para contar la tragedia venezolana de los últimos 20 años, para que el mundo entienda la historia, nuestra historia».
El autor
En noviembre de 2016 Jonathan Jakubowicz publicó su primera novela, Las aventuras de Juan Planchard, una historia con la que se propuso contar a través del mundo de excesos, drogas, prostitución, lujos y derroche pagados con dinero robado por su joven protagonista, gracias a sus relaciones con el gobierno que se ufanaba por ser el modelo del «socialismo del siglo XXI», el más grande desfalco a una nación en la historia reciente.
Estaba seguro de que la segunda parte, La venganza de Juan Planchard, le daría nueva vida a su obra, pero no esperaba ni imaginó que su historia llegaría a una sala de teatro. «Si todo sale como Moisés planea y la obra termina presentándose en una gira internacional, sería algo impresionante para mí. Me siento muy afortunado de que gente tan talentosa se haya enamorado de mi novela. Están amplificando su mensaje y llevándola a un nuevo público y eso, supongo, es el sueño de todo escritor», dice el también periodista residenciado en Los Ángeles.
Muy poco participó en la adaptación que hizo Moisés Kaufman de su novela. Solo vio la primera lectura que se hizo en Miami y le hizo pocos comentarios. El trabajo, dice, es magistral.
A Christian McGaffney lo conoció en la sesión de trabajo en Miami. No tenía idea de quién era. «Pensé que era poco probable que me gustara pues aunque confío ciegamente en Moisés, Juan es un personaje tan particular y tan cercano para mí, que no era fácil de lograr. Pero la verdad es que me impresionó mucho. Su trabajo en el zoom que se mostró esta semana es excelente, pero lo verdaderamente impresionante es verlo en escena, en un teatro. El tipo te transporta y creo que logra ese difícil balance entre buena gente y sinvergüenza, torpe pero inteligente, que es lo que gusta tanto de este personaje».
—¿Cómo es el personaje que te revela Christian McGaffney?
—El personaje es el mismo. Lo impresionante es lo ajustada que es su interpretación. Cuando lo ves en escena, en un teatro con la distancia de una sala, no lo puedes creer. Christian es un gran descubrimiento para mí. No me sorprendería si esta obra define su carrera.
—De esa semana de trabajo en Miami el año pasado, ¿qué rescatas como experiencia para el director de cine, y qué fue lo que más te llamó la atención de un proceso nuevo para ti?
—La verdad es que yo no estaba ahí como director de cine, estaba como escritor y eso fue muy agradable. No había venido a dirigir actores, de hecho pienso que tanto la actuación como la dirección de teatro se parecen muy poco a la de cine, y en buena medida son opuestas. No es lo mismo llegarle a un público que te ve a varios metros de distancia, que a uno que está a pocos centímetros, a través de una cámara. Además cuando dirijo una película soy responsable de absolutamente todo, y la presión va mucho más allá de la parte creativa. La lectura de la obra, por el contrario, me permitía enfocarme exclusivamente en la interpretación del texto. Fue una experiencia muy buena. Supongo que si no me hubiese gustado diría lo contrario. No imagino el infierno que se debe sentir al ver que se arruina tu obra. Pero desde que me senté a escuchar fui atrapado por el texto. En ese momento tenía dos años trabajando en una película y Juan Planchard ni me había pasado por la cabeza. Eso me permitió ser objetivo. Me transportó al mundo de Juan como si lo estuviese descubriendo por primera vez. De hecho, creo que no hubiese podido escribir la segunda parte de la novela de no ser por esa experiencia.
—Ha dicho Moisés que tú, Michel y él harán lo posible por llevar la obra a Venezuela. ¿Realmente lo ves posible? ¿Estudian alternativas más allá de una sala de teatro?
—En la Segunda Guerra Mundial, Karol Wojtyla, a quien después conoceríamos como el papa Juan Pablo II, estaba en un grupo de teatro que hacía obras clandestinas en polaco, pues los nazis habían prohibido el idioma. Nada puede detener al arte que se resiste a la opresión. Encontraremos manera.
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