Quiero volver a encontrarme con amigos y estrechar su mano, aunque pensemos distinto. Recuperar el país de valores y principios, aquel en que las discrepancias solo surgían en tiempos electorales, con respeto y con la emoción que daba confiar en que nuestro candidato saldría ganador. El del dominó, el truco y las disputas sobre las glorias del Magallanes y del Caracas. Sin demeritar en modo alguno a los otros equipos de la LVBP.
Quiero creer que el país no se cae a pedazos. Si esa fuera la percepción, procuraría negarla con todo empeño y con la férrea voluntad democrática y libertaria que nos ha caracterizado en muchas etapas de nuestra historia republicana. No es la negación como escape, sino como canto de esperanza ante tanta barbaridad y peste rojas, así el desasosiego que ella genera.
El país puede ser recuperado, y ello solo está en manos de quienes pensamos y soñamos con uno donde impere el respeto por las libertades públicas, de los derechos humanos y –nunca cansará decirlo– por la aceptación del contrario o adversario político, y el decoro en el manejo de la Cosa Pública.
Quienes sostienen agoreramente aquella caída, pues bien, venga y deje la apatía; ponga sus manos, dé el pecho y dese en ganas para que no se caiga. No crea usted que el asunto no es con todos. Los ejemplos abundan.
Diré unos pocos de la situación que nos acogota, y que fundamenta por qué usted no debe permanecer indiferente sobre lo que ocurre en Venezuela, a no ser que quiera y le satisfaga estar en esa otra deleznable lista de mal llamados “ni-ni”. Veamos:
Se juzga hoy en Cabo Verde a un supuesto testaferro del sujeto de origen ignoto, y no son pocas las noticias que nos llegan acerca de los costos de su defensa penal, los argumentos que esgrimen en su favor y las consecuencias que pudiera conllevar su extradición a Estados Unidos.
En el ambiente continúa la amenaza de compra de misiles, siendo que el país hoy vive, o padece, mejor dicho, una de las crisis más desoladoras nunca antes vista. Basta ver o revisar las cifras de muertos y enfermos por covid-19, las víctimas del hampa y el reciente episodio de película ocurrido en la Cota 905, con lo cual podemos afirmar que el hampa armada y desalmada, al parecer, cuenta también con impunidad garantizada.
Otra amenaza latente es la del fraude electoral, verificable en las prórrogas de lapsos para las postulaciones, el desmantelamiento de los partidos políticos, la asignación de cupos o listas para las curules, y en fin, toda actividad necesaria para perpetrar otra farsa, otro simulacro en diciembre próximo.
¿Será esto poco? ¿Acaso podemos creer estar inmunes ante la satrapía mandona?
Yo quiero un país donde no ocurran estos atropellos, ni nos pongan en la situación dilemática, odiosa desde luego, de si somos opositores somos apátridas, majunches, oligarcas. Por el contrario, si apoyáramos a lo que ha sido el peor gobierno de la historia republicana del país, y su actual continuación, seríamos “bolivarianos, chavistas, venezolanos”, chéveres, pues.
El militar aquel que fue sobreseído por el gobierno democrático de Caldera II, el mismo que se negó ir a juicio por no confiar en las instituciones democráticas, quiso gobernar por siempre. Solo la muerte se lo impidió. Hoy sus herederos políticos, luego de más de veintiún oprobiosos años, con seis meses y veintiséis días en el poder, continúan con su terca manía de querer gobernar a todo trance.
Esta realidad la podemos cambiar. Sabemos quiénes nos desgobiernan y ante tanta perversa pesadilla coloreada de un rojo macabro, tenemos una poderosa arma en nuestras manos, un arma civil y pacífica, y esa no es otra que la unidad de propósitos.
En Venezuela, adecos y copeyanos, y los que eran de izquierda, luchaban para que no se implantase un gobierno militarista y autoritario que copara todos los espacios como ocurría en Paraguay, Chile, Uruguay y Argentina, países donde habían llegado al poder militares de derecha que se comportaban igualito a los de la izquierda de hoy.
¿Acaso eso es lo que queremos que continúe? Por supuesto que no. Serán las instituciones democráticas lo que nos permitirá acabar con ese cordón umbilical infernal que nos ata a la satrapía cubana y a su ignominioso régimen parasitario.
Confío en que se esté apagando la vela en su cabecera. Mi país no merece seguir viviendo esta tragedia, esta desgracia, mala hora que al parecer, hace feliz a los responsables de la peste que la propicia y a su hatajo de cómplices conmilitones
Sea la participación el instrumento para reinstaurar el régimen democrático, la inclusión de todos los ciudadanos, la separación de poderes en la estructura del Estado y en fin, los valores y principios propios de la democracia. Procuremos entenderla como la rectitud de conciencia como base del sistema, la honestidad como norma permanente, la pulcritud en las ideas y en las formas de comportamiento.
Quiero volver al país donde se asuma, sin pena ni vergüenza, que ser pobre es malo y sepamos y ojalá nos demos cuenta de lo felices que siempre somos y hemos sido a pesar de las circunstancias.
Yo quiero mudarme a un mejor país, pero en el mismo sitio.
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