Sigue pasando el tiempo y los venezolanos continuamos padeciendo los desmanes de una cuarentena, que más allá de frenar y controlar el virus chino, ha terminado frenando nuestro disgusto y controlando nuestro accionar. Ha dirigido nuestros caminos a la búsqueda de una real y cruda subsistencia sin posibilidad, por ahora, de dirigirnos hacia un nuevo horizonte. La mayoría de los que se vieron forzados a irse del país, por razones políticas, sociales y económicas, hace un extraordinario esfuerzo por ayudar a los familiares que acá quedaron. Sin dudarlo, realizan las tareas más variadas, muchas no cónsonas con su nivel académico, para salir adelante y paliar de alguna manera la soledad emocional, las dificultades alimenticias y médicas, así como las carencias afectivas de sus seres queridos. Sin embargo, los que aquí quedan deben elegir en que invertir la ayuda, pues las divisas alcanzan para una cosa u otra. Pero es necesario observar un fenómeno necesario de atajar.
Comprensible, en medio de la desesperación, en Venezuela, hay familias pendientes de cazar literalmente los escasos y encarecidos insumos necesarios para la subsistencia. Son muchas las diligencias de supervivencia que realizan para sobrevivir para las cuales se les va enteramente el tiempo que los horarios de la cuarentena otorga; a ello hay que sumarle las nuevas trabas, como la falta de combustible, producida por el pobre manejo de los recursos y la apatía de los que hoy desgobiernan y usurpan el poder.
Todo esto ha llevado a un mecanismo psicológico que, perversamente, ha venido perfeccionando el régimen. Cada vez es más escaso el tiempo para pensar en el país, aunque se le sienta en la profundidad del alma: los de afuera, distanciados geográficamente, se adaptan a extrañas y difíciles condiciones de trabajo; y los de adentro, procuran otras condiciones para la supervivencia. En ambos casos, fríamente calculado, como me lo refirió un especialista amigo, el régimen siembra la apatía y el abandono que le son tan indispensables; infunde desilusiones, desencantos y resignaciones, sobre todo cuando cuenta con un mundo de colaboracionistas en la oposición nominal que le animan el circo.
Esta es la hora de los auténticos y comprometidos profesionales de la salud mental. Es esencial que nos ayuden a salir del marasmo y la sumisión. Si hay una tarea urgida de diseñar y aplicar, es la elaboración e implementación de un contra-discurso capaz de reivindicar la dignidad de la persona humana, para detener el manejo de las emociones y el proceso destructivo que este gobierno ha conducido por 20 años y que ha deteriorado nuestra sociedad. Es necesario superar los llamados daños antropológicos que, tan cruelmente, han propinado Chávez y Maduro, junto a sus secuaces. Este gobierno está dañando nuestra raíz social directamente en la familia, el núcleo fundamental de cualquier sociedad; destruyendo los valores y construyendo antivalores.
De no hacerlo, de no recuperar el sentido y la trascendencia de los principales valores que nos lleven a la construcción de una nueva sociedad, con ansias de superación y libertad, por siempre tropezaremos con la misma piedra. Transformar la política opositora, con otras significaciones, otras finalidades que van más allá de desalojar a Maduro de Miraflores o de la reivindicación personal; una transformación que nos lleve a la construcción y reivindicación de nuestra sociedad. Venezuela necesita un proyecto sanador y esperanzador, con raíces sociales, emocionales y económicas que incluya a la Venezuela que existe, resiste y persiste, más allá de los proyectos personalistas.
@freddyamarcano
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