Durante siglos los filósofos han debatido sobre la naturaleza del amor y la razón. Platón expresa que el razonamiento es el diálogo del espíritu consigo mismo, la idea es el resultado de la reflexión. Esto establece que el hombre tiene la facultad de descubrir y analizar, para así construir una estructura del pensamiento desde sus experiencias y por esto, la razón se puede considerar como algo subjetivo. Para René Descartes la diversidad de opiniones hace que aún siendo la racionalidad igual en todas las personas, los raciocinios sean discrepantes. Una problemática surge cuando constatamos que el entendimiento no logra absoluta independencia del sentimiento, el sentimiento es el movimiento del alma y el alma está en todos los actos del hombre. El más elevado discernimiento del individuo es el amor, según Baruch Spinoza esto no es más que gozar de una cosa y unirse a ella. En la Edad Media surge el afecto romántico cuando se asimila que es de forma sobrenatural. La libertad de conciencia y el sentir confluyen en el desarrollo de las sociedades; el amar se manifiesta con fuerza vital y cuando los seres humanos viven desde la pasión. ¿Quién tiene la verdad?
Si alguna cinematografía en nuestro país explora los caminos más estremecedores de la razón y el amor, sin duda es la de Mauricio Walerstein (Ciudad de México 1945 Ib. 2016), este director y productor dejó una interesante obra a lo largo de más de 30 años de actividad en el país, siendo pilar fundamental de la época de oro del cine venezolano. Sus primeros trabajos resaltan por su contundente discurso político; el cual nos resulta arriesgado, oportuno y trascendental; él plasma un período turbulento en América, cuando las fracturas con la política impulsan a una generación a la insurrección armada. De esa etapa nos quedan Cuando quiero llorar no lloro (1972); Crónica de un subversivo latinoamericano (1975) y La empresa perdona un momento de locura (1978). Es a partir de Eva, Julia, Perla (1979) e Historias de mujeres (1980) cuando la inquietud de Walerstein da un giro radical y comienza la exploración a unos campos menos convulsionados que los políticos pero mucho más aguerridos y trepidantes, la temeraria aventura de las relaciones humanas.
Cuando la Venezuela de inicios de los años ochenta todavía no había sido estremecida por el Viernes Negro y la nación se encontraba en la ebriedad por la ilusoria bonanza petrolera, nuestra sociedad estaba atada a las férreas costumbres y valores que habían forjado los patrones morales, exclusivamente aceptados. En 1982 Mauricio Walerstein lleva a las carteleras un título que sacudiría los cimientos de la moralidad y abría al espectador una brecha en una temática inusitada para la cinematografía local, la homosexualidad. Con La máxima felicidad (adaptación de la obra teatral de Isaac Chocrón) se genera un impacto: A una pareja homosexual se integra una joven mujer, juntos forman un trío de desafiantes amantes, quienes constantemente deben luchar por superar los temores y las barreras a las que esa unión debe enfrentar. Las actuaciones de Marcelo Romo, Virginia Urdaneta y Luís Colmenares y la solvencia de su director crean una película que resulta imprescindible para la valoración de nuestro cine. Su posterior filme es un escándalo, con Macho y hembra (1984) nos arroja al desenfado de una relación nutrida con un amor distinto y de desbordada pasión, un erotismo kinestésico; este filme contó con un guion feminista de mayor sustancia y anticipación a la controversial postura contemporánea. Los tres protagonistas se nos muestran tiernamente vulnerables, la unión formada por Ana, Daniel y Alicia se adentra en una sexualidad lúdica y emocional. Un juego intenso del macho con sus hembras; memorables y virtuosas en sus roles, Elba Escobar e Irene Arcila, se unen a Orlando Urdaneta, quien brinda probablemente la mejor interpretación en su carrera. Tórridas caricias entre las mujeres daban paso a la travesía total de los cuerpos del trío, un discurso escrito con ardientes bocas y sudor carnal. Al final el desbocado amor los supera y como delgadas astillas se fracturan; el macho hundido, acaba vagando, solo en la espesura del reflejo de la fantasía perdida.
De mujer a mujer de 1986 (Elba Escobar, Humberto Zurita, Amparo Grisales y Daniel Alvarado) es una cinta inspirada en un terrible crimen, M.W. nos demuestra el rostro destructivo del deseo, el paroxismo desatado socava la empatía y reduce a los humanos a pérfidas representaciones; dos parejas con primitivos y arrebatados sentimientos, se cruzan, se intercambian, se aceptan y desprecian en una fogosa orgía emocional. Con el corazón en la mano (1988), polémico melodrama encabezado por María Conchita Alonso y Daniel Alvarado, secundados por el actor colombiano Hugo Gómez y nuestra gran Eva Moreno, es el corolario de una nauseabunda sordidez, unos seres abyectos que en el solaz de la impudicia borran los límites éticos; traición, violencia, brutal sexualidad y sangre, privan en la razón de estos mustios personajes. Inolvidable la perturbadora escena de la violación en el baño público, un acto aberrante que vincula a los protagonistas en una relación de perversión y capricho. Este controversial filme fue realizado entre Puerto Ordaz y San Félix, a manera de reflejo nos presenta las crudas realidades de una sociedad que brinda esplendor a unos y priva de luz a otros. Dos largometrajes más cierran el abrasador ciclo del cineasta mexicano en Venezuela, Móvil pasional en 1993 y Juegos bajo la Luna de 2000. El aporte al cine venezolano de este importante creador se extiende más allá de sus cintas aclamadas por el público; junto con Claudia Nazoa, Carlos Azpúrua y Thaelman Urgelles, fue un determinante impulsor de la creación de Foncine y de la primera Ley de Cinematografía en el país; decenas de realizadores a lo largo de más de tres décadas se han beneficiado de la visión y determinación de este gran irreverente del séptimo arte.
Al recorrer la filmografía de Walerstein nos ponemos en contacto con una profunda búsqueda para comprender la relaciones humanas, la construcción del amor se recrea en las agudas formas que escapan de la razón y a los principios establecidos. La violencia y desenfreno; la ternura y diversión; las marchitas sonrisas y las narcóticas lágrimas; son fragmentos de los esquemas rotos de aquellos que se aman hasta el límite. La constante evaluación a la moral en sus películas, es la redención de las cáusticas pasiones con las que provee a su obra de un singular estilo, estilo que nos confronta abiertamente desde las trincheras de nuestro entendimiento. Sin excusas el director se muestra como un artista sin prejuicios, las posturas escandalosos de sus filmes, son muestras de una visionaria intención. En la actualidad cuando temas sobre la diversidad sexual y las distintas manifestaciones afectivas son un lugar común, no deja de ser admirable el atrevimiento de Mauricio Walerstein, quien en épocas de resistencia e intolerancia, retó a nuestras consolidadas tradiciones, arrastrándonos a un terreno distinto. Su cine quizás fue incomprendido para algunos o algo prematuro para otros, pero sin duda marcó como ningún otro realizador en Venezuela la senda furtiva de la pasión.
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