Lo peor que le ha ocurrido a la oposición venezolana en su larga lucha por la democracia es haber perdido la unidad en el momento crucial de la contienda, cuando el régimen chavista confronta su peor momento por el agravamiento de la situación nacional, el rechazo de la inmensa mayoría, la pérdida de legitimidad, el desconocimiento por parte las democracias del mundo, la aplicación de fuertes sanciones internacionales y las graves denuncias de corrupción y violación de los derechos humanos realizadas por los organismos internacionales más importantes de la región y del mundo (OEA y ONU)
En la primera parte de la lucha, cuando se enfrentaba a Chávez con su mayoría, su liderazgo y sus multimillonarios recursos, la oposición estaba unida, tenía mayor claridad política y no existían posiciones ambiguas en sus filas. Eso no ocurre en la actualidad. Una fracción minoritaria, pero no por ello insignificante o sin peso, se ha separado de la oposición y ejerce contra ella una crítica tan dura y continua, que no pareciera adversaria del régimen, sino componente del mismo.
¿Cuál es la causa de este quiebre opositor? El origen del problema radica en el tema de la participación electoral. La cuestión ha estado planteada en todas las elecciones posteriores al 6 de diciembre de 2015. El régimen, sabiéndose sin mayoría desde su gran derrota de ese día, manipuló todas las elecciones posteriores, haciéndolas inaceptables para la mayoría de la oposición. Una fracción minoritaria de esta, que aceptó sumisa o “políticamente” los atropellos del chavismo, aceptó participar en las elecciones de alcaldes, gobernadores y presidente de la República de los años 2017 y 2018 y está dispuesta a hacer lo mismo en la elección del próximo mes de diciembre para elegir la nueva Asamblea Nacional.
Esta diferencia de actitudes dentro de la oposición es la manifestación de dos concepciones opuestas en relación con el chavismo, su naturaleza y la manera de combatirlo. Los partidarios del voto no están convencidos de la esencia inmutable, antidemocrática, excluyente y totalitaria del régimen y creen, unos de buena fe y otros interesadamente, que una concurrencia electoral masiva de la oposición puede cambiar la situación política del país, paso previo a su recuperación. En realidad intentan lograr una convivencia o cohabitación pacífica con el régimen para resolver los grandes problemas nacionales. Así lo han expresado.
La mayoría opositora no cree que eso sea posible. Considera que el chavismo es una dictadura militar disfrazada de democracia, para la cual el voto es solo una prenda más del disfraz. En respaldo de esta posición se exhibe lo ocurrido a la Asamblea Nacional elegida en diciembre de 2015, cuando la oposición unida derrotó al régimen en una proporción de dos a uno y este desconoció su derrota y anuló el triunfo opositor inhabilitando ejecutivamente al Poder Legislativo, el más emblemático del sistema democrático por ser la expresión misma de la soberanía popular. Esta situación inconstitucional e ignominiosa se ha mantenido por cinco años y aún subsiste, en pleno proceso para elegir la nueva Asamblea Nacional que sustituirá a la inhabilitada. ¿No constituye este hecho bochornoso una demostración palpable de la nulidad del voto en el contexto político actual del país?
Este dilema no será resuelto con diatribas, imputaciones y críticas entre sectores opositores. De ello hemos tenido suficiente. Las razones que se esgrimen de uno y otro lado encubren elementos políticos, económicos y personales tan variados y complejos que imposibilitan el consenso. La lucha antichavista está en su nivel más avanzado, más dificultoso y de mayor sufrimiento para todos. En ese punto es natural que se produzcan rompimientos y quiebres de lealtad, confianza y resistencia y que se busque una tregua y una negociación, aunque ello implique claudicar algunas posiciones. Solo el tiempo y el desarrollo de los acontecimientos dirán quiénes tenían la verdad de su parte. Mientras tanto, seguiremos sufriendo las consecuencias de nuestra infortunada situación.
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