Con esa frase triunfal el principal experto chino doctor en terapia respiratoria, Zhong Nanshan, quien fue galardonado en el Gran Palacio del Pueblo la semana pasada con la Medalla de la República por el jefe del Estado, daba por concluido un vital capítulo de la batalla librada por China en contra de la pandemia que sigue asolando a la humanidad.
Haciendo gala de un superlativo heroísmo vencedor, el gobierno de Xi Jinping enrostraba ante la cara del planeta en una ceremonia desfasada e inconveniente la victoria de su país ante el virus COVID-19, en el mismo momento en que este hace estragos en casi todos los países del mundo y particularmente entre aquellos con menor nivel de desarrollo.
El mensaje realmente relevante formulado por el jefe del Estado chino no se regodeaba en el bajo número relativo de decesos que la pandemia había dejado en su país, sino en el deleznable impacto que el virus había producido en su actividad económica, su vida social y la salud de la población china
La heroicidad en aquel país se calibra dentro de un comparativo en el que China sale ganadora frente al resto y así deseó evidenciarlo su jefe de Estado. La realidad es que China ya se encuentra en una etapa final de recuperación de un desplome que conoció su momento más crítico en mayo de este año. Pekín, por ejemplo, para citar la ciudad más golpeada, vio caer a 10% su tasa de empleo en el quinto mes de 2020, y para septiembre ya había alcanzado, de nuevo, un nivel de ocupación de 72%. Esto lo explica el hecho de que mientras otras naciones se han concentrado en transferir ayudas directas a los afectados por el desplome, el gobierno chino focalizó su esfuerzo en estimular la inversión y particularmente la construcción.
Razones no les faltan, pues, para experimentar satisfacción por haber recuperado un elevado nivel de actividad y registrar expansión. La realidad es que el consumo sí está dando un vuelco positivo y las exportaciones han superado ya las del año precedente. Es temprano aún para especular sobre la manera en que este redespertar puede contribuir a ahondar los niveles de bienestar de la población y la distancia entre el trabajador del campo y de la ciudad, porque lo que sí es evidente es que el soporte oficial a los afectados lleva un ritmo sostenido en las ciudades de gran tamaño y es cuasi ausente en las provincias rurales. La opacidad informativa que se practica en Pekín, por otro lado, no permitirá investigar esta evolución más allá de los intereses estatales.
El caso es que mientras en el resto del mundo no solo hacen frente a la contención de la pandemia sino a evitar la voracidad de nuevos rebrotes estimulados por el retorno de las sociedades a un ritmo de vida y de trabajo más cercano a la normalidad, en la capital china el haber montado un jolgorio, dentro del más claro espíritu de propaganda comunista, es por lo menos extemporáneo.
A estas horas aún no es posible medir el nivel de disrupción económica, social y sanitaria que alcanzará el planeta. Ni tampoco dilucidar temas esenciales sobre los que se yerguen inmensas interrogantes. Dejo solo una: ¿qué tan poco transparente o cuán equivocada fue la gestión inicial de China de todo el surgimiento de la pandemia y a quién corresponde la responsabilidad de haber propagado el virus a lo largo del mundo entero?
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