La idea de esas personas consideradas grandes figuras le molesta a Rodolfo Izaguirre porque, advierte, suelen mostrar un ego exaltado a tiempo completo. Pero él no puede escapar a ese título: es una de las importantes figuras de la historia cultural del país. Y aclara: su ego sigue siendo «discreto y alelado».
El 4 de septiembre, en una gala virtual, el ensayista, crítico de cine, director de una inolvidable gestión de 20 años en la Cinemateca Nacional y conductor por 40 años del programa radial El cine, mitología de lo cotidiano será reconocido con el Premio de Honor de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Venezuela, que ya recibieron en ediciones anteriores Margot Benacerraf y Miguel Ángel Landa.
Izaguirre, que cumplirá en enero del año próximo 90 años, sigue cuidando sus helechos como la presencia vegetal de un país que adora. Aunque, también, piensa en el rescate de la República, no de la democracia porque no cree en ella. «Tampoco sé muy bien en qué consiste la República», dice con la misma ironía con la que escribe semanalmente su columna en El Nacional.
La pandemia en su casa transcurre entre lecturas, películas en el iPod y frente a la computadora. Terminó un libro sobre su esposa, la bailarina Belén Lobo, fallecida hace cuatro años, que titulará Lo que queda en el aire. «Tomé en préstamo una bella definición del ballet: ‘Es lo que queda en el aire después que el bailarín pasó por él».
Otro proyecto pendiente es un libro sobre su vida en el que habrá un largo capítulo dedicado a la Cinemateca Nacional. «Será otra novela porque en las novelas hay mucha ficción disfrazada de realidad», afirmó Izaguirre, autor de una única novela, Alacranes, por la que ganó el Premio de Narrativa José Rafael Pocaterra a finales de los años 60.
—Está por cumplir 90 años: ha vivido las dictaduras de Gómez, Pérez Jiménez y la chavista; la democracia, la época de la guerrilla y ahora la pandemia. ¿Ha pensado en eso?
—Tenía 4 años cuando muere Juan Vicente Gómez y quedó intacta en mi memoria la violencia política de los saqueos. Hoy se llama “política de calle”. Es una violencia que va a acompañarme el resto de mi vida bajo las tiranías de Pérez Jiménez en mi edad juvenil y la del fascismo del régimen militar hoy en mi edad senil. Pero también la violencia de los caudillos adecos y copeyanos, las guerrillas de atropello castrista cubano y esta novedosa manera. Me tocó superar también las enfermedades de la niñez, el acné juvenil, los desengaños amorosos y las desilusiones adultas.
—¿Cuál es el secreto para ser tan disciplinado con su columna semanal? No falta ni una.
—Me divierto escribiéndolas y me anima saber que cuentan con buenos lectores.
—Después de tantos años escribiendo sobre cine, educando a varias generaciones, ¿qué opina del cine hoy en día con las plataformas streaming y el auge de las series?
—El cine de hoy ya no es el mismo de antes. Tampoco lo somos nosotros. La tecnología acabó con el lenguaje del cine tradicional y vamos cambiando, a veces con dificultad, pero la violenta velocidad que alcanzan hoy las imágenes me encandilan y me petrifican. Dejé de ver la serie colombiana sobre Pablo Escobar porque está tan bien realizada y actuada que el nefasto personaje comenzaba a parecerme atractivo.
—¿Usted vería una película en un smartphone o un tablet? ¿Qué opina de disfrutar el cine en esos formatos? ¿Sigue siendo cine?
—Netflix acabó con las salas de cine y el virus les está dando la puñalada trapera. Pero el cine dejó de serlo porque los avances tecnológicos lo han convertido en mero espectáculo. Es decir, se ahogó en las procelosas aguas de la cultura del espectáculo.
—¿Qué es hoy el cine venezolano?
—Sigue siendo un esfuerzo titánico para encontrarse no solo a sí mismo, sino para encontrar la necesaria fortaleza industrial. Hace años, en una conferencia en Barquisimeto, dije que el cine venezolano atravesaba una etapa artesanal y una señora gorda se levantó de su asiento y gritó: “¡No diga usted eso, porque nosotras las artesanas hacemos cosas muy bonitas y no esas horrorosas películas que ustedes hacen!”.
—¿Cuáles películas ha visto últimamente? ¿Alguna que lo haya asombrado?
—Soy hipo acústico, un eufemismo elegante para no decir que estoy sordo y solo puedo entender películas subtituladas. La única película venezolana con subtítulos en español es Lo que se llevó el río, de Mario Crespo, porque respeta la lengua de los waraos. Es lo que explica por qué me abstengo de ver películas venezolanas. Acabo de recibir por Internet un centenar de filmes de cinematografías para mí totalmente desconocidas, todas subtituladas al español. Prometo que en una próxima entrevista daré a conocer mis impresiones.
—La pandemia nos ha obligado a ver obras de teatro o conciertos a través de plataformas. ¿Usted imaginó un mundo así? ¿Concibe que la cultura sea consumida a distancia? ¿Cómo se relaciona con la tecnología?
—En 1353, Boccacio escribió El Decamerón porque una peste asoló a la ciudad de Florencia. El coronavirus está azotando al mundo entero. A ningún guionista de Hollywood se le ocurriría inventar algo semejante. ¿Cómo cree que podría habérsele ocurrido a mi pobre imaginación? Mucho menos una cultura a distancia. ¡Hice un esfuerzo colosal para aprender de memoria la tabla pitagórica y superar el prodigio de la linterna! Todavía creo que hay alguien escondido detrás del radio.
—Usted convirtió la Cinemateca Nacional en un centro para el disfrute del buen cine. ¿Qué recuerda de esa época?
—El mejor ciclo que logré y un estupendo recuerdo fue el de las rumberas del cine mexicano porque les otorgué el valor cultural que ellas tienen y desacralizé al Museo de Bellas Artes, a la propia Cinemateca y a tanto Bergman y Antonioni. A la exquisita y altiva cultura cinematográfica.
—La Cinemateca ha sido usada por el chavismo para sus intereses propagandísticos. ¿Qué sensación le genera esto?
—¡Me da cierta vaina!
—Hablando de la Cinemateca, hace unos días un grupo de escritores puso en duda los logros de Margot Benacerraf y su película Araya. ¿Se enteró de lo que dijeron? ¿Qué opina?
—Supe mucho antes que Edmundo Aray le hizo una entrevista a Margot Benacerraf y en ningún momento mencionaron mi nombre ni el de ningún otro director de la Cinemateca Nacional.
—¿Le tiene miedo a la muerte?
—La espero con los ojos abiertos.
—Si usted se encontrara con el Rodolfo Izaguirre niño, ¿qué le diría? ¿Le daría algún consejo?
—Solo le diría: ¡Crece! La verdad es que no doy consejos. El Indio Fernández, el legendario cineasta mexicano, a su paso por el aeropuerto de Madrid fue asediado por los periodistas. Le hicieron la pregunta de rigor: «¿Qué consejo le daría a los jóvenes cineastas?». El Indio se les quedó mirando y dijo: «¡A mí que me den por Indio muerto y que esos jóvenes se vayan a chingar a sus madres!».
—¿Usted se evalúa? ¿Piensa en lo que ha alcanzado en la vida?
—Miro hacia atrás y no me gusto.
—¿Sus hijos no le piden que se vaya con alguno de ellos? ¿Lo ha pensado, al menos, en este tiempo?
—Como todos los padres en la hora actual sobrevivimos gracias a los hijos que se encuentran fuera del país. Valentina desde Los Ángeles; Boris, desde Madrid y Rházil, en Caracas, son mis protectores.
—Hay quien dice que Venezuela ya no existe. ¿Para usted qué es y dónde queda la patria?
—La patria es mi propia sombra. Vive allí donde yo me encuentre.
—¿Es más importante la vida que el arte? ¿Cree en el concepto romántico del arte?
—Creo firmemente que el arte es la vida y la vida es el arte.
—¿Qué título le pondría a una película sobre su vida? ¿Quién le gustaría que la dirigiera y quién sería el protagonista?
—Búscame al pie del arcoíris sería un título hermoso y apropiado. La habría dirigido nada menos que Akira Kurosawa y el actor sería Clint Eastwood. ¡Perdonen mi frágil modestia!
—¿Qué es la vida cuando se está por cumplir 90 años?
—¡Bajo el socialismo fascista bolivariano la vida es una espantosa tragedia! ¡Galardonado por la Acacv, una gloriosa continuidad!
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