Como todas las madrugadas, me siento a revisar en mi agenda mis tareas del día y veo que al lado de una carpeta que dice Extravíos, tercera versión corregida, un libro de poemas con el que lidio desde hace ya 11 años, hay una página escrita a mano con varios títulos tentativos referidos a temas que están pendientes. Todos tan importantes, como escabrosos, porque tienen que ver con la tragedia nacional y sus protagonistas, que se han ido convirtiendo en un círculo tan vicioso como indeseable, porque no es deseable hablar de unas elecciones dejadas en las manos exclusivas del régimen, de su Plan República, del CNE, sin testigos de mesa, en momentos en los que las encuestas revelan que 84% no votará porque crece todos los días el número de venezolanos que afirma que no irá a las urnas con este ni con ningún otro CNE, lo cual es una pésima noticia para los demócratas y una bastante mejor noticia para la autocracia.
Es, sobre todo, doloroso hablar de una diáspora que desangra a la nación por los cuatro costados, y de la muerte de los partidos políticos sin que los mismos se hayan enterado de su propia agonía. También duele y perturba hablar del populismo y condenarlo como el cáncer desestabilizador que es, y del renacer del fascismo, y de una crisis convertida en tragedia que nos hace pensar en una presunta “negociación” “para salir de la crisis” o “para pasar a una transición hacia la democracia”, como dicen algunos.
Entiendo que no es para nada gratificante traer a colación la megacorrupción que ha azotado y arruinado al país, o el triunfo de la impunidad, el Estado fallido y el Estado forajido, la violencia, ni el terrorismo de Estado, pero hay que hacerlo. Son temas a los que les prestan, como anillo al dedo, los dos adjetivos utilizados en la introducción de este trabajo. Es importante porque los destinatarios de esos problemas son Venezuela y sus ciudadanos y por lo tanto son parte del mal pan nuestro de cada día. Escabrosos, muy escabrosos, porque no se pueden tratar sin señalar las pesadas culpas de los protagonistas, que somos todos los venezolanos, además, por supuesto, de una dirigencia con la brújula perdida, en esta perversa, cuan inmerecida tragedia que vivimos.
Confieso que una agenda con estos temas no es la que queremos abordar en fechas como estas, en las que deberíamos ocuparnos del espíritu de la Navidad, de la unión, la solidaridad, la convivencia y el fortalecimiento de la gente en momentos de mucho dolor, porque no hay una sola familia que no haya sido herida y separada por la crueldad política de un régimen que no cree en otra institución que no sea la del Estado como dueño y dictador de todo.
Es cierto que el momento para enfrentar esa agenda tan amarga no es el mejor, pero hay que hacerlo porque una cosa es la silla del confort donde podemos soñar lo que nos venga en gana y otra es la realidad que nos obliga a tomar posiciones, con los pies bien firmes en la tierra, para no caer más abajo de lo que hemos caído.
Mientras algunos hablan de transición, de agendas para el día después, de “fórmulas” para lograr el equilibrio, prefiero pensar en recuperar el terreno perdido de manera tan inexplicable, cuando todos los factores indicaban que bastaba solamente con un esfuerzo unitario que nos llevara a empujar la carreta en un mismo sentido, para salvar la democracia, el Estado de Derecho y comenzar la reconstrucción del país. Lamentablemente, no fue así y hoy estamos tratando de sobreponernos a derrotas injustas e impensadas y queriendo salir de una inercia epidémica y contagiosa.
Abrir un debate sobre esos asuntos es una obligación para todos y cada uno de los venezolanos. Imposible no tocar el tema electoral, sin reclamarle a la dirigencia no haberlo hecho durante todos estos meses, sabiendo que se avecinaban unas elecciones que revisten la mayor importancia, sobre todo cuando las encuestas y varios estudios de opinión, indican que gracias a la abstención, la misma que le dejó el camino abierto a Maduro, cerca del 90% de los cargos de elección “popular” quedarán en manos del régimen y, como dije antes, todos los días crece el número de venezolanos que dice no querer votar con este ni con ningún CNE, lo cual, de seguir esta tendencia en aumento, nos estaría indicando que los partidos y la democracia han entrado en el pabellón de la terapia intensiva, con pronósticos reservados. El asunto es tan grave que el domingo voy a votar y no sé por quién, porque no he escuchado un solo mensaje de los candidatos que supongo de oposición.
Cuando factores opositores serios nos informan sobre una negociación en puertas, entramos en estado de confusión, porque no vemos en ellos, en este momento, la fuerza necesaria para obligar al régimen a sentarse en una mesa a discutir o a negociar nada. Imposible no preguntarse cómo hacer para construir una realidad que la haga necesaria. Imposible no preguntarse quiénes harán el milagro de movilizar a la población para que al régimen no le quede excusas para no acudir. ¿Quiénes son los encargados de convocarla para las acciones necesarias antes y después del 10 de enero? ¿Puede haber un discurso tan fuerte y motivador, capaz de recuperar la atención de un pueblo que vive en un acto de supervivencia, pendiente solo de encontrar pollo, huevos, harina, medicinas, artículos de limpieza, desodorante y pasta dental, no importa si criminalmente bachaqueados, y tramitar el pasaporte para irse del país? ¿Quién o quiénes son los dueños de ese discurso liberador?
Esas y muchas más son preguntas que requieren respuestas. ¿Cómo hacer para que además del pueblo, la comunidad internacional vea en la fuerza opositora una real alternativa de poder que pueda garantizar equilibrio y gobernabilidad, si la palabra unidad se borró del diccionario opositor? Imposible no condenar a aquellas oposiciones que no hacen nada por construir una unidad pragmática y superior para enfrentar al monstruo, cuya actitud las ha convertido en lo mejor que le pudo pasar al régimen para, débil como está, seguir destruyendo al país.
Todos estamos conscientes de la debilidad del gobierno, pero seríamos más que ilusos, ciegos, si no entendemos que la oposición está más débil aún y las razones son tantas que comienza a tomar cuerpo la duda sobre si los partidos dejaron de ser importantes en la vida de la nación, o si la renovación que requieren, desde hace ya muchos años, es tan grande que sería preferible fundarlos de nuevo.
En estos momentos, y es una verdad del tamaño de un templo, lo único que puede hacernos recuperar ese terreno perdido es el Frente Amplio por la Venezuela Libre, que nació por fórceps gracias a la voluntad de demócratas que tienen un compromiso real con la libertad y no se tranzan con ninguna posibilidad de totalitarismo. Allí tenemos, por ahora, un contrafuego que todos tenemos la posibilidad de ampliar con nuestra voluntad democrática, hasta convertirlo en esa unidad superior con la que podamos detener y apagar el infierno castrocomunista, y abonar el terreno para que, como la inmensa mayoría que somos los descontentos, podamos hacerle frente y derrotarlo.
A propósito del Frente Amplio, me viene a la mente aquella frase de Antonio Ledezma cuando dijo, refiriéndose a la Coordinadora Democrática que “si no existiera habría que inventarla”. Hay que hacer crecer al Frente Amplio para la Libertad de Venezuela hasta hacerlo indestructible, para permitirnos decir con regocijo y total convicción, aquella frase de María Corina cuando gritó a pleno pulmón: “Somos mayoría”.
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