La hecatombe económico-social que ha causado este régimen durante los cuatro lustros y fracción que lleva en el poder, ha sido la secuela de costosos errores conceptuales y de una inexcusable ineficiencia operativa de la frondosa burocracia al servicio del gobierno, usualmente integrada por funcionarios incapaces, sin preparación, formación académica, experiencia ni conocimientos de las responsabilidades que les asignan.
Esta hecatombe ha sido el indeseable producto de una visión equivocada del modelo de conducción de la economía lo que ha generado hiperinflación, pérdida del poder adquisitivo de los ciudadanos y de una importante porción de la capacidad productiva nacional, escasez estructural, desinversión, desempleo, despilfarro de los recursos y corrupción.
El malestar generalizado que esta situación ha causado en la población, se manifiesta diariamente a través de las múltiples protestas sociales que realizan a lo largo y ancho del país las personas afectadas por la acción errática, o por la indolente inacción, del gobierno. Asimismo, los resultados que revelan las recientes encuestas de opinión arrojan catastróficos resultados para el régimen y su desempeño.
La respuesta gubernamental a los justos reclamos de la gente casi siempre es ignorar y confrontar las protestas, reprimirlas, acosar, amenazar y hasta encarcelar a los dirigentes de la mismas. Otras veces, la respuesta gubernamental es atender a medias los reclamos y arbitrar medidas puntuales que no resuelven los problemas de fondo planteados por la inoperancia y el fracaso del modelo económico que se ha venido aplicando. Igualmente, el establecimiento de más controles y regulaciones a la sociedad venezolana se inscriben en el fallido ejercicio gubernamental para enfrentar la crisis. En otras palabras, esas soluciones de “paños calientes “no resuelven los desbarajustes estructurales del modelo y una y otra vez reaparecen los desequilibrios y nuevamente la gente sale a manifestar su descontento para tratar de obtener algunas concesiones del gobierno que morigeren, en parte, los negativos efectos de tales exabruptos.
La conflictividad social intermitente, en ocasiones aislada, esconde, sin embargo, que no se trata de una lucha reivindicadora individual sino la sumatoria de los problemas de todo un colectivo que se siente impotente y no encuentra en las políticas gubernamentales respuesta adecuada para la satisfacción de sus necesidades. Las tensiones sociales y políticas se están peligrosamente acumulando, lo que presagia el desencadenamiento de una situación cuyos componentes, dirección y desenvolvimiento no son susceptibles de ser previstos.
Es menester, entonces, establecer un hilo conductor que permita imbricar la acción política opositora con las luchas sociales que diariamente se libran en el país. Debe haber un encuentro entre política y sociedad para que la protesta social amplíe su perspectiva y se encauce hacia su verdadera motivación, que no es otra sino el cambio del régimen y del modelo de desarrollo que nos ha sido impuesto. La dirigencia opositora como actores sociales debe hacerse presente y participar plenamente, acompañando con la acción y la palabra esas legítimas manifestaciones de inconformidad. El reto es, ante todo, estar al lado de las protestas y de los que protestan, enriqueciendo los caminos y derroteros por los que hay que transitar sistemática e inteligentemente para obtener los resultados deseados. Es enfrentar plural y unitariamente al mediocre totalitarismo gubernamental, a sus injusticias, a sus arbitrariedades, su violencia y a la pobreza que causa. La dirigencia opositora además de referirse a los grandes temas que sacuden el acontecer nacional debe dedicar tiempo y acciones para consustanciarse con las necesidades del hombre de a pie y estructurar un programa de acción política en el cual las protestas sociales constituyan no hechos aislados sino que formen parte fundamental de la lucha política que la disidencia nacional libra contra el régimen. Actuar con la visión global que el reclamo que se produce en un remoto pueblo por determinadas reivindicaciones, igualmente forma parte del planteamiento opositor por la democracia y contra el totalitarismo. El conflicto venezolano es uno solo y así debe ser interpretado. Nuestra dirigencia debe estar en la calle aupando con su presencia y su discurso plural la necesidad del cambio de un modelo sociopolítico estructuralmente decadente y empobrecedor, altamente dependiente de un mamotreto de Estado y de la élite que allí medra y domina, que subyuga, acosa, pero que no resuelve los acuciantes problemas de los venezolanos. La conjunción de la política con la protesta social es una fuente de sinergia para darle «músculo» político a la acción opositora y fortalecer así los planteamientos, las exigencias y las posibilidades para ganar la lucha por una Venezuela más justa, racional e inclusiva.
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