Algunos argentinos le dicen en broma la «cuareterna» y con motivo: el «aislamiento social, preventivo y obligatorio» decretado hace cinco meses por el gobierno de Alberto Fernández se ha convertido en la cuarentena, sin interrupciones, más larga en el mundo.
Más allá de burlarse del término, no son muchos los que se ríen de los efectos económicos, sociales y psicológicos que está teniendo este largo confinamiento.
Afecta principalmente al corazón demográfico, financiero e industrial del país: la región metropolitana de Buenos Aires (o AMBA), donde vive el 40% de la población argentina, y donde se concentra la pandemia del coronavirus.
Mientras en otras partes del mundo, incluso donde hubo decenas de miles de muertes a causa del covid-19, la gente ya puede reunirse con amigos, ir a un bar a tomar algo o pasar el día en una playa, en la región más poblada de Argentina todas esas actividades siguen vedadas desde que se decretó la cuarentena el 20 de marzo.
Los habitantes del también llamado Gran Buenos Aires solo tienen permiso oficial de salir para hacer compras o realizar servicios de cercanía. Las salidas recreativas para adultos están prohibidas.
El transporte público está reservado exclusivamente para personal que realiza tareas «esenciales» o quienes tienen permiso especial, y los que utilizan su auto sin una autorización para circular corren el riesgo de que se les retire el carnet de conducir.
Los deportes individuales recién se han habilitado ahora, tras cinco meses de parálisis. Solo salir a correr estuvo permitido desde junio, pero exclusivamente para los habitantes de la capital y en horarios restringidos.
Pero sin duda los más afectados por las restricciones han sido los niños. Desde marzo que el gobierno de la provincia de Buenos Aires solo les permite a los que viven en el AMBA salir de su casa para acompañar a sus padres a hacer compras.
En la capital, gobernada de forma autónoma, los menores tienen un poco más de libertad: a mediados de mayo se habilitaron las salidas recreativas los fines de semana y desde finales de julio ya pueden salir todos los días, aunque solo una hora y cerca de su hogar.
Las autoridades afirman que estas medidas han logrado evitar miles de muertes a causa del covid-19. Resaltan que el 90% de los contagios ocurren en la zona del AMBA.
Con unos 300.000 infectados y 6.000 víctimas fatales -13,6 cada 100.000 habitantes- Argentina tiene una tasa de letalidad mucho menor que muchos países de la región como Brasil, México, Perú, Chile, Colombia, Bolivia y Ecuador.
Además, ha logrado evitar el colapso del sistema de salud, la principal meta de la llamada estrategia de «aplanar la curva de contagios».
Sin embargo, muchos plantean que el objetivo original de la cuarentena supuestamente era «ganar tiempo» para que los servicios de salud pudieran prepararse, como ha ocurrido, y objetan que las restricciones se hayan mantenido todo este tiempo.
Una gran proporción de argentinos ha dejado de acatar la órdenes del gobierno y las calles en las grandes urbes se han vuelto a llenar de gente.
Ya sea por necesidad de salir a trabajar o de liberarse del largo encierro, hoy son pocos los habitantes que siguen cumpliendo con el aislamiento estricto que ordena el decreto presidencial.
Esto llevó a que el presidente afirmara el pasado 14 de agosto que «la cuarentena no existe más».
Curiosamente, lo dijo antes de anunciar la décima extensión del «aislamiento social, preventivo y obligatorio», que durará hasta el 30 de agosto.
Prohibido juntarse con la familia
El hartazgo de la sociedad argentina con la cuarentena hoy es evidente, y ha llevado a que la circulación del virus aumente en el peor momento: en pleno invierno.
En la actualidad, Argentina es uno de los países del mundo con mayor cantidad de casos cada 24 horas.
El gobierno y sus detractores se acusan mutuamente por este aumento.
Para las autoridades y sus partidarios, es culpa de la irresponsabilidad de quienes rompen la cuarentena.
Para los críticos, muestra que la estrategia del gobierno ha fracasado, ya que era previsible que la sociedad no aguantaría tantos meses seguidos de aislamiento social.
Lejos de reconocer estos límites, el presidente Fernández ha redoblado la apuesta.
En los primeros días de agosto, el mandatario prohibió expresamente las reuniones familiares o con amigos en todo el país.
El decreto que firmó veda los «eventos sociales o familiares en espacios cerrados y en los domicilios de las personas, en todos los casos y cualquiera sea el número de concurrentes, salvo el grupo conviviente».
Infringir esta norma es considerado un delito penal y contempla sanciones que alcanzan los dos años de prisión (aunque hasta ahora nadie ha sido sancionado).
Para los críticos del gobierno, esta fue la gota que colmó el vaso: el pasado 17 de agosto, feriado patrio por la muerte del libertador José de San Martín, miles salieron a protestar en distintas ciudades del país.
Si bien el llamado «banderazo» o «17A» -la mayor protesta que ha enfrentado Fernández desde que asumió en diciembre pasado- incluyó varios reclamos políticos, el principal fue poner fin al aislamiento obligatorio, que acababa de superar los 150 días.
La protesta fue fuertemente criticada por quienes consideraron imprudente realizar aglomeraciones en medio de una pandemia, y cuando los contagios van en aumento.
Incluso algunos representantes de la oposición expresaron sus reparos a la marcha, y muchos que objetan las medidas del gobierno se abstuvieron de participar.
No obstante, algunos observadores lo vieron como una explosión de frustración de una parte importante de la sociedad gravemente afectada por estos cinco meses de cuarentena.
Daños económicos
Aunque es difícil determinar cuánto del daño económico fue causado por la pandemia y cuánto por la cuarentena, lo cierto es que Argentina está viviendo una caída económica mayor a la de la crisis del 2001-2002, hasta ahora el peor desastre económico de su historia.
El país ya atravesaba casi dos años de recesión y sostenía una deuda impagable cuando Fernández decretó la cuarentena, lo que obligó a cientos de miles de negocios no esenciales a cerrar por meses.
Si bien la decisión de prohibir los despidos, decretada en abril pasado, ha permitido que gran parte de los asalariados sigan cobrando su sueldo -ayudados por el Estado- la presión sobre las empresas ha sido devastadora.
Según la Cámara Argentina de Comercio y Servicios, más de 42.000 pequeñas y medianas empresas (pymes) han cerrado desde marzo, el doble de las que desaparecieron durante la crisis de 2001/2002.
Marcos Novaro, director del Centro de Investigaciones Políticas (Cipol), dijo a BBC Mundo que se trata de una «masacre de empresas» y advirtió que podría ahondarse.
«Una epidemia de enfermedad mental»
Para cientos de miles de argentinos, haber perdido su fuente de trabajo o no saber si lo perderá pronto representa una angustia que agrava los problemas de salud mental que afloraron durante la cuarentena.
La Fundación Ineco, del prestigioso neurocientífico argentino Facundo Manes, determinó que los niveles de depresión en la población argentina se han quintuplicado con respecto a los valores «prepandemia».
«Al principio de la cuarentena, seis de cada 10 argentinos tenían síntomas leves, moderados o severos de ansiedad. Con el transcurso de los días, esos síntomas se mantuvieron pero la angustia se fue transformando en depresión», explicó Manes.
Los más afectados son los jóvenes: ocho de cada 10 tienen algún síntoma de depresión.
«Estamos viendo una epidemia de enfermedad mental», advirtió el experto en declaraciones a Radio Mitre. «Hoy los argentinos estamos exhaustos».
Manes resaltó la importancia de evitar que esta situación se haga crónica.
«Si tenemos un pueblo deprimido, desmotivado y ansioso, estamos frente a un problema no solo humanitario, sino social y económico», enfatizó, señalando que «no podemos tener una cuarentena eterna».
Según el neurocientífico, el problema no es solo el aislamiento, sino también la falta de previsibilidad y de «un horizonte claro».
En ese sentido, los argentinos no solo no saben cuándo terminará la cuarentena. Muchos tampoco saben cuándo podrán volver a mandar a sus hijos al colegio o cuándo podrán volver a viajar.
El Ministro de Educación puso en duda que el año próximo se reinicien las clases presenciales cuando comience el nuevo ciclo lectivo, en marzo.
Y el Ministro de Transporte ya anunció que las aerolíneas no podrán volver a operar el 1 de septiembre, como estaba previsto, convirtiendo a Argentina en prácticamente el único país del mundo sin vuelos comerciales.
Desbordadas
Los diferentes desafíos que trajo la cuarentena han sido especialmente duros para las mujeres, que no solo suelen trabajar en las áreas de servicios más golpeados por la crisis sino que además tradicionalmente han sido las principales encargadas de los hijos y la casa.
Las estadísticas oficiales muestran que las argentinas dedican casi el doble de horas que los hombres a los quehaceres domésticos y el cuidado de niños y personas mayores.
Muchas mujeres de clase media y alta que trabajan suelen dejar el cuidado de sus hogares en manos de una empleada doméstica, pero esta tarea está prohibida desde que empezó la cuarentena.
Esto ha llevado a que decenas de miles de mujeres que viven en el AMBA hayan pasado los últimos cinco meses trabajando a tiempo completo de forma remota mientras se ocupan de sus hijos, los ayudan con sus clases virtuales y cumplen con las tareas de la casa.
Una encuesta realizada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) encontró que la mayoría de las mujeres consultadas «sienten que son cuidadoras de tiempo completo» y están «mentalmente agotadas».
La prohibición del empleo doméstico también ha tenido un impacto muy perjudicial para ese sector, compuesto por dos millones de mujeres (dos tercios contratadas de manera informal).
Si bien el decreto presidencial obliga a las familias a seguir pagando el salario de su empleada, una encuesta del Conicet y la Universidad Nacional de Lanús mostró que solo el 33% siguió cobrando su sueldo sin ir a trabajar.
«Daños colaterales»
Quizás el efecto más controvertido que está teniendo la cuarentena es lo que algunos expertos de la salud llaman «daños colaterales».
«Yo no me obsesioné con la cuarentena, estoy obsesionado con la salud de los argentinos», remarcó el presidente Fernández al anunciar la décima extensión de esa medida.
Sin embargo, hay indicios que muestran que, aunque las restricciones han servido para contener el coronavirus, están provocando otros problemas de salud.
Un informe publicado por la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA) reveló que más de la mitad de la población no realiza actividades que se consideran saludables desde que comenzó la cuarentena.
Otro estudio realizado por el Instituto Gino Germani (IIGG) mostró que el 45% de las personas aumentó su consumo de alcohol durante el aislamiento obligatorio.
Quienes tienen entre 35 y 44 años cuadruplicaron su consumo habitual de bebidas alcohólicas, algo seguramente atado al estrés que padecen muchos padres, obligados a trabajar desde la casa, con niños pequeños a su cargo.
En tanto, también aumentó fuertemente el volumen y la frecuencia del consumo de nicotina y drogas legales, en especial psicofármacos.
Los argentinos también han apelado a la comida para calmar su ansiedad durante el encierro.
Seis de cada 10 subieron de peso, según reveló la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN). Esto en una población donde más del 60% ya sufría de sobrepeso.
«Los seres humanos no toleramos el malestar psicológico y tendemos a apoyarnos en la interacción social. Al disminuir los encuentros relacionales, crecen las acciones no saludables», explicó al sitio Infobae Martín J. Etchevers, secretario de Investigación de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Pero el mayor daño podría no estar a la vista.
Algunos de los principales establecimientos de salud del país, como la Sociedad Argentina de Cardiología (SAC), el Fleni y la Fundación Favaloro, expresaron su preocupación por la significativa disminución de las consultas médicas desde que comenzó la cuarentena, en especial de pacientes con problemas coronarios, neurológicos y oncológicos.
El miedo a contagiarse del coronavirus, las limitaciones para utilizar el transporte público, el temor a tener problemas legales por movilizarse y la cancelación de agendas médicas por el aislamiento obligatorio son algunos de los factores citados para explicar por qué miles de argentinos evitan ir a clínicas y consultorios desde marzo.
También se reportó una drástica reducción en la realización de estudios, tanto diagnósticos como terapéuticos.
La enfermedad coronaria y los accidentes cerebro vasculares (ACV) son las dos primeras causas de deceso en Argentina, y provocan más de 95.000 muertes cada año.
El cáncer, la tercera causa de mortalidad, mata a más de 65.000 personas por año.
Es decir: son mucho más letales de lo que ha sido hasta ahora el coronavirus.
Sin embargo, los partidarios de la cuarentena destacan que la cifra relativamente baja de fatalidades que ha dejado el virus en Argentina son el mejor indicio de que esta medida ha funcionado.
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