Ya en la mediana edad, Roque está envuelto en un tornado de autodestrucción. Sale de un barranco, desorientado, y el carro está volcado. Camina en medio de una protesta hasta llegar a casa de sus padres. “¿Dónde está el carro?”, le preguntan. “Me robaron”, miente. Pero sus progenitores no soportan más sus vaivenes y su adicción al alcohol, lo que los lleva a tomar una decisión radical: debe irse de la casa al final del día. Así que toma una mochila con pocas pertenencias y se adentra en el Amazonas, en búsqueda de un campamento turístico en el que estuvo hace algún tiempo. Decide recuperarlo del abandono mientras consigue dinero trabajando en una mina ilegal y, en el camino, superar su problema con la bebida. Difícil: llega a un lugar donde a cada rato le preguntan “¿no quieres un roncito?”.
Esa es la historia de La fortaleza, el segundo largometraje del venezolano Jorge Thielen Armand, que toma nuevamente una historia íntima y personal. En La soledad, su ópera prima que estrenó en 2016 en la sección Biennale College del Festival de Cine de Venecia, tomó a un amigo de la infancia y la casa de sus bisabuelos en disputa, para hablar, de forma metafórica, sobre la riqueza, a partir de la búsqueda de un presunto tesoro en el recinto. Pero en esta ocasión toma partes del pasado y del presente de su papá, Jorge Roque Thielen (que se interpreta a sí mismo) para continuar haciendo un registro familiar e, ineludiblemente, del país.
La fortaleza (2020)
Jorge Thielen Armand
Género ficción – 108 minutos
Proyección: del 11 al 23 de septiembre en el Festival de cine venezolano
Entradas en Trasnocho Cultural
Festival del Reino de los Países Bajos del 25 septiembre al 1 de octubre
Entradas en Trasnocho Cultural
Ya en la posproducción de La soledad algunos bosquejos del proyecto estaban en la mente de Thielen y del coescritor, productor y director de fotografía Rodrigo Michelangeli, con quien fundó la productora La faena Films en 2015. “Ya habíamos aprendido mucho en La soledad y la verdad fue un proceso más fluido”, dice el director, desde Roma, sobre el desarrollo del guion, que supuso un reto por los matices personales de su papá y el entorno de la selva.
El rodaje se realizó entre Caracas y el estado Bolívar, en los alrededores del Parque Nacional Canaima. Pero no era el lugar planificado inicialmente. Así como volvió a la casa de sus bisabuelos en La soledad, Thielen quería volver al campamento turístico original que tenía su padre, en una zona llamada Arekuna. Toda la película estaba pensada en ese lugar. El primer obstáculo fue encontrar el sitio completamente en ruinas y no había instalaciones para que el equipo se quedara. El otro lo puso la comunidad pemón de la localidad. Desconfiada, no dio el permiso para rodar. Así que semanas antes de comenzar la producción, todo cambió.
Luego, con todo arreglado y nuevas locaciones, de camino a la selva hicieron una parada en Puerto Ordaz, que coincidió con la entrada de la ayuda humanitaria al país, anunciada por Juan Guaidó el año pasado, que llevó a las calles a funcionarios del régimen para impedir que pasaran las donaciones. “Nos quedamos un día más en Puerto Ordaz y perdimos todo un día de rodaje. Finalmente llegamos a Canaima y luego vino el apagón nacional y realmente creo que tuvimos suerte. La electricidad en esa zona proviene de un generador que está pegado al Salto El Hacha. Mientras el país estaba sin luz, logramos cargar las baterías. A pesar del reto logístico, porque no hay carreteras y todo es mucho más costoso, fue una bendición”, cuenta.
Agrega: “Es un lugar seguro porque no hay crimen, pero tienes los sentidos siempre despiertos por una rama, un bicho; siempre hay una situación de peligro. Es también un lugar que tiene una energía muy fuerte, un calor fortísimo. Mientras estábamos ahí, la gente no se enteraba de que le pasaba a su familia, fue difícil. Pero de todos modos fue un buen espacio para estar concentrado en la película y devoto a todo el proceso cinematográfico”.
Así que durante 42 días rodaron la película de forma cronológica, con actores sin experiencia, pero que viven en el lugar y que forman parte de la historia tanto del director como la de su papá. Yoni (Yoni Naranjo) vive en el lugar y gerencia una mina ilegal y Leudys (Leudys Naranjo) hace vida en la zona. “Trabajamos con las técnicas que habíamos desarrollado en La soledad. Mantuve la filosofía de un set íntimo, pocos elementos artificiales con respecto a los elementos de luz, técnicos de arte, no darles marca a los actores, no darles el guion”, indica.
Contaron, además, con Carlos Medina, un coach de actores colombiano e hicieron un entrenamiento previo para enseñar al elenco a estar juntos y cómodos frente a la cámara. “También hice hincapié que no dijeran los parlamentos del guion al pie de la letra, sino que los adaptaran a sus propias palabras”, señala Thielen sobre el proceso que, intrínseco, tiene fortaleza. “La palabra tiene muchos significados, la ‘fortaleza’ de hacer esta película en esas condiciones, con mi padre, era algo que me interesaba. También la búsqueda del personaje, de mi padre y la mía también, como la búsqueda de la fortaleza interna. Pero también es cierto que el protagonista, de cierta manera, va a construirse una fortaleza, entendida esta como el último refugio. De alguna forma, el Amazonas es la fortaleza de Venezuela. Y los tepuyes tienen forma de fortaleza. Yo en el exterior estoy también como en una fortaleza”.
El Father plays himself: el rodaje paralelo
Mientras el equipo filmaba a Roque y sus vaivenes entre evitar el alcohol, arreglar el campamento y luego sucumbir nuevamente ante la bebida, había otra cámara detrás de ellos. Realmente, detrás del director Jorge Thielen y su papá, Jorge Roque Thielen, llevada por la cineasta italiana-americana Mo Scarpelli y que se convirtió en el documental El Father Plays Himself, que se estrenó en el Festival Visions du Réel, en Suiza.
No se trata de un making of, ni las vicisitudes que tiene una producción de ficción. Esa no es la película que ella quería hacer, sino “una enfocada en la relación padre e hijo y que se vio afectada por el proceso cinematográfico, y qué tan lejos se llevarían el uno al otro, y de eso ver qué me podía revelar sobre el ser humano”, le explica la directora en una entrevista a la Revista Caligari.
Añade: “La preproducción y producción de La fortaleza fue la mayor parte del tiempo que padre e hijo habían pasado consecutivamente juntos quizás en sus vidas. Así que la película que hicieron fue algo precioso que nunca tuvieron: tiempo”.
En su filmografía, Scarpelli tiene dos largometrajes documentales: su ópera prima, Frame by Frame (2015), dirigida junto a Alexandria Bombach, relata la historia de cuatro fotoperiodistas trabajando en Afganistán; y Anbessa (2019), que explora el mundo de la construcción, la globalización y la occidentalización a través de los ojos de un niño etíope de diez años.
Para Thielen al principio fue extraño, pero luego la cámara se hizo invisible. “La persona que hizo el documental es mi esposa. En cierto sentido fue algo bueno porque yo le tengo mucha confianza a ella, al igual que mi papá. No hizo entrevistas. Es 100% estar en el momento. Si hubo momentos donde me hubiese gustado que no estuviera, pero también tenía el compromiso con ella y al final pienso que no me perjudicó la película: más bien se documentó algo que queda para nosotros y que es una película independiente, no es un making of para nada. Es una película de un padre que actúa en la película de su hijo y un retrato íntimo de lo que significa ese proceso”.
Un “álbum fotográfico”
La fortaleza se estrenó como parte de la Tiger Competition del Festival de Cine de Rotterdam, en Países Bajos, en enero. Pero pronto llegó la pandemia y la gira por festivales se vio interrumpida. Unos se cancelaron, como el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, y otros sacaron el film de programación al reducir el número de películas. Pero ya se preparan para el estreno en Asia, en el Festival Internacional de Busan, en Corea del Sur, uno de los más importantes de ese continente.
El largometraje forma parte de una trilogía relacionada con el sentimiento de pérdida y con el que el director crea un álbum fotográfico de una familia que, señala, ya no tiene. “Las películas son como un vehículo para volver a Venezuela, porque me tuve que ir, otros también se fueron. Además, son un archivo. Es retratar el país como es en la realidad contemporánea, porque este gobierno se ha empeñado en cambiar la historia, en cambiar la cultura y la identidad venezolana. Para mí ha sido importante retratar la experiencia y crear un álbum fotográfico de lo que queda de mi casa, de mi papá, todo eso forma parte de lo que me motiva en hacer las películas”.
La tercera entrega es La cercanía, en la que ya se encuentra trabajando, pues la pandemia de covid-19 contribuyó a que se desarrollará el guion. Esta vez se centra en la identidad y cómo se transforma cuando las personas dejan su país. Thielen deja claro que aún “falta mucho” para filmar.
Inspirada en un familiar, sigue a una joven que decide irse a Francia, dejando atrás a su padre: allá debe vivir con su exesposo y la nueva esposa de este. “Está más centrada en la psicología de la chica y el limbo mental donde quedan las personas porque no pueden definirse en un país nuevo, pero tampoco pueden separarse de la añoranza y la cercanía con Venezuela”.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional