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Salón de relegados (XV): Edoardo Crema

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Humanista italiano que bien pudo proyectar una refinada actividad cultural a través de su quehacer educativo y literario en Venezuela. Tal es el caso del profesor Edoardo Crema (Montagnana, 1892 – Caracas,1974); escritor, pedagogo, poeta, investigador, historiador y crítico. Fue profesor titular en el Instituto Pedagógico de Caracas y en la facultad de Humanidades de la Universidad Central de Venezuela (UCV), donde asumió las cátedras de Estética, Literatura Moderna, Literatura Griega y Latina e Italiana; así como de la cátedra de Historia del Arte en la Facultad de Arquitectura, también impartida en la Escuela de Artes Plásticas, desde 1938 hasta 1963.

Como investigador literario, destacan las publicaciones dedicadas al estudio de la obra de Andrés Bello, Antonio Arráiz,  Francisco Lazo Martí, o las Interpretaciones críticas de literatura venezolana.  Su libro El arte como relación creacionista ofrece un esfuerzo conceptual por entrelazar las Bellas Artes, para así presentarlas mediante un didáctico método de aprendizaje de accesible profundidad. Sin embargo, no es en este trabajo donde está su más notable e injustamente relegada obra.

A pesar del largo y nutrido esfuerzo como investigador, maestro, traductor y poeta, su más relevante trabajo poco se conoce y difunde (ni siquiera es mencionado en los enciclopédicos buscadores de Internet): La Divina Comedia de Dante Alighieri, en traducción al español versionada por el profesor Crema.

Producto de una  titánica investigación urdida durante su vida caraqueña, se editaron en Caracas tres libros alrededor de la seminal Comedia: Dante, un desconocido (Instituto Pedagógico, 1959), ensayo introductorio con fragmentos del seminal poema; Dante (UCV, 1966), extensa antología comentada, y, por último,  la versión integral de La Divina Comedia (Instituto Pedagógico,  1972), compuesta en cuidados tercetos —según la pauta original de Dante—, atendiendo a la rima, a las imágenes líricas —“Infierno”, “Purgatorio” y “Paraíso”— y al épico matiz poético de la magna obra.

Con el fin de procurar relectura, o acaso de revelar la existencia de una obra fundamental dentro del quehacer literario realizado en Venezuela, va de seguidas una breve selección de los tercetos del profesor Crema, en su versión de La Divina Comedia.

INFIERNO

Canto I (monólogo inicial de Dante). 

 

De nuestra vida en mitad del camino,

me encontré dentro de una selva obscura,

pues la directa vía era perdida.

 

¡Ay, que decir cómo era es cosa dura,

esa selva, áspera, fuerte,

que en recuerdo mi terror renueva!

 

Tanto amarga, que poco más, es muerte:

mas, para hablar del bien allí encontrado,

Diré de las demás cosas que he visto.

 

Canto II. (encuentro de Beatriz con Dante)

 

“Yo soy Beatriz, la que marchar te hace;

vengo de un sitio adonde volver quiero;

me impele Amor, que hablarte así, me hace.

 

Cuando estaré delante al Señor mío;

A menudo, con Él, haré tu elogio”.

Entonces se calló y yo le dije:

“Mujer toda virtud, por quien excede

la especie humana cuanto abriga el cielo

cuyos círculos son los más pequeños

 

tanto me agrada tu orden, que si hubiera

obedecido ya, tarde sería:

no es preciso insistir en tus deseos.

 

Mas dime por qué causa tú no temes

descender hasta aquí, en este centro,

desde el lugar al cual volver anhelas”.

 

“Puesto que tan adentro saber quieres”,

contestó, “te diré muy brevemente

por qué no temo haber aquí venido.

 

Temer se debe solo de las cosas

que tienen el poder de hacernos daño;

mas no de las que en sí no son dañinas.

 

Gracias a Dios, yo soy tal que no puede

ni siquiera rozarme esta miseria,

ni asaltarme la llama de este incendio.

 

Una dama gentil sufre, en el cielo

por este impedimento al cual te envío,

y una dura sentencia así mitiga”.


Canto V (Dante se encuentra a Francesca Rímini)

Después a ellos me volví, les dije,

y comencé: “Francesca, tus martirios

me llevan a llorar, piadoso y triste.

 

Dime: al tiempo de los dulces suspiros,

¿cómo y con qué amor os concedía

que conocierais los vagos deseos?”.

 

Y aquella a mí: “Ningún dolor más grande

que recordar el tiempo de la dicha

en la miseria, y tu doctor, lo sabe.

 

Mas, si por conocer del amor nuestro

la primera raíz, tanto amor tienes,

haré como quien habla y llora a un tiempo”.


-Canto XXVI (Odiseo habla a Virgilio y Dante)

El mayor cuerno de la llama antigua

comenzó a sacudirse murmurando,

como llama que el viento fatigara,

 

luego cimbreando de una parte a otra

la punta, como lengua ágil que hablara,

echó fuera su voz y dijo: “Cuando

 

de Circe me alejé, que me sustrajo

por más de un año cerca de Gaeta,

antes de que le diera el nombre Eneas,

 

ni la piedad por el anciano padre,

ni ternura de hijo, ni el cariño

que alegrar Penélope debía,

 

vencer pudieron en mi pecho el ansia

que me prendió por conocer el mundo

y los vicios del hombre y los defectos:

 

mas me lancé por el gran mar abierto,

con sólo un barco y con la compañía

exigua, por la cual no fui dejado.

 

Vimos las dos orillas, la de España

y de Marruecos, la islam de los Sardos,

y las demás que el mismo mar rodea.

 

Éramos todos ya viejos y tardos

cuando llegamos a la boca estrecha

do Hércules plantó sus dos barreras,

 

Para que nadie más allá se fuera;

a  mi derecha me dejé Sevilla,

Ceuta a mi izquierda ya dejado había.

 

“Hermanos”, dije, “que por cien mil riesgos

conmigo habéis llegado al occidente:

a la vigilia tan corta de nuestros

 

sentidos, que nos queda todavía,

no le neguéis de hacer, al sol siguiendo,

experiencia del mundo despoblado.

 

Considerad vuestra simiente: fuisteis

forjados no para vivir cual brutos

sino para seguir virtud y ciencia”.

 

Tanto excité, con esta oración breve,

mis compañeros, que con pena, luego

los hubiera en la ruta detenido.

 

Y vuelta nuestra popa hacia el oriente,

volvimos, siempre andando hacia la izquierda,

alas los remos para el loco vuelo.

 

Todos los astros ya del otro polo

la noche vía y el nuestro tan bajado

que del suelo marino se salía.

 

Cinco veces prendida y cinco muerta,

era la luz debajo de la luna,

desde que entramos en el alto paso,

 

cuando un gran monte apercibimos, bruno

por la distancia y al aparecer tan alto

cual ningunos, hasta entonces, visto habíamos.

 

Nos alegramos y lloramos luego,

pues de la nueva tierra un ciclón vino

y de la nave percutió la proa.

 

Tres vueltas le hizo dar con toda el agua,

con la cuarta le alzó la popa, y abajo,

como lo plugo al Otro, hundió la proa,

hasta que el mar se nos cerró encima.


PURGATORIO

(Canto VI)

Ven a ver a tu Roma y cómo llora

sola y viuda, llamando noche y día:

“¿Por qué no me acompañas, Cesar mío?”

 

ven a ver a la gente, y ¡cómo se ama!,

y si nada a piedad de nos te mueve,

¡Ven a tener vergüenza de tu fama!

 

Y si lícito está, Supremo Jove,

que fuiste aquí, por nos sacrificado,

¿tus ojos justos a otra parte miran?

 

¿O es preparación, que en el abismo

haces de tu consejo, para bienes

de nuestra comprensión lejos del todo?

 

¡Que las tierras de Italia de tiranos

rebosan todas y cualquier villano

funda un partido y vuélvese un Marcelo!

 

¡Oh mi Florencia, estar contenta puedes,

de aquesta digresión que no te toca,

merced del pueblo tuyo que se ingenia!

 

Muchos en sí tienen lo justo, pero

lo llevan tarde, por pensar, al arco:

¡mas tu pueblo lo tiene a flor de labios!

 

Muchos rehúsan los cargos públicos

mas tu pueblo solícito responde

sin ser llamado y grita: ¡Yo lo acepto!

 

Con que alégrate, pues ¡motivos tienes:

tú rica, tú con paz, tú con la ciencia:

si verdad digo, pruébanlo los hechos!

 

Lacedemonia y Atenas, que forjaron

las viejas leyes, siendo tan civiles,

del buen vivir han dejado exiguas muestras,

 

respecto a ti, que tejes tan sutiles

providencias, que al quince de noviembre

no llega lo que hilaste en el octubre.

 

¡Cuántas veces en tiempos no olvidados,

leyes, monedas, cargos y costumbres,

has mudado y renovado miembros!

 

Y si bien claro ves y bien te acuerdas

verás que te asemejas a la enferma

que en las plumas no puede hallar alivio,

 

¡y su dolor engaña con dar vueltas!


Canto XXX (refiriéndose a Beatriz y Virgilio)

Yo he visto ya, al despuntar el día,

la región oriental toda rosada,

y el resto adorno de un sereno hermoso;

 

y la cara del sol nacer nublada,

tal que por la templanza de vapores,

la vista le aguantaba largamente:

 

a través de una nube, así, de flores,

que de angélicas manos se vertía,

y dentro y fuera, abajo descendía;

 

cinta de oliva sobre un blanco velo,

una mujer yo vi, con verde manto,

vestida de un color de llama viva.

 

Y mi espíritu que vivido había

por tanto tiempo, sin que su presencia

la abatiese temblante, estupefacto,

 

sin más conocimiento de los ojos,

por oculta virtud que movió de ella,

de un antiguo amor sintió la gran potencia.

 

En cuanto percibió mi vista la alta

virtud que traspasado ya me había

antes de que saliera de la infancia,

 

a izquierda me volví, con el respeto

con el cual corre el niño hacia la madre,

cuando es aflicto o tiene miedo,

 

a decir a Virgilio: Ni una dracma

de sangre me ha quedado, que no tiemble,

¡conozco el signo de la llama antigua!

 

Mas Virgilio amenguado nos habla

de sí mismo, Virgilio el dulce padre,

Virgilio a quien me di para salvarme.

 

Ni cuanto nos perdió la madre antigua

impidió que mi rostro ya limpiado

por el rocío, húmedo volviera.


PARAÍSO

Canto XXXIII (Soliloquio de Dante. fragmento final)

En la profunda y nítida sustancia

de la alta luz, tres círculos yo vide,

de un solo contenido y tres colores:

 

y como iris de iris, parecía

reflejo el uno de otro; y parecía

fuego, el tercero, que soplara de ambos.

 

¡Oh, cuánto es corta el habla, y cómo débil,

para mi concepción! Y comparado

con lo que vi, es poco lo que te digo.

 

¡Oh eterna Luz, que sola en Ti resides,

sola te entiendes, y, por Ti entendida

y entendiendo, Te amas y Te halagas!

 

El cerco concebido así, que adentro,

en Ti, luz reflejada parecía,

algún tiempo por mis ojos mirado,

 

dentro de sí, con su color, la efigie

nuestra, me pareció pintada, y en ella,

por esto, concentré toda mi vista.

 

Cual geómetra que todo se esfuerza

para medir el círculo, y pensando,

no halla el principio que le necesita,

 

así yo estaba ante visión tan nueva:

ver cómo deseaba como se adaptaba

al círculo de la efigie, y allí se ubica:

 

mas mis plumas no eran para tanto:

y si logró mi mente su deseo,

es porque fue por un fulgor herida.

 

Y faltó fuerza, a mi alta fantasía:

mas ya, deseo y voluntad movía,

como una rueda por igual movida,

 

el Amor que al Sol mueve, y demás astros.

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