Los seres humanos estamos compuestos no solo de un esqueleto que nos sostiene y le da forma multifuncional y firme al cuerpo, además, contamos con los músculos para que faciliten nuestras acciones y ayuden a los movimientos, así como los órganos desempeñan una determinada función para mantenernos vivos. En su estructura global, los humanos son un agregado de dos piernas, dos brazos y un torso. Eso es la simple materialidad de la composición de los hombres y mujeres, pero igualmente de esa descripción somera, tenemos la capacidad de semiosis, es decir, darle el significado a las cosas para poder entender nuestro entorno, también somos los únicos seres vivos capaces de recibir información para convertirla luego en conocimiento.
A lo anterior se le suma que somos un amasijo de sensaciones porque disfrutamos de las mismas, tenemos sensibilidad hacia las personas que nos rodean y en el entorno donde nos desenvolvemos, podemos expresar compasión y solidaridad, piedad y ternura hacia situaciones adversas, vivimos y padecemos el dolor de forma intensa pero somos capaces de superarlo, no somos inmunes a la tristeza y tenemos la capacidad de hacer frente a cualquier situación con pasión y determinación. En pocas palabras, ¿qué es lo anterior? Simplemente sentimientos, que se expresan en dos vías, que logra manifestarse con el mismo frenesí, me refiero al amor y al odio. Aprovecho para hacer la salvedad de que el odio no es el opuesto al amor. Lo opuesto al amor es la indiferencia.
Para entender ambos arrebatos delirantes, comenzaré explicando primero el amor, el cual tiene muchos sinónimos, como el cariño, el afecto, el apego, la ternura, la adoración y el querer.
Por lo tanto el amor se ha transformado en una definición universal relativo a la conexión entre seres humanos, que tiene su expresión en el afecto y el apego que sentimos hacia una persona en particular, que se manifiesta a través de las emociones al estar al lado de ese ser que nos hace sentir mariposas en el estómago. Amor es también bondad, compasión y solidaridad que tenemos hacia nuestros semejantes, que somos capaces de brindar apoyo de manera desinteresada, solo con la única finalidad de expresar nuestra ayuda y sensibilidad hacia otras personas.
Por lo tanto, buscar una definición que pueda abarcar de forma fidedigna el concepto de amor es algo difícil, porque la única manera de entenderlo es sentirlo con las entrañas y expresarlo a través del temblor de nuestras piernas cuando estamos al lado del ser que amamos.
Lo anterior suena idílico, es como si fuera el deber ser de toda relación humana, pero, nunca falta un pero, como contraparte a ese hermoso sentimiento tenemos al odio. Esto nos lleva a preguntarnos ¿qué es el odio? Por sus características, este sentimiento de aversión es la expresión pura de la antipatía, el rencor, el aborrecimiento, la tirria, el desprecio, la fobia y la rabia. La descripción anterior es alarmante, porque nos aleja de nuestra esencia como seres humanos.
Sin embargo, muchas de las expresiones anteriores tienen un origen, que no es otra que las contradicciones en las relaciones humanas y, además, es alimentada por aquellos que se esmeran en ser odiados.
Vamos a contextualizar un poco. Los hombres y las mujeres vivimos en una sociedad que está estructurada de tal manera para facilitar la convivencia y la tolerancia entre todas las personas que hacen vida en una comunidad, una ciudad, un estado o en un país en general.
La finalidad de convivir bajo unas normas, es lograr niveles de coexistencia y tolerancia que permitan las buenas relaciones. Pero, vuelve a aparecer el pero. Si lo extrapolamos a la realidad venezolana, la cosa cambia. En Venezuela, el odio se ha instalado de forma institucional, de hecho hay una norma, que se llama Ley contra el Odio por la Convivencia Pacífica y la Tolerancia. En pocas palabras, esto da a entender, la nula transigencia, respeto y comprensión que hay en el país, por ende se necesita de una ley para normar el comportamiento de los venezolanos.
Claro, la aplicación de este código tiene una sola vía, es decir, hacia aquellos que expresan su repudio hacia el régimen de Nicolás Maduro. Por consiguiente, que a pesar de que en Venezuela hay libertad de expresión, hay que tener mucho cuidado con lo que se dice.
Volviendo a la realidad venezolana y tratando de entender por qué el odio se ha enquistado en el país, hay que estudiar los acontecimientos políticos, económicos y sociales acaecidos en los últimos 20 años, para comprender por qué estamos inmersos en ese sentimiento.
Con el surgimiento de la revolución bolivariana en 1999, esta siempre tuvo como norte dividir al país, crear esa sensación de lucha de clases entre ricos y pobres. Culpando de todo a la oligarquía, a la burguesía, al imperio y a cualquier movimiento político y social que expresara contradicción a los designios revolucionarios. Nos colmaron de calificativos despectivos, solo con la finalidad de tener marcados e identificados a aquellos que expresaban su disconformidad con respecto a la realidad del país.
Se crearon grupos de choque, como los círculos bolivarianos que luego mutaron a colectivos, pero teniendo como incentivos el odio y el rencor hacia aquellos que supuestamente impedían la implantación de un seudosocialismo, única vía, según los advenedizos chavistas, para poder sacar al país de la miseria.
Sin embargo, con el pasar de los años, la población se fue empobreciendo aún más pero, vuelve el pero, los apóstoles de la revolución, se enriquecían de manera grosera y grotesca.
Por lo cual, el venezolano quiere expresar a viva voz su arrechera, pero se ve impedido por una normativa, que abarca penas hasta de 20 años de cárcel. Eso quiere decir, que no hay derecho a odiar en defensa propia, para expresar los años que nos han robado cuando éramos más productivos, que obligaron e incentivaron la mayor diáspora de connacionales, regando venezolanos en todos los países del orbe, alejando a todos de su patria, de su terruño, de sus afectos.
Con su accionar, han provocado la muerte de muchos familiares y amigos, sea a través de su ineficacia en hacer frente a la delincuencia, como en el abandono de todo el servicio sanitario. Pero lo más triste de todo, es la desaparición de la compasión y la tolerancia en todo el país. Muchos celebran la muerte de un personaje del gobierno o de la oposición. Las redes sociales se inundan de descalificativos, porque en el país han desaparecido a la buena fe, a la paz y a la comprensión.
Nuestra nación es vista por la gran mayoría de países en el mundo, como un Estado forajido, fallido, corrupto y criminal. Nuestros indicativos de pobreza, libertad y desarrollo, son de los peores. Y muchos visualizan que en el mediano plazo no habrá solución a este problema, porque estamos inmersos en una dictadura militar comunista, sin derecho a la justicia y a la autodeterminación.
Por consiguiente, el venezolano necesita expresar su rabia, para defender y exigir el derecho a una calidad de vida óptima y a la vez, solicitar los cambios que necesita la patria para mejorar el estado general de pobreza que vive la nación.
Ahora no es solo el hambre que nos embarga, como guinda del pastel está el corona virus, donde los jerarcas del régimen se tratan en clínicas privadas, mientras que los venezolanos son ruleteados a ver donde consiguen cama para convalecer de esta pandemia, porque ya el poliedro y otros sitios están abarrotados de enfermos.
Celebran la llegada de supuestos médicos cubanos, pero descuidan a nuestros sanitarios que han muerto por no tener la indumentaria necesaria para no ser contaminados. Ya superamos los mil contagios de covid-19 diarios, por lo cual el sistema hospitalario está colapsado, no hay camas, ni ventiladores ni medicamentos para todos.
La situación descrita nos ha llevado por caminos donde escasean nuestros derechos, se criminaliza el pensar diferente, se merma la libertad y se condiciona la idiosincrasia. En pocas palabras, no somos ciudadanos, sino borregos de un proyecto político que busca eternizarse en el poder, sin importar generar rencores y aversiones entre los venezolanos. Pero, vuelve de nuevo el pero, debemos buscar la manera de reconciliarnos y la forma de hacerlo es conocer el problema que nos afecta y hacerle frente para solucionarlo, a esto hay que sumarle que debemos saber canalizar nuestros sentimientos y que prevalezca la esencia humana de la buena fe y la tolerancia, evitando a toda costa en convertirnos en juez, jurado y verdugo. Hay que evitar recrearnos en el dolor ajeno, sin importar la ideología que se profese y saber perdonar. Es cierto, perdonar es el paso más complicado y tortuoso, pero cuando sepamos hacerlo, habremos crecido como sociedad.
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