Esto no es un cuento. Historias como estas ocurren en Venezuela, un país petrolero que fue rico durante muchos años pero que hoy, qué ironía, enfrenta un problema muy grave de escasez de gasolina.
Mi vecino Richard, y aquí comienza el vía crucis, necesitaba llenar el tanque de su carro. Lo hizo por el número terminal de su placa tal como exige el gobierno para, tras largas y humillantes colas, obtener gasolina de dudosa calidad y octanaje inapropiado.
Al llegar, lo primero que hizo fue hacer uso de las matemáticas. Calculó cuántos vehículos tenía por delante. Para obtener el resultado, tomó la distancia que su GPS le indicaba que había desde su carro hasta el lugar donde se echa la gasolina, así que, ochocientos cincuenta metros los dividió entre seis (que es el largo de una cabilla y su patrón de referencia de lo que aproximadamente mide un carro). Esta operación da 141, que viene a ser el número de vehículos que debería tener delante del suyo.
Como evidentemente la cola no avanzaría hasta que no llegara la gandola, le pidió al dueño del carro de atrás que le cuidara el puesto mientras iba rapidito a su casa a bañarse, comer y traer café negro. Así hicieron muchos. Así hizo en tres ocasiones.
El cálculo que realizó resultó exacto. Un funcionario numeró los carros y los marcó por fuera. A él le tocó el ciento cuarenta y dos con la suerte adicional de que la guardia colocó en el techo de un carro que estaba a dos vehículos después del suyo, un gran cono anaranjado que indicaba que hasta allí alcanzaría la gasolina iraní. Por supuesto, quienes quedaron después del cono debían esperar otra gandola quién sabe por cuántos días más.
La primera noche Richard echó el asiento del chofer hacia atrás. Intentó dormir. No lo logró. Un grupo de conductores quienes también hacían cola, en lugar de estar molestos con la situación, jugaron dominó toda la noche mientras que otros bebían y bailaban trap y reguetón que provenía de la escandalosa corneta de uno de ellos. Bad Bunny y la indignación le impidieron a muchos conciliar un poco de sueño.
La segunda noche llovió de manera torrencial y el agua se coló por la rendijita de la ventana del carro que mi vecino debió dejar semiabierta, pues su aire acondicionado lleva meses averiado y aún no encuentra el repuesto. Durante el día, el calor, cual sauna ambulante sobre cuatro ruedas, era infernal.
El sábado, a las 10:00 de la mañana, ¡por fin llegó la gandola cargada de gasolina! La alegría duró un suspiro porque los guardias permitieron que otros carros se colearan a pesar de las legítimas e infructuosas protestas de quienes pernoctaron, comieron y pasaron roncha durante días.
Richard, con justa razón, pidió 30 litros de gasolina para llenar su tanque. Obtuvo un rotundo: ¡no! “Solo 20 litros”, le dijeron de forma tajante y sin derecho a réplica, ya que ningún argumento por él esgrimido hizo efecto. Eso fue lo que le dieron después de 45 horas, aunque a los coleados les llenaron el tanque.
No pretendemos victimizarnos, pero contar la problemática de Venezuela es decir la verdad y abrir los ojos del mundo. Bien sabido es que el agua escasea y cuando llega después de varios días tiene sabor y color a tierra. No son inventos los bajones de electricidad ni los días sin luz que pasan muchos sectores y ciudades del país. No es irreal que esos bajones dañan los aparatos electrónicos. No es un espejismo que el gas también es escaso y que muchos hogares cocinan con leña. No es mentira que la problemática de los hospitales se ha agudizado y que máquinas para tratamientos médicos no están operativas. No es una difamación la cantidad de actos de corrupción que se cometen. No es realismo mágico que los salarios en general y en especial el de maestros, profesores y médicos, son miserables. Tampoco es un invento que no hay gasolina. ¿Testigos? ¡Todos los que vivimos aquí y vivieron en Venezuela!
Obviamente, no estamos orgullosos. Todo lo contrario. Lo contamos con dolor y vergüenza, pero es importante que seamos ejemplo. Somos una visión apocalíptica para países que viviendo en democracia, coquetean con regímenes nefastos como el que aquí tenemos. No inventen. Mírense en nuestro espejo. Teníamos un futuro hermoso y próspero en todas la áreas y en 21 años nos regresaron a la era de las cavernas.
Debemos creer en Venezuela porque la amamos. Porque donde quiera que estemos es nuestra. Porque en nuestros corazones la tenemos tallada y el sufrimiento de esta tierra nos duele hasta en las arterias.
No perdamos la fe. Sería el colmo que hasta eso nos dejáramos quitar. Por complicado que sea, haya sido y seguramente será, saldremos adelante. Algún día haremos realidad nuevamente nuestros sueños libertarios y volveremos a vivir en democracia.
@jortegac15
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