Desde lo menos cercano, que en todo caso mucho nos afecta, hemos leído en estos días sobre los viajes de líderes políticos del mundo de una a otra reunión internacional, tan diversas como la del centenario de la Gran Guerra en París o la del Grupo de los 20 en Buenos Aires. Si en la primera se manifestó la deliberada intención, muy bien expresada por el presidente de Francia y la canciller de Alemania, de advertir sobre lo peligroso de debilitar las instituciones y acuerdos con los que se han ido cimentando principios, normas y procedimientos para limitar confrontaciones y propiciar la cooperación entre países, en la segunda han estado muy presentes divergencias fundamentales entre los países de mayor peso económico e influencia política global sobre las prácticas y la concepción misma del orden mundial.
Otras idas y venidas de estos días han sido también reveladoras de la situación del mundo y de Venezuela.
El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, al salir de la cita del G-20 pasó por Venezuela y Paraguay, escalas en las que el despliegue de la política externa turca combinó el propósito de hacer ruido y negocios en este lado del mundo: mientras en Paraguay pesan el impulso a la relación comercial y el giro en la diplomacia paraguaya hacia Israel, en Venezuela, aparte de coincidencias similares, pesa el abierto interés económico del gobierno venezolano con su manifiesta disposición, como en el viejo dicho, de prometer el oro y el moro a cambio de intenciones de negocios y rechazo a las sanciones. Otras visitas reveladoras habían sido, pocos días antes, la de Igor Sechin, jefe de la petrolera estatal rusa Rosneft y, en su ruta a México para asistir a la toma de posesión de López Obrador, la del presidente de la Asamblea Popular de Corea del Norte, Kim Yong-nam. Estas otras dos visitas ofrecen señales complementarias a la anterior y entre sí. El jerarca petrolero ruso vino en plan de reclamo por los retrasos en los envíos de petróleo comprometidos como pago de la deuda pendiente, lo que no impidió la repentina salida del presidente Maduro a Moscú, a su regreso de una tan limitada como protestada presencia en México, con una indisimulada solicitud de apoyo político y económico al gobierno del presidente Putin. La recepción del alto representante del gobierno de Kim Jong-un también dejó ver el empeño del gobierno venezolano en el acercamiento a regímenes que considera afines con sus propuestas y anuncios de acuerdos, que se perfilan como cada vez más comprometedores en condiciones y garantías y que no han sido comunicados conjunta ni separadamente por sus contrapartes.
En otra perspectiva la movilidad de personas, ese ir o más bien ese irse, nacido de imperativos de supervivencia es incesante, tristemente, en muchas regiones del mundo. En Latinoamérica, en busca de mejores condiciones de vida, se manifiesta ostensiblemente en las caravanas que parten de Centroamérica hacia Estados Unidos, y desde hace casi tres años se produce desde Venezuela como una oleada que aumenta sin contención. A medida que crece genera más contactos y encuentros regionales y en foros mundiales para atender las consecuencias de un movimiento que se ha convertido trágica evidencia de un colapso ante el cual se movilizan recursos internacionales para atender la emergencia de los venezolanos que salen, sin que haya sido posible vencer la resistencia del gobierno a que ingresen al país las ayudas ni mucho menos ayudantes para aliviar la emergencia humanitaria.
Hay salidas, más bien huidas, especialmente reveladoras de lo que ocasiona esa emergencia y la agrava. Por una parte, está algo que suelen olvidar quienes con dureza fustigan los liderazgos democráticos: los forzados exilios y asilos de quienes han sido objeto de presiones, amenazas y extrañamiento. Por otra, están los huidos que revelan datos sobre nuevas magnitudes de corrupción, sin duda una de las razones fundamentales por las cuales la abundancia de recursos, sostenida y sin precedentes que tuvo Venezuela por más de una década no se tradujo en más desarrollo, mejores condiciones de vida ni más prosperidad para los venezolanos: todo lo contrario. Finalmente, pero de la mayor trascendencia, es no olvidar que hay venidas catastróficas, como la que ha costado la libertad al periodista alemán Billy Six y, tan dolorosa como indicadora de un deslave institucional mayor, la que cobró la libertad y la vida al activista social y político Fernando Albán.
En fin, entre idas, huidas y venidas se puede atisbar la realidad presente, pero también cambiarla, como lo ilustran prácticamente todas las experiencias internacionales, ajenas y propias, desde el retorno a los acuerdos que propician la cooperación internacional hasta el regreso a la vida democrática.
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