A propósito de Nexos, Letras Libres, Héctor Aguilar Camín, Enrique Krauze y los comentarios aberrantes de Andrés Manuel López Obrador, quien preferiría sin duda que en la biblioteca del Congreso de Washington, la pública de Nueva York, la nacional de París y la nueva o antigua de Alejandría en Egipto, no hubiera suscripciones de revistas como The Atlantic, The New Yorker, Le Nouvel Observateur o The Economist, y de las delirantes declaraciones de Paco Ignacio Taibo II sobre cómo debieran irse los dos directores de dichas revistas a otro país, recuerdo un episodio de 1998 o 1999.
Éramos todavía amigos Taibo y yo, hasta que me declaró la guerra después de la victoria de Fox. Participamos juntos en un debate en un auditorio del centro de la ciudad de México, más bien con porra de Taibo, pero fue interesante y constructivo. Salvo por una parte que fue en realidad, si recuerdo bien, al arranque de la discusión, cuando Taibo, palabras más palabras menos, dijo que los habitantes de la ciudad “queremos mucho a nuestra ciudad, y si a ellos no les gusta, pues que se vayan”. Me permití preguntarle a Taibo quiénes exactamente éramos nosotros, quiénes eran ellos y adónde debían irse.
Huelga decir que respondió saliéndose por la tangente, con algo de demagogia, y como siempre con mucho humor. Su porra lo celebró y yo me quedé ligeramente preocupado ya que, por muchas razones propias de mi historia, no me gustan las amenazas de expulsión, de destierro, o de división de la gente entre “nosotros” y “ellos”. Pero lo dejé por la paz hasta comprobar un par de años después que la vieja amistad con Taibo peligraba, y en realidad llegaría a su término en el año 2000.
Entiendo su argumentación contra los privilegios que él cree que han tenido los intelectuales orgánicos, refiriéndose a Aguilar Camín y a Krauze, y entiendo también su idea perfectamente legítima de pretender que él nunca tuvo ningún tipo de privilegio. Una cosa es entenderlo y otra que sea del todo cierto.
Conocí y estimé mucho a su padre y me dio muchísimo gusto saber, cuando lo conocí, que había sido recibido en México, como muchos otros españoles que se refugiaron en México por un motivo u otro, con hospitalidad y generosidad, comparado con todos los refugiados de otras partes del mundo, en particular judíos, que como demuestra Daniela Glasser en su gran libro, no fueron recibidos con la misma hospitalidad y generosidad. Uno podría pensar que quizás Paco Ignacio Taibo I gozó de privilegios merecidos, y el hecho de que otros no los tuvieran no es motivo para que él no debiera haberse beneficiado de ellos.
Recuerdo también vagamente -porque esto ya se remonta a 1981-1982; conocí a Taibo en 1974, en la Cooperativa de Cine Marginal- que durante mucho tiempo batalló por naturalizarse en México, situación a la que, en un país normal, con Estado de Derecho, sin privilegios ni favores, con reglas claras y transparentes, habría tenido derecho. Dio la casualidad que no pidió la nacionalidad sueca o austriaca, sino la mexicana, y por años y años no fue posible que la obtuviera. Afortunadamente contaba con un amigo en esa época que poseía ciertos vínculos con la Secretaría de Relaciones y a través de ella, con la Secretaría de Gobernación. Dicho amigo, después de un esfuerzo complejo pero finalmente exitoso, pudo lograr que las autoridades en ambas secretarías le concedieran la nacionalidad mexicana a Taibo, a la que tenía derecho, en un país normal. En México, sin embargo, era un privilegio o un favor, logrado a través de palancas. El desenlace fue afortunado y que bueno que en México se podían rectificar las injusticias y las faltas al derecho con relaciones, palancas, o lo que se pueden llamar privilegios o favores.
No recuerdo exactamente el nombre de su amigo ni el tipo de relaciones -por no decir nexos- que dicho amigo sostenía con esas secretarías, pero sí recuerdo dónde trabajaba Taibo en ese momento. Trabajaba, si no me equivoco, en la Dirección General de Publicaciones de la SEP, dónde lo había nombrado Javier Barros Valero cuando dejó ese cargo después de haber sido secretario particular de Fernando Solana en la SEP -todo esto en 1978-1980; creo recordar que Taibo hizo una muy buena labor en la Dirección General de Publicaciones (o de bibliotecas tal vez) en la SEP durante esos años.
En fin. Son historias de la vida que no tienen nada que ver desde luego con el debate actual, con los privilegios de Aguilar Camín y Krauze, de Nexos y Letras Libres, y de quienes hemos colaborado en ambas publicaciones. En mi caso, en este momento, estas historias me llevan a ser solidario con ambas y en particular con Nexos, que ha sido solidaria conmigo en momentos complicados.
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