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La intangibilidad del hombre, sus dones y flaquezas (III)

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No obstante las debidas afirmaciones que hemos apuntado sobre el hombre, debemos hacer ahora dos no positivas: El hombre involuntariamente carece de la perfección y de la infalibilidad. Es, entonces, en ese sentido un ser imperfecto, razón por la cual, le acompañan naturalmente debilidades y flaquezas.

Algunas de esas debilidades son comunes, como lo es la exagerada ambición de poseer bienes materiales, al igual que el deseo de dominio en cualquiera de sus formas que han tentado a tantos hombres y aún siguen tentándolos. Excepcionalmente, algunos de ellos nos han dejado elocuentes lecciones de rectificación y de enmienda al despojarse de esa vanidad humana y encaminarse hacia algo positivo. Buen ejemplo de ello lo dio Carlos V, emperador del sacro Imperio Romano quien, por curiosos azares de la vida política de España, llegó a ser rey desde su adolescencia, y luego de haber ostentado incomparable suma de poder y de dominio territorial durante los 40 años de su reinado, a los 56 años de edad concibió la idea de renunciar a todo. Abdicó. Renunció a esa fastuosidad mundana. Se retiró a la vida privada a orar y a hacer penitencia con la convicción de salvar su alma. Similar ejemplo lo tenemos en el duque de Gandía, quien habiendo acompañado al mismo emperador en altos mandos y prestado importantes servicios, dio también un rotundo cambio a su vida. Renunció a su alta posición política y a todas sus riquezas, y dedicó el resto de su existencia a la práctica de la religión cristiana. Fue uno de los fundadores de la Compañía de Jesús y lo conocemos como san Francisco de Borja.

No necesariamente el propósito de enmendar o rectificar el camino de la vida ha de tener por finalidad buscar la santidad. Hay otros propósitos también muy humanos como el trabajar por el bien común, el ser útil.

Valga repetir: el hombre es el ser más importante que existe sobre la Tierra porque es el único que está dotado de una excepcional capacidad intelectual. Gracias a esa extraordinaria facultad, la misión del hombre en el mundo es trascendental, pues ha creado la ciencia, la tecnología y el arte; además, es el autor de la Filosofía y de la historia, y el actor en ellas, el descubridor de los misterios de la naturaleza, el gran inventor y, en suma, el ente civilizador que crea y enriquece la cultura.

Además, los seres humanos somos poseedores de valores, de fortalezas y de virtudes. Estos atributos no se obtienen con el nacimiento, no surgen de la naturaleza. Debemos adquirirlos mediante la formación educativa, asimilarlos, cultivarlos y practicarlos.

Las ansias de saber del hombre no se satisfacen nunca. Pues hay naturalmente limitaciones infranqueables, como lo es la imposibilidad de que en un cerebro tengan cabida todos los conocimientos que integran la cultura. De allí la célebre expresión del sabio Isaac Newton: “Lo que sabemos es una gota de agua, lo que ignoramos es el océano”.

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