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Sucre Figarella: el macizo guayanés

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Cuánta razón tuvo el expresidente Rómulo Betancourt cuando exclamó que “Venezuela ganaba un excelente ministro y el estado Bolívar perdía un buen gobernador”. Se refería el líder guatireño a la carambola política que se desató, una vez que la Asamblea Legislativa del estado Bolívar desaprobara el informe de gestión al gobernador de la entidad, viéndose obligado a cesar en sus funciones como mandatario regional, hecho que dio pie a que el jefe de Estado de entonces, Rómulo Betancourt, lo incorporara a su gabinete como ministro de Obras Públicas.

Para Leopoldo Sucre Figarella fue un terremoto espiritual salir de esa posición estadal, tomando en cuenta su arraigo e ilusiones de realizar los proyectos que desde temprana edad concebía para su tierra natal. Nacido en Tumeremo, sin duda era Leopoldo Sucre Figarella un macizo guayanés.

Sin embargo, el brusco giro sirvió para medir su talento y resiliencia política y fue tan destacado su rol que al asumir Raúl Leoni la primera magistratura, lo ratificó en el cargo de ministro de Obras Públicas.

Una vez en casa, mi tío Miguel Ángel Capriles se refirió a Sucre como “el hombre de los puentes”, eso debido a que obras que aún perduran tienen su impronta. Puentes como el Rafael Urdaneta, sobre el lago de Maracaibo, el Angostura que cruza el río Orinoco, más el José Antonio Páez que flota sobre el Arauca, fueron ejecutados durante su liderazgo ministerial.

Muchos recuerdan a Sucre Figarella por su fastuosa obra de Ciudad Guayana, además del empuje que le dio a las empresas básicas en el marco de la CVG. Su nombre quedará para la posteridad surcando las aguas del Guri, emblema de relumbre en su prodigiosa gestión. Suponemos que cuando un ciudadano de Guayana se desplace por las autopistas que cruzan a ese territorio, desde Ciudad Bolívar hasta Upata, o por las carreteras de El Dorado-Santa Elena de Uairén y Ciudad Guayana-Ciudad Bolívar-Caicara-Los Pijiguaos, incluyendo los puentes sobre los ríos Caura, Cuchivero, Suapure, Parguaza y Caroní, llevará de pasajero en su memoria a Leopoldo Sucre Figarella.

Pero la realidad nos permite inventariar una obra de alcance nacional. Así tendríamos que suponer que lo mismo debería ocurrirle a los ciudadanos que, de viaje en viaje, recorren La Araña, o las avenidas Boyacá o Libertador de Caracas, que tienen también la marca de ese coloso de la ingeniería venezolana.

Lo cierto es que hoy Venezuela tiene viva, en esas obras, la memoria de uno de sus hijos más eficientes. Lo fue cuando trabajó en las empresas relacionadas con la prestación de agua potable y obras sanitarias. Lo fue, para que hoy contemos con las autopistas de Tejeria-Valencia-Puerto Cabello y la ampliación del aeropuerto internacional Simón Bolívar de Maiquetía.

Los venezolanos que hoy se alumbran con velas para paliar los rigores de los continuos apagones producidos por la dictadura, deben evocar a ese noble venezolano que edificó en su etapa final, la central hidroeléctrica de Guri, la de Macagua y Caruachi. Los obreros, que hoy son víctimas del más feroz y pernicioso populismo, deben sentir alguna nostalgia nada más de pensar en los grandes esfuerzos que hizo Leopoldo Sucre Figarella para que Sidor, Venalum, Alcasa e Interalúmina fueran un emporio pujante de Guayana para toda Venezuela. Hoy son un cementerio de riquezas que habrá que desenterrar.

También en la salud, el hijo ilustre de Tumeremo dejó su testimonio de sensibilidad social. Obras de primera calidad como los hospitales de Caicara, El Callao y Santa Elena de Uairén, están allí como testigos fieles de esta gran verdad.

Vaya este sincero homenaje póstumo a un ser humano extraordinario, no solo por su demostrado talento, su capacidad y eficiencia, sino también por su honestidad a toda prueba.

Su ejemplo debe ser paradigma para los tiempos que tenemos por delante.

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