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Hace 47 años murió Pablo Neruda

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Pablo Neruda después de una paliza propinada por supuestos nazis el 28 de diciembrre de 1941 en Cuernavaca

Pablo Neruda (Parral, 1904-1973) nació a la vida y la poesía en los años de auge y decadencia del Modernismo, que había opuesto -desde finales del siglo XIX- un concepto aristocrático del arte a las cansadas realizaciones de los últimos románticos, servidores públicos de nacionalismos, liberalismos, costumbrismos y realismos.

En esos momentos de crisis llegó a Santiago a comienzos de los años veinte y publicó sus primeros libros. Allí leyó en Darío, Herrera y Reissig y Carlos Sabat Ercasty cuyas voces resuenan en La canción de la fiesta (1921) y Crepusculario (1923). El amor y la naturaleza se manifiestan en esos poemas a través de metáforas románticas. El sentimiento de soledad predominante anuncia, a pesar del uso de formas, y motivos tradicionales como el cuarteto alejandrino y los lamparios, ojivas, primaveras, amadas, Pelleas y Melisanda, Paolos y Helenas, la agonía del Modernismo. Neruda tiene los sentidos abiertos a una realidad no idealizada; ve las cosas y los asuntos con ojos cotidianos, fotográficos, con el oído, el tacto y el olfato en guardia ante el peso real del sonido que emite la pandereta de un mendigo ciego, ante el hierro, la ceniza, el yunque, los puentes de los ferrocarriles, el surco, los ár­boles, las playas, el agua lluvia, el agua río, el agua mar, el agua lá­grima y los gestos del cuerpo: el amor y el dolor de amar. El poeta fija las palabras en los pájaros, los insectos, los huevos de perdiz, la cicatriz en la cara de alguien, las tarjetas postales, el olor de la madera, el color de los copihues, el sabor de la carne de cordero, colocándose a buena distancia de la literatura rubendaríaca de entonces. Belleza y fealdad, nobleza y bellaquería se dan cita por igual en Crepusculario expresando el fluir de una vida hecha de inmediatez y vulgaridad. López Velarde, Vallejo y Eliot habían hecho otro tanto entonces, estableciendo nuevas voces y caminos a la poesía en Occidente.

Primera página de El Mercurio de Santiago de Chile el 23 de septiembre de 1973

Más lejano del Modernismo son Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) donde la carne es cuerpo entero y geografía de caminos, montes y abismos. Una naturaleza animal preside su tono cuando equipara la mujer y la tierra, las estaciones del amor y las del año. El procedimiento, esta vez, da forma a los sentimientos colectivos en la transfiguración de los propios mediante un ritmo y melodías que sirven al lector para fabricar sus evocaciones. Por vez primera, en español, un poeta hablaba el lenguaje de sus anónimos y masivos lectores. Lo que explicaría su éxito a través de los años en sucesivas y millonarias ediciones.

Pablo Neruda y Delia del Carril en el Festival Mundial de Berlín en 1951

Neruda vivió durante un lustro en el Oriente, acompañado apenas por un perro, una mangosta y el amor de una joven birmana: Josie Bliss. Esos fueron los años de composición de Residencia en la tierra, publicado en Santiago en 1933 en una edición de lujo de cien ejemplares y reeditado en Madrid, en dos tomos, a finales de 1935. Residencia en la tierra, con cincuenta poemas escritos durante diez años (1925-1935), estableció a Neruda como el mejor testigo de su tiempo: la pasión, la angustia, el tedio y la soledad del hombre en los años de entreguerras están allí retratados en ese itinerario de la descomposición y la decadencia de un mundo y una vida ineludibles. Tierra sin sentido hecha de despojos inesperados: bodegas, ropa interior, pianos deshechos, casas de salud, baba y botellas. Cada gesto, cada rostro es un signo de la destrucción por la muerte: los hombres y sus esfuerzos, las estrellas, las olas, las plantas en sus parábolas diurnas y nocturnas, el paso de las nubes, el amor, las máquinas, la ruina de los objetos cotidianos, la lima del orín, la vejez, delatan el trabajo de la muerte. El mundo hecho cosa y asunto de comercio; una realidad desintegrada que iba quedando también en el jazz, el cubismo y el ex­presionismo. Escrito en una época desdichada y agónica, la ironía de las ideologías haría que Neruda rechazara, este su libro más importante.

Matilde Urrutia y Pablo Neruda en Isla Negra

Caballo de los sueños, Unidad, Sabor, Fantasma, Colección nocturna, Juntos nosotros, Entierro en el este, Caballero solo, Ritual de mis piernas y Tango del viudo son algunos de los prestigiosos e inigualables poemas de este libro capital, escrito -entre ingleses vestidos de smoking e hindúes desconocidos, rodeado de un aire azul y arenas doradas, con la conciencia plena de que ni las víboras y los elefantes milenarios de la selva profunda, podían negarle la visión de millones de seres que cantaban y trabajan junto al agua de los grandes ríos o dormían desnudos en cuerpo y alma bajo las inmensas estrellas.

En Rangún conoció a Josie Bliss, la celosa muchacha que le inspiraría uno de sus más bellos poemas de amor: Tango del viudo. Según ha confesado fue tanta su comprensión del alma y la vida de las gentes orientales, que terminó enamorándose de una nativa que vestía como inglesa, pero que en la intimidad de su casa se despojaba no sólo de su nombre de calle sino de la ropa occidental para usar un deslum­brante sarong. Josie Bliss enfermó de celos. «De no ser por eso, tal vez yo hubiera continuado indefinidamente junto a ella. Sentía ternura hacia sus pies desnudos, hacia las blancas flores que brillaban sobre su cabellera oscura».  Odiaba las cartas que llegaban al poeta del otro lado del mundo; escondía los mensajes, miraba con rencor el mismo aire que rodeaba a Neruda, llegando incluso, una noche, vestida de blanco y empuñando su largo y afilado cuchillo, a pasar horas alrededor de la cama del poeta meditando su muerte. Tango del viudo, «trágico trozo de mi poesía destinado a la mujer que perdí y me perdió porque en su sangre crepitaba sin descanso el volcán de la cólera»: Oh Maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia, /y habrás insultado el recuerdo de mi madre/llamándola perra podrida y madre de perros…

Neruda y Salvador Allende en campaña en 1969

El segundo de los volúmenes de Residencia en la tierra publicados en Madrid incluye poemas que también gozaron de gran popularidad como Barcarola, Entrada en la madera, Walking around, Agua sexual, Oda a Federico García Lorca, y el homenaje al Conde de Villamediana: El desenterrado, que junto a Las furias y las penas (1939) cierran el ciclo surrealista de su obra. En todos ellos rechaza la sociedad y la racionalidad mediante el fluir subconsciente y espontáneo de la voz; la vida carece de lógica, un definitivo ordenamiento de la realidad no existe. Pero en las tres últimas partes de Tercera residencia (1947) la poesía política se impone. Nada de melancolía o aislamientos, ni caos, ni destrucción del mundo, ni falleceres eróticos. La Guerra civil española y la Segunda guerra mundial le llevaron a escribir Reunión bajo las nuevas banderas, con una poesía impura, material, que estaba anunciada en Cantos materiales, publicados el mismo año de su arribo a España y como homenaje al poeta de los escritores españoles.

Residencia en la tierra, 1935

A finales de la Guerra Civil Española fue publicado, en un viejo monasterio cerca de Gerona por los miembros del Ejército del Este bajo la dirección de Manuel Altolaguirre, España en el corazón. Himno a las glorias del pueblo en la guerra (1938). Es uno de los libros con más rara historia. Su papel fue fabricado con trozos de banderas enemigas y ensangrentados uniformes bajo continuos bombardeos; los pocos ejemplares que lograron salvarse fueron conservados por sobrevivientes que cruzaron la frontera francesa. Quizás como ningún otro acontecimiento de su vida, la Guerra Civil Española marcó el alma del poeta. De allí que el tono de este libro sea, más que ideológico, personal, de odio y rencor contra aquellos que le arrebataban a sus amigos, a Federico García Lorca y las ciudades españolas, Madrid, que tanto amó:

Generales

traidores:

mirad mi casa muerta,

mirad, España rota:

pero de cada casa muerta sale metal ardiendo

en vez de flores,

pero de cada hueco de España

sale España,

pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos,

pero de cada crimen nacen balas

que os hallarán un día el sitio

del corazón.

Publicado por primera vez en 1950, Canto general fue durante muchos años uno de sus más celebrados libros. Bajo la influencia de los muralistas mexicanos, que había conocido y admirado personalmente durante su estadía en aquel país, Diego Rivera, Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, Neruda decide hacer una historia de América teñida de las visiones de amor y odio que por hechos y personajes había configurado en sus cuarenta y seis años: América como campo de batalla entre los nativos, unidos en el amor por la tierra y si mismos, y aquellos que desean y han logrado humillarla y expoliarla. El poema se inicia con el encomio a la tierra y los seres que la habitaban antes del «descubrimiento» y la conquista. De un lado están los aborígenes y aquellos que comprendieron con amor el nuevo mundo.

España en el corazón, 1938

La intimidad de Neruda con el océano Pacífico le dictó El gran océano, donde reconstruye míticamente la misteriosa Rapa Nui o Isla de Pascua con su estatuaria mohai labrada en piedra de lava volcánica; establece un diálogo con las profundidades abismales; dedica poemas a los pájaros marinos, a los habitantes de las costas y de los suelos del mar, con una riqueza verbal y conocimiento espléndidos. Neruda habla además de los barcos, los marineros, las piedras y hace el elogio de la noche marina, la otra noche del mundo:

¿Quién eres? Noche de los mares, dime

si tu escarpada cabellera cubre

toda la soledad, si es infinito

este espacio de sangre y de praderas.

Dime quién eres, llena de navíos,

llena de lunas que tritura el viento,

dueña de todos los metales, rosa

de la profundidad, rosa mojada

por la intemperie del amor desnudo.

Cientos de poemas y numerosos libros continuaron la labor de Neruda hasta su muerte. Neruda, más que un poeta, es un cosmos, y su exploración corresponderá al río del tiempo. Su trágica muerte, en los primeros días de la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet, desmintió a sus detractores: la poesía tenía que seguir estando de parte del hombre.

 

 

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