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Es la economía, imbécil

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En el siglo XIII Venecia era una de las ciudades más importantes de Europa. Por más de cien años fue considerada uno de los núcleos comerciales más activos, gracias a su hegemonía en el comercio con la costa oriental del Mediterráneo. Desde Asia las caravanas traían ricas telas, perfumes, plantas medicinales, especias, perlas, piedras preciosas y mercancías de valores fabulosos, que eran embarcadas en los navíos de los comerciantes que desde Venecia los distribuían por toda Europa, creando así riqueza y prosperidad.

En el año 1271 Marco Polo, su padre Niccolo y su tío Matteo, motivados por la demanda de productos orientales en Europa y debido a los fabulosos beneficios económicos proporcionados por el comercio, fundaron la poderosa empresa mercantil Casa Polo; atravesaron todo el mundo conocido hasta el Extremo Oriente, establecieron relaciones directas con China y abrieron nuevas rutas para el comercio entre Oriente y Occidente.

Esa iniciativa comercial de los Polo los llevó a tener contacto directo con el emperador mongol Kubilai Kan, nieto de Gengis Kan, quien tomó a Marco Polo a su servicio nombrándolo comisionado y agregado al Consejo Privado del Kan. Los viajes de Marco Polo estimularon las caravanas de la Ruta de la Seda y de las Especies e impulsaron la economía del continente europeo.

En el siglo XV, a finales de la Edad Media, el crecimiento económico y la prosperidad de Europa exigió mayor demanda de las mercancías que llegaban de Asia por la Ruta de la Seda. El interés de acceder directamente a las fuentes de esos bienes que llegaban del Extremo Oriente, añadió más énfasis en la búsqueda de rutas marinas hacia la India y China.

Cristóbal Colón, convencido de que la Tierra era esférica y conocedor de las historias de Marco Polo, fue madurando su proyecto personal por el cual navegando hacia Occidente podía llegar a Asia Oriental y así abrir una nueva ruta marítima hacia las lejanas tierras de Catay y Cipango, nombres que entonces recibían China y Japón. Entre los años 1483 y 1492, apoyado por escritos de cosmógrafos y geógrafos antiguos, terminó de madurar su proyecto que presentó a los reyes de Portugal y después a los Reyes Católicos. Finalmente estos resolvieron apoyarlo porque lo consideraron como una opción de alcanzar y superar económicamente a Portugal, su potencia rival, que estaba realizando todos los descubrimientos y adquiriendo imperio y riqueza.

Hoy igual que ayer la economía es el factor determinante que mueve al mundo. El colapso de la Unión Soviética, el derrumbe de los regímenes socialistas de Europa Oriental y el desprestigio del comunismo, deben ser considerados como el triunfo del capitalismo, del libre mercado y de las democracias liberales.

Francis Fukuyama en su obra El fin de la historia opina que la nueva era estaría definida por el triunfo de las ideas liberales, por la democracia y por los mercados. Considera la caída del comunismo como consecuencia del triunfo de las democracias liberales; que la disolución del bloque formado por los gobiernos comunistas deja como única opción viable una democracia liberal, tanto en lo económico como en lo político; y que las ideologías ya no son necesarias y han sido sustituidas por la economía. Se trata de que ya no existen ideologías alternas al capitalismo como sistema económico y su prueba son las relaciones de producción capitalista existentes hoy en Rusia, China y Europa del Este, y su inclusión en la economía de mercado.

En palabras de Fukuyama: «El fin de la historia (y de las ideologías) significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas». La tesis de Fukuyama coloca el clavo final en el ataúd del comunismo marxista-leninista.

Pero en Venezuela, los sectores políticos que hoy nos gobiernan están anclados en una mentalidad socialista, que culpan al capitalismo como el responsable de los males de los países pobres; idiotas estos que han abonado el terreno para el populismo, el estancamiento y el caudillismo; y que promueven el odio a Estados Unidos y al neoliberalismo.

El dogmatismo ideológico y la ceguera política de estos imbéciles no los deja aceptar la evidencia histórica de que el verdadero progreso es una alianza entre dos libertades: la política y la economía. En otras palabras, entre democracia y mercado.

Para poder realmente insertarnos en el siglo XXI tenemos que salir cuanto antes de estos imbéciles, que aplican las viejas recetas del socialismo jurásico (dictadura política y economía estatizada) que solo nos continúan hundiendo en el atraso y la miseria.

[email protected]

@JMColmenares

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