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Sobre el voto masivo y su defensa

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El punto No. 4 de 6, del texto fechado el 11 de agosto de 2020, titulado “Comunicado ante las elecciones parlamentarias”, firmado por 3 obispos y 3 arzobispos de la Conferencia Episcopal Venezolana, finaliza con la siguiente afirmación:

«A pesar de las irregularidades, la participación masiva del pueblo es necesaria y podrá vencer los intentos totalitarios y el ventajismo de parte del gobierno».

A la luz de la evidencia histórica, ¿qué hay de cierto en ella?

Dicha afirmación es una de las cuatro patas del taburete sobre el que se sienta el llamado a votar de algunos políticos como Henri Falcón y, últimamente y también, de los obispos venezolanos. Las otras tres patas son: «es la única vía», «la abstención nunca ha funcionado» y «la defensa del voto».

En un ejercicio de pensamiento crítico y apelando al principio de Brandolini, en este artículo despacharé la primera y la última, dejando las otras dos al resto de los artículistas por si es el caso, y quieren abordarlas.

En primer lugar hay que decir que el hecho de que el voto masivo vence los intentos totalitarios es un mito. Un mito es una historia o argumento imaginario que altera las verdaderas cualidades de una persona, cosa o hecho y les da más valor del que tienen en realidad. Quizá, puede ser, tal vez, el mito de votar masivamente tiene su origen en el arraigo que tiene entre nosotros aquel viejo dicho de «en la unión está la fuerza» y que viene reforzado con aquel otro de «divide y vencerás», o su versión latina «divide et impera«.

En segundo lugar, la historia nos pone al alcance una mayoría abrumadora de casos en los que gobiernos de corte autoritario son reelegidos una y otra vez con una mayoría aplastante de votos y una alta participación. Me he apoyado en un artículo que he encontrado en Internet titulado «Los diez dictadores mejor ‘electos’ del mundo» y fechado el 18 de febrero de 2011, en el portal argentino Infobae, para desarrollar mi argumento.

A continuación, la lista actualizada y no-exhaustiva de apenas 13 casos, con el nombre del dictador, el país, el porcentaje de votos obtenidos en su última reelección y, seguidamente, el porcentaje de participación como medida de la masividad del voto: Vladimir Putin (Federación Rusa, 76,7% y 67,5%), Alexander Lukashenko (Bielorrusia, 80,3% y 84,2%), Islom Karimov (Uzbekistán, 88,1% y 90,6%), Hosni Mubarak (Egipto, 88,6% y 22,9%), Ilham Aliev (Azerbaijan, 88,7% y 74,3%), Gurbanguly Berdimuhamedow (Turkmenistan, 89,2% y 97,7%), Abdelaziz Buteflika (Argelia, 81,5% y 51,7%), Nursultan Nazarbaïev (Kazajstán, 71,0% y 77,5%), Pierre Nkurunziza (Burundi, 69,4% y 73,4%), Paul Kagame (Ruanda, 98,8% y 98,2%), Teodoro Obiang Nguema Mbasogo (Guinea Ecuatorial, 93,5% y 92,7%), Bachar el-Assad (Siria, 88,7% y 73,4%), e Ismail Omar Guelleh (Djibouti, 87,8% y 67,1%).

Las estadísticas descriptivas del porcentaje de votos oficial obtenido por los dictadores son: el promedio ha sido de 84,8%, la mediana de 88,1%, la moda de 88,7% y la desviación estándar de 8,6%. El mínimo porcentaje de votos obtenido por los dictadores, en la muestra, ha sido 69,4% y el máximo 98,8%.

Las estadísticas descriptivas de la participación son: una participación promedio de 74,7% con una mediana de 74,3% y una desviación estándar de 20,6%. La participación mínima fue de 22,9% (la de las elecciones de Mubarak en 2005, que luego de 6 años de dicha elección salió eyectado del poder) y la máxima de 98,2% (la de Paul Kagame, de Ruanda y quien sigue en el poder hasta el momento de escribir este artículo).

Como punto de referencia, en Venezuela y recientemente, las elecciones presidenciales de mayor participación, con 80,56% del padrón electoral, fueron las del año 2012 y aquí no me extenderé porque ustedes ya saben el cuento.

La anterior data, la cruda y la procesada, así como el statu quo de los gobernantes en los países mencionados, permite una serie de conclusiones aplastantes en torno al mito de las votaciones masivas.

Una primera conclusión es que el porcentaje oficial de votos que obtiene el dictador en tales elecciones, siempre ha sido mayor que las dos terceras partes de los votos.

Una segunda conclusión es que, de todos los allí listados, el más tímido o si se quiere discreto, ha sido Pierre Nkurunziza, de Burundi.

La tercera conclusión es que los que actualmente no siguen en el poder es porque, simplemente, se murieron en el poder, con la excepción de Hosni Mubarak, que renunció en 2011 y murió en 2020.

La cuarta conclusión, es que, de 13 casos listados, ninguna elección con votación masiva desalojó al gobernante inmediatamente después del proceso eleccionario. Notorio es el caso de Paul Kagame con 98,2% de participación.

La quinta conclusión es que el único gobernante desalojado del poder participó en la votación menos masiva, es decir, la que tuvo mayor abstención (77,1%): Hosni Mubarak.

La sexta conclusión es que en esta muestra de 13 procesos eleccionarios no se llegó nunca al 100% de la participación.

La séptima conclusión es que, si nos atenemos al Teorema de Bayes, las probabilidades no están del lado de la oposición en elecciones con este tipo de regímenes.

Con tal evidencia empírica, en consecuencia, digo mi octava conclusión: el voto masivo no garantiza nada, más bien uno pudiera argumentar lo contrario a juzgar por la evidencia con Mubarak. Sin embargo, hay que decirlo, la fractura de la coalición gobernante es el elemento clave. Se debe tener presente que, después de todo, ¿para qué creen ustedes, queridos obispos, que esos gobiernos con años en el poder, colocan a su gente en los respectivos organismos electorales, en los órganos de justicia y en sus fuerzas de seguridad? ¿No es acaso para garantizar la parcialidad del proceso y la continuidad en el poder de la coalición gobernante?

También, el mito del voto masivo se apoya en hechos posteriores que tienen lugar después de la votación, sea esta masiva o no, hechos, por cierto, caracterizados por la violencia y la represión oficial. Me refiero, ahora sí, a la defensa del voto, el otro de los tres llamados que acompañan al de votar masivamente. Aquí es necesario que los políticos sean particularmente responsables teniendo en cuenta la denominada «ley de las consecuencias no previstas» (o quizá es más bien la ley de las consecuencias previstas y premeditadas): la evidencia empírica muestra que “defender” los votos ha significado en la realidad, hechos de violencia con muertes, represión, encarcelamiento, violación de derechos humanos, destrucción de propiedad privada, dolor, frustración, desmoralización, injusticia e impunidad.

En consecuencia, mi novena conclusión, sustentada en el caso de Lukashenko en Bielorrusia, un caso en pleno desarrollo que incluye hechos de violencia, 6.700 detenidos, 2 muertos y denuncias de tortura hasta la fecha de escribir este artículo, es que el llamado a defender los votos es, al final, un llamado que ha terminado en represión y violencia. Ojo con eso.

Finalmente, y expuesta la evidencia y el cúmulo de conclusiones apoyada en la misma, les digo mi última conclusión, la décima: la afirmación contenida al final del punto No. 4 de 6, del comunicado de los obispos, no tiene nada de cierto.

 

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