El método marxista leninista ha sido el mismo desde hace 100 años. Aprovechar o crear inestabilidad, desorden, para que la urgencia básica de seguridad lleve a la comunidad a pedir a gritos un ordenador, que suele ser uno con un discurso sencillo, lógico y vendible: tenemos guerra, yo les traigo la paz. Y con antecedentes que lo hacen creíble (exmilitar, exministro de defensa, exterrorista). La segunda parte del proceso es más dramática, pues se basa en la relación alimentación- lealtad al partido Estado y su camarilla. Las prioridades se alternan ahora, urgen los ácidos gastrointestinales por sobre la amígdala cerebelosa. Esta dinámica, suficientemente documentada en la historia, es cruelmente pavloviana y los primeros en caer son los intelectuales e intelectualoides que justifican ante la comunidad el apoyo a la dictadura nazista, estaliniana, comunista o castrochavista. Son los seducidos de los que habla el suicida Münzenberg.
Colombia ha sufrido menos de hambre que de inseguridad, que está reapareciendo. Venezuela no experimentó ninguna de las dos, por lo menos en el último siglo y ahora sobrelleva ambas. Pero la imprevista pandemia está unificando en un solo escenario binacional el desempleo, la pobreza, el hambre, la inseguridad y la violencia. En Venezuela, el levantamiento por falta de comida, combustible y energía, revienta en cada esquina. “Estoy sin gas, sin agua, ahora viene el racionamiento de luz, sin gasolina (…) Salimos a protestar para desahogar esa rabia que tenemos dentro”, dice un entrevistado. “Se produjeron más de 4.000 protestas durante el primer semestre de 2020, la mayoría en reclamo de derechos básicos como alimentación o mejoras de servicios públicos. Las revueltas han dejado más de un centenar de detenidos, decenas de heridos y cuatro fallecidos”, dice el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS).
El país que malgobierna Maduro está a punto de caramelo. El caradura y su comparsa ya no están tan seguros de que Moscú y Pekín les den su apoyo irrestricto y la probabilidad de enfrentar un juicio por violación de los derechos humanos es cada vez más real, a menos que se logre una negociación antes de que haya un estallido social mayor e incontrolable o que agentes extranjeros los arresten. En las actuales circunstancias de nada sirven sus misiles.
Con la presencia cotidiana de hambreadas y errabundas familias venezolanas es muy difícil que los colombianos compren el paraíso del socialismo del siglo XXI, ante lo cual solamente la desestabilización del país podría llevarnos a aceptar la oferta comunista salvadora. A esa desestabilización le apuntan el Foro de Sao Paulo, Miraflores y sus brazos Sebim, Dgcim, las FARC, el ELN y Cuba. El narcotráfico financia esta intentona, cuatro años después de la ahora deshilachada confección Santos-Cuba-FARC.
Curtidos en violencia, sin embargo, los colombianos si percibieran una fuerza pública débil y unas organizaciones narcoterroristas en crecimiento pueden saltar fácilmente a la autodefensa. El caso Ordoñez, muerto en un mal empleo de la fuerza policial, logró colocar la institución en el foco de interés de la izquierda y de los politiqueros oportunistas. Esta institución, de naturaleza flexible, adaptable y versátil, soportará este nuevo intento para su politización. El Ejército es otro cantar. La institución bicentenaria ha sido durante dos décadas la de mayor confiabilidad en el país aunque algunos poderosos medios han logrado mellar un poco su imagen pública y confundir a muchos de sus miembros. El caso Juliana, muerta accidentalmente en un retén militar, es un buen ejemplo de esto.
El asunto es regional. Sin partidos políticos, sin justicia mínimamente creíble, con severas crisis económicas y unas fuerzas públicas cuestionadas, ambos países están entrando a una zona de turbulencia severa que los sumirá en un desastre o que los sacará a un aire limpio, solo si los militares venezolanos recuperan su papel histórico y los militares colombianos mantienen su posición de honor y no permiten que ningún padrino los manipule.
Entre Bogotá y Caracas se está formando una tormenta tropical que ya ha desatado algunos flatos bolivarianos. Esta temporada de huracanes en el Caribe se puede extender hasta diciembre e incluso, según nuestros meteorólogos políticos, podría continuar hasta abril de 2021.
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