Dedico respetuosamente el presente artículo, gracias a la deferencia que me permite El Nacional, al señor encargado del Departamento de Estado de Estados Unidos para el caso Venezuela, Elliott Abrams, por parte del gobierno del señor presidente Donald J. Trump.
En una oportunidad leí una frase en una revista científica de una carta que el genio de la Teoría de la Relatividad, Albert Einstein, había dirigido a sus colegas soviéticos en la que prescribía que para tratar de entender el pensamiento del otro había que esforzarse en ver el mundo través de sus ojos. Dicho en el criollo venezolano, que se repite en muchas formas idiomáticas del mundo, y tiene el mismo significado de “ponte en mis zapatos» o en inglés «walk a mile in my shoes» («camina una milla en mis zapatos»):
Sobre la comprensión que tenemos como nación, o no tenemos, sobre lo que acontece en nuestro país, tendríamos que pensar en recurrir a otro ser humano de excepción como José Ortega y Gasset. Sus aportes sobre el perspectivismo filosófico, con aquello «del hombre y sus circunstancias”, o lo de la interpretación que hagamos de cierta realidad que “depende desde donde mire”. Así podríamos desgastarnos en letras, palabras y frases que solo nos llevarían repetitivamente a un mismo punto. Por asunto sencillo o complicado que parezca, que la causa de liberación de Venezuela ,y de todo nuestro continente americano, nos reclama lo conveniente de referirse públicamente de cierto modo valorativo a la posición que ha expresado una dirigente, o un dirigente, en su visión específica del cómo piensa se puede lograr el objetivo de dicha causa: la libertad, es, por lo menos, el tener el cuidado de no echarle más fuego a la candela.
En todas las regiones del mundo existen símbolos y significados especiales sobre delicados temas como: la religión, el valor trascendente de la vida, la libertad de expresión, la libertad de movimiento y el emprendimiento y organización económica. El Estado y el monopolio legítimo del uso de la fuerza, vinculado al tema del porte y uso permitido de armamento. La defensa de estos asuntos dilemáticos, en los que por cierto coincidimos con el presidente Trump, en un largo etc. de temas nos llevan, desde nuestra posición al respeto, y a la alianza con el Estado americano y a mirarlo como nuestro aliado predilecto. Una de esas cosas que más admiramos, e intentamos emular, pues aún no llegó nuestro parcial desarrollo democrático a alcanzar, como sustrato suficientemente madurado en nuestra cultura política venezolana, es la idea del Estado dependiente del ciudadano, y no al revés, como ha funcionado en la casi toda la historia de nuestros países de Centro y Suramérica. El ciudadano en cuanto a los deberes y derechos que lo empoderan para crear una sociedad siempre en esfuerzo y tendencia a la igualdad de todos ante la ley, y una sociedad de libertades para buscar oportunidades y labrarse un futuro.
Muchos de nosotros hemos tenido, gracias al sacrificio de nuestra generaciones precedentes, la oportunidad de debatir en una sociedad intelectualmente destacada que se fue abriendo paso frente al siglo XX que nos encontró aún en la dictadura castro-gomecista. Sin embargo la lucha por instaurar una democracia evolutiva, donde desde el derecho de las mujeres a votar hasta su presencia ejecutiva, más allá del matriarcado de mayorías de familias cuyo jefe de hogar fue padre y madre a la vez, es la mujer líder de cambio en Venezuela. La figura espléndida de la mujer es fundamental para la generación de esperanza y aire puro, que nos permite dar respiro al sostenimiento de la resistencia moral en los hogares, más que en casas vacías de contenido en principios y valores de arraigo popular. A Blanquita Rodríguez aún la recordamos por los hogares de cuidado diario, entre muchos programas de obras públicas que lideró, y a Alicia Pietri por impulsar programas educativos en valores y conocimientos como Plaza Sésamo y el Museo de los Niños, por solo mencionar dos paradigmáticas primeras damas de la experiencia venezolana de dichas generaciones precedentes.
El realismo mágico desarrollado magistralmente por ese gran periodista, cuentista y luego magnífico novelista, que vivió un poco en Caracas, y sigue metido mucho en el corazón de Latinoamérica, y falleció en México, Gabriel García Márquez, nos recuerda a la Colombia que está allí, al lado de nosotros los venezolanos. Es la Colombia ahora miembro de la OTAN. Esa que nos recibe de vuelta a millones que antes vivieron en territorio venezolano. Esa de las bases norteamericanas construidas producto no de un hecho político, y no mágico. La del “Plan Colombia” y la necesidad de contener el flujo mafioso que comenzaba a disputarse a puras balas el territorio del mercado de distribución y venta de cocaína en Estados Unidos. Eso nos muestra por ejemplo esa perspectiva de necesaria alianza por la libertad, para luchar por nuestra familias de aquí y de allá.
Ante la pregunta en entrevista que Plinio Apuleyo le hace al Gabo (en su libro El olor de la guayaba) de cómo entender la forma de interpretar y expresar el ambiente cultural, político y social de nuestro trópico latinoamericano, Gabriel García Márquez no duda ni un instante y responde usando la imagen del olor que despide una guayaba caída cuando se va pudriendo. Nosotros le pedimos a los personeros de la política exterior de nuestro más poderosos aliado, que frente a la tiranía respeten nuestro conocimiento para luchar juntos y mejor. Respetémonos nuestras imágenes de mujeres líderes y de lealtad como “hermanos de lucha”. Nuestras imágenes no las podemos dejar derrumbar por los demoledores estatuas y valores. Defendamos siempre nuestra ruta del coraje, bajo el ejemplo internacionalista de Miranda y las circunstancias de España en América con Bernando de Galvez y la jefatura de Juan Manuel Cajigal y Niño, en Pensacola: por la libertad americana “Muera la tiranía, viva la libertad”.
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