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Jonathan Jakubowicz: Escribiré la historia de Juan hasta que se recupere la libertad de Venezuela

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Que quede constancia de lo sucedido. No es otra la pretensión de Jonathan Jakubowicz, director de cine y guionista, al contar la historia de Juan Planchard, un joven de clase media, hijo de profesores universitarios, educado en una universidad privada de Caracas, que sin llegar a los 30 años de edad se convierte en multimillonario gracias al control cambiario que impuso Hugo Chávez en Venezuela y a los negocios que luego hizo con el chavismo.

La historia de Las aventuras de Juan Planchard, la primera novela del realizador de Secuestro express, Manos de Piedra y Resistance, situaba a su protagonista en un mundo de excesos, drogas, prostitución, lujos y derroche pagados con dinero robado producto de sus relaciones con el gobierno que se ufanaba por ser el modelo del «socialismo del siglo XXI». En la segunda entrega, La venganza de Juan Planchard (Epicentral Studios, disponible en Amazon y Apple Books), ese mismo protagonista acaba de salir de la cárcel en Estados Unidos y la CIA, organismo para el que trabaja como informante, le encomienda una misión que no es otra que la de infiltrarse en la organización criminal que se ha convertido el régimen de Nicolás Maduro.

Juan Planchard, por supuesto, no es el mismo. Tiene 33 años de edad, pasó 6 años preso, no le quedó ni un dólar de todo lo que robó y comienza a cuestionarse lo que hizo y lo que ha perdido en el camino. Regresa a Venezuela y encuentra un país empobrecido, de gente que lo que más desea es emigrar y donde potencias extranjeras intentan repartirse lo que queda. Un país hambriento, sumido en la más grave crisis humanitaria, donde se violan los derechos humanos y se somete a los opositores al régimen a las más atroces torturas. Un país donde unos pocos harán lo que sea por mantenerse en el poder. Y lo logran.

Planchard, un personaje que creía haberlo visto todo, se da cuenta de que no ha visto nada. Que todo puede ser mucho peor. Llega, incluso, a asombrarse. Su objetivo: curarse del chavismo. Y en esa travesía Jonathan Jakubowicz, cineasta nacido en Caracas en 1978, va relatando a un ritmo voraz la historia reciente de una nación que, según el autor, se suicidó.

—¿Contar la historia del país a través de Juan Planchard se ha convertido en una necesidad vital?

—La primera víctima del comunismo siempre es la verdad. La única manera de lograr volver a ser una nación es que quede constancia de lo sucedido.

—¿Cómo defines al Juan Planchard del primer libro y al que protagoniza la segunda parte de la historia? 

—El Juan del primer libro está viviendo la era dorada del chavismo, ese momento de abundancia económica en el que se repartían guisos de millones de dólares por doquier. El Juan del segundo libro acaba de pasar seis años en una cárcel gringa, y vuelve a Venezuela para infiltrarse en el chavismo como espía de la CIA. La Venezuela con la que se encuentra no es la misma. La rochela caribeña de la era Chávez, en la que el perico y las putas en orgías revolucionarias definían a una nación pendeja que todavía creía en su líder, se acabó para dar paso a una crisis humanitaria en la que potencias extranjeras se reparten lo que queda de país. Es un Juan mucho más amargo, enfrentando una realidad que ya no da risa.

—¿En cuanto a la escritura, la manera de concebir la historia y el acceso a fuentes, qué diferenció la primera entrega de la segunda?  

La venganza de Juan Planchard requirió de mucha más investigación, pues profundiza en los orígenes de la alianza Chávez-Rusia-Irán, y toda la red de guisos internacionales que montó la revolución para tener un aliado en cada país importante. En ambos tuve la oportunidad de hablar con gente que ha estado involucrada en toda esta red, así como con agentes de inteligencia que han estado investigando al chavismo desde el principio.

—¿Cuánto tiempo te tomó escribir la segunda historia?

—La comencé a escribir en 2017 y la terminé este año. Pero hice una película en el medio, por lo que en total duró tres años, pero con largas pausas.

—¿Entre 2017 y 2020 cambió mucho la historia que te planteaste originalmente?

—La historia de la novela no cambió mucho, pero sí la conciencia que se tiene del contexto. Cuando en 2017 yo mencionaba la importancia vital que tenía Irán para la revolución, me decían exagerado. Recuerdo que durante las protestas pregunté a los organizadores por qué no marchaban hacia la Embajada de Irán y me miraron con cara de loco. Hoy en día está claro que Venezuela es en buena medida propiedad de los ayatolás.

Juan

—¿Desde la primera historia tenías claro el destino de Juan Planchard o esto ha ido gestándose poco a poco?

—Juan ha ido evolucionando con el tiempo. De hecho, la segunda novela se desarrolla en un momento que ocurrió después de que se publicó la primera. Mi esperanza era que fuesen solo dos novelas, y que la segunda contase el final de la tragedia. El problema es que el final no termina de llegar y la tragedia es cada vez más trágica. Yo seguiré escribiendo estas novelas hasta que se recupere la libertad de Venezuela. Espero que solo falte una más.

—Juan Planchard establece una muy clara diferencia entre el chavismo y el madurismo: «El comandante cuidaba las apariencias, estos tipos no». ¿Al final no es el madurismo la herencia del chavismo?

—La diferencia que explica Juan es que lo de Chávez era un asalto a un país por voluntad popular. En cambio Maduro sigue asaltando a un país que no lo quiere. La filosofía de Juan en el primero se basa en eso: si los pobres quieren a Chávez y Chávez quiere que robes, quién eres tú para hacer lo contrario. Con ese razonamiento moral es que justifica sus guisos. Pero no sabe cómo justificarlos ahora que a Maduro no lo quiere ni su mamá. Esa es la gran diferencia entre el gran estafador que fue Chávez y el pésimo que es Maduro. Ambos roban por igual, pero Chávez convenció a buena parte del pueblo de que lo hacía por su bien. Y para aquellos que formaban parte del crimen revolucionario había la oportunidad de echarle la culpa al pueblo. Ahora no tienen excusa.

—Incluso llega a decir: «Yo soy un tipo bueno, no he jodido a nadie». ¿Los Juan Planchard que andan por el mundo y los que quedan en Venezuela creen que no han hecho daño?

—Yo pienso que sí. Creo que de hecho Juan lo sabe y por eso se entrega a hacer su parte para liberar al país. Lo que pasa es que Juan es un tipo a quien le encanta justificarse, y creo que eso es lo que lo hace tan interesante, tan cercano. Cuando un grupo de gente comete un crimen histórico como lo es el chavismo, es difícil imaginar qué pasa por sus cabezas; por más dinero que estén haciendo, cómo soportan la culpa del daño que están causando. Juan Planchard es una mirada a esas cabezas, cómplices y partícipes del crimen más grande que ha existido en las Américas en al menos un siglo.

—En algún momento uno llega a sentir hasta lástima por Juan Planchard en las páginas de la segunda entrega, llegan a conmover ciertos pasajes de la historia. ¿Por qué este giro? ¿Puede la sociedad venezolana llegar a perdonar a los Juan Planchard?

—Lo que conmueve de Juan es que él no tenía por qué convertirse en lo que se convirtió. Era un chamo clase media de El Cafetal, hijo de profesores universitarios. Y él siente que el país lo convirtió en un monstruo, porque nunca le dio opción de ganarse la vida de manera decente. Podemos pasar años discutiendo si tiene razón o no, y probablemente no la tiene. Pero sin duda Juan es víctima y victimario a la vez, y pienso que entenderlo será fundamental para reconstruir al país.

—Pero en Venezuela todavía hay gente decente que intenta ganarse la vida sin hacerle daño a nadie, sin robar. No todos son Juan Planchard, aunque muchos sí.

—La inmensa mayoría de los venezolanos sigue intentando ganarse la vida sin hacerle daño a nadie, sin robar. El planteamiento de Juan es que, por más que lo intenten, no lo van a lograr, pues la revolución está diseñada para que sea prácticamente imposible ganarse la vida decentemente. Esa dualidad de opciones, morir de hambre en la decencia o vivir en la abundancia como revolucionario, es lo que ha convertido a tantos en monstruos. Piensa en los diputados opositores de la asamblea que se vendieron. Piensa en Roque Valero, en Winston. Son gente que sin duda creció con sueños distintos, nadie crece soñando que algún día se va a enriquecer a costillas de destruir la vida de millones de personas. El propio Winston lloró cuando cerraron RCTV. Pero son personas que se enfrentan a la decisión de pasar hambre siendo decentes, o hacerse millonarios a cambio de renunciar a la dignidad. Y lamentablemente mucha gente es débil y prefiere venderse, aunque sientan asco por ellos mismos. Esa es la gran tragedia de nuestro país, la enorme cantidad de gente que prefirió venderse. Y Juan es uno de ellos. Un monstruo envilecido por un sistema diseñado para envilecer. Cuando el disidente soviético Sergei Dovlatov emigró a Estados Unidos dijo una frase muy famosa: «Siempre maldecimos a Stalin, y con razón. Pero quisiera preguntar… ¿quiénes fueron los que hicieron 4 millones de denuncias a la KGB? No fue la policía secreta, fueron los ciudadanos comunes». Así funciona el comunismo, envileciendo a la gente común. Siempre se supo que Chávez era un asesino, desde 1992. Ya en 2003 se sabía que no respetaría la Constitución. Y, sin embargo, muchísima gente lo apoyó, y otra tanta guisó con él. Todos ellos son partícipes del crimen. Es fácil culpar a Juan Planchard y exculpar a la nación. Pero la realidad es que a Venezuela no la mataron, Venezuela se suicidó.

—¿Qué tenemos que entender de un personaje como Juan Planchard?

—Van casi 600 páginas sobre Juan, entre los dos libros. Hay que leerlas para entenderlo. Yo todavía lo estoy intentando.

—De hecho, llega a decir: Un Planchard de los buenos, de los académicos, de los trabajadores honestos, de los que yo fui antes de contraer esa maldita enfermedad llamada chavismo. ¿Se cura esa enfermedad llamada chavismo? Porque Juan Planchard lo cree.

—Creo que hay tipos de chavismo que no se curan sino con eutanasia. Pero Venezuela no es el primer país que fue seducido por una ideología criminal. En algún momento habrá que hacer juicios de alto perfil, y varios tendrán que pagar. Pero nadie puede negar que un porcentaje significativo del país cayó en la trampa de Chávez. Esa gente debe pedir perdón y estará en manos de la sociedad decidir si los perdona. Yo creo firmemente que cualquier persona que haya apoyado a Chávez no solo es un imbécil, sino que probablemente tiene tendencia al crimen. Pero ese porcentaje del país es tan elevado que no es realista imaginar una Venezuela sin ellos.

—¿Crees en el perdón?

—Hay un refrán que dice que las abuelas judías perdonan pero no olvidan, pero sobre todo no olvidan lo que perdonan. Yo creo que hay cosas imperdonables, y buena parte de ellas están ocurriendo en este momento. Hay una nobleza venezolana que nos pone a discutir si vamos o no a perdonar a los tipos que nos están matando cuando todavía nos están matando. Hablemos de eso mejor cuando nos dejen de matar.

—¿Por qué incluir a un personaje como Oscar Pérez? ¿Un homenaje a quién? ¿A quiénes?

—El por qué me parece que se explica de manera extensa en el libro, y no quisiera dar una respuesta corta, pues es un personaje muy interesante y cuyo legado pienso que será muy importante en el futuro.

—¿Qué te lleva a pensar que su legado será importante?

—Oscar Pérez es uno de los pocos uniformados decentes que ha producido Venezuela en toda su historia. Y fue asesinado porque nuestra sociedad había sido envilecida hasta tal punto que no podíamos creer que fuese real. Hasta el día de su muerte nos burlamos de él. Tenemos una opinión tan baja de nuestros hombres de uniforme que pensamos que era imposible que existiese un policía bueno. Pero existió, y si queremos algún día refundar algo que se parezca a un país normal, tendremos que hacerlo sobre una policía y unas fuerzas armadas morales que sirvan a su pueblo. Yo nunca, desde mucho antes del chavismo, consideré a un policía venezolano como a un aliado. Uno siempre ha asumido que son ladrones en uniforme. El chavismo los hizo aún peores y convirtió a la Fuerza Armada en un cartel de narcotráfico en el que todos, sin excepción, se dedican a mover cocaína. Hasta que eso no cambie no hay ningún chance de construir una nación.

—¿Qué tanto de ficción y qué tanto de realidad hay en La venganza de Juan Planchard?

—Casi todos los personajes son ficticios, casi todas la situaciones son reales.

Juan

Jonathan Jakubowicz ha dirigido los filmes Secuestro express, Manos de Piedra y Resistance

—¿Has contabilizado todas las historias que te han llegado para construir al personaje? ¿A cuántas personas has entrevistado?

—Es mucha gente, entre aquella con la que me he reunido y otra que me manda información, a veces de manera anónima. Son muchos los que quieren que esta realidad se sepa y que quede testimonio de la magnitud del peo en el que estamos metidos.

—¿Has omitido alguna historia porque comprometes a alguien? ¿Por temor?

—Yo nunca me he callado nada, menos por temor. Nuestra historia está llena de héroes torturados y otros que han dado hasta la vida por tumbar al chavismo. Yo apenas escribo libros, no tengo derecho de tener miedo cuando hay otros que arriesgan tanto más que yo.

—Escribiste un tuit hace días sobre los comentarios que te llegaban por haber escrito un capítulo dedicado a «La Tumba». Quizá uno de los peores episodios de nuestra historia contemporánea. ¿Qué sensaciones te genera escribir sobre La Tumba, sobre La Tumbita? ¿Cómo fue llegar a la historia de esta última?

—Fue muy difícil escribir ese capítulo. En general escribir estas novelas es divertido, pero lo de La Tumba me quebró. Lo escribí entre lágrimas y cada vez que lo releo me vuelve leña. La información vino de varias de las víctimas y de uno de los torturadores, quien ahora es testigo protegido en Miami.

—Para contar la historia de Juan Planchard te has hecho amigo de algún o de algunos Juan Planchard. ¿Frecuentas círculos en los que se mueven estos personajes?  

—No, nunca me he hecho amigo de ninguno. En el fondo me tienen mucho miedo. Generalmente sueltan la información en tercera persona y salen corriendo.

—¿Hay muchos Juan Planchard colaborando con la CIA, con la DEA?

—Sí.

—La historia de Juan Planchard es una historia que solo entenderá el público venezolano. ¿Siempre te lo propusiste así?

—Yo hago películas para el público mundial, pero estas novelas son sólo para venezolanos y eso me da mucha libertad creativa. Puedo ser todo lo específico que sea necesario. Es posible que algún día las adapte como serie o película para el público mundial. Pero como obra literaria están escritas para ser leídas por especialistas en el rollo venezolano, y esa especialización solo se consigue en Venezuela. De hecho, por eso no las he traducido. Pienso que en el momento en el que me ponga a escribirlas para que me entiendan en otro lado, perderán su furia local. Y para mí, en este momento, eso es lo único que importa.

—¿Cómo va la adaptación al teatro que hará Moisés Kaufman del primer libro?

—A principios de año Moisés me invitó a una lectura de la obra y me dejó completamente loco. Creo que será un éxito histórico. Pasas por todas las emociones en un par de horas. Nunca imaginé que pudiese ser adaptada al teatro y lo acepté porque Kaufman es un genio y confié ciegamente en él. La verdad es que me voló el coco. Se iba a estrenar este verano, pero con la pandemia se pospuso. Se está planeando una lectura por Zoom. Juan Planchard es interpretado por Christian McGaffney, que está increíble en el papel.

—¿Llevarás la historia al cine o a la televisión?

—Es posible. Algo estoy cocinando a fuego lento.

—»Continuará»… se lee en la última página del libro. ¿Hasta dónde llegará la historia de Juan Planchard? ¿Cuál será para ti el final perfecto de estos personajes?

—No hay final perfecto, ni para Juan ni para Venezuela. Ya el daño es tan grande que la libertad será celebrada con llanto. Pero Juan llegará hasta donde sea necesario. Mientras tenga gente que me lea y sienta que puedo contribuir al país a través de estas obras, lo seguiré haciendo.

—El magazine Latin American Literature Today considera La venganza de Juan Planchard entre lo mejor del mes de agosto junto con libros como Salvar el fuego de Guillermo Arriaga, Lo viral de Jorge Carrión, La madre de Frankenstein de Almudena Grandes, Medio siglo sin Borges de Mario Vargas Llosa y Alegría de Manuel Vilas, entre muchos otros. ¿Consideras que tus libros son literatura? Incluso, lo entrecomillas en un tuit cuando compartiste esta información. ¿Te interesa la opinión de los críticos?

—Es un privilegio enorme que lo pongan a uno en compañía de gente tan importante. Yo trato de no darle calificativos a mis libros pues son un ejercicio de libertad; si me pongo a leer muchos comentarios es posible que terminen influenciándome. Yo vivo del cine y eso me permite escribir libros sin temor a equivocarme. Si mi trabajo le gusta a los círculos literarios me alegra mucho y lo agradezco de corazón. Pero haré lo que pueda para no pensar en ellos mientras escribo.

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