El redentor Darío Henao
El pasado 11 de junio, en la Ciudad Universitaria de Meléndez, en Cali, con un fasto inusitado en estos tiempos de pandemia, el rector de la Universidad del Valle, Edgar Varela [Tuluá, 1955], en presencia de la gobernadora del departamento, señora Clara Luz Roldán y las ministras Carmen Inés Vásquez, de Cultura, y Mabel Torres, de Ciencias, celebraron los 75 años de esa institución de educación superior presentando un fragmento de una ópera, al parecer en suajili, a partir de unas lecturas de trabajos de estudiantes sobre Changó el gran putas, narración del ciudadano loriquero Manuel Zapata Olivella, nacido en un pueblo de la costa norte de Colombia, a 900 kilómetros de Cali, redactada por Darío Henao [Cali, 1955], profesor titular de la Escuela de Literatura, director del Grupo de Investigación en Narrativa Colombiana, del gigantesco Centro Virtual Jorge Isaacs, del periódico La Palabra, del doctorado en Estudios Afrocaleños, exdirector de la Feria del Libro de Cali y coordinador del Año Manual Zapata Olivella, entre otros numerosos cargos que ostenta en el día y en las noches.
Además, un documental, basado en el palimpsesto A cosmovisão mito-poética de matriz africana em Changó, el gran putas, del decano Henao, para cuya realización viajó, con una filmcrew, por varias ciudades norteamericanas, centroamericanas, nacionales y brasileñas, incluso, dicen que a China, realizado por Marino Aguado, que hizo otro sobre un músico de la mafia caleña, que, será transmitido por Tele Pacífico, un canal secuestrado por Henao desde hace dos décadas con la ayuda de Germán Patiño, donde ha emitido numerosas entrevistas, más políticas que culturales, financiadas con el dinero de los contribuyentes y como escala de Jacob para su ascenso a la rectoría.
Una lista de ellas, con numerosos anodinos, puede ser solicitada a la secretaria de la Facultad de Humanidades de Univalle. Hasta la fecha el documental es una incógnita, porque temen ser demandados, dado el derroche de pesos que hicieron en esa gira por el mundo donde Zapata, que murió debiendo 40 millones de pesos al hotel donde fallecía, solo había pasado afugias.
Según otra entrevista entre el jefe de humanidades y el rector, la ópera se pondrá, completa, en escena, tan pronto aparezca la vacuna contra el covid-19, cuando se llevará a cabo otra Feria Universal del Libro de Cali, evento creado por Henao para propagar las luchas africanas en el occidente colombiano. También ha creado una página virtual para difundir la obra del señor de Lorica, reimprimiendo, varias de sus obras ya conocidas en medio digital, como En Chimá nace un santo y Changó el gran putas, divulgadas con extensísimos prólogos de Henao por el ministerio de cultura con la colaboración de la experta en literatura de color y ferviente defensora de los derechos conculcados a los descendientes de Yemayá y Changó, la aristócrata caleña Melba Escobar y de Nogales, hija de un ministro de Betancur y sobrina de un rector de Univalle, que de correctora de errores de ortografía ha pasado a garrapatear novelas de reinas de belleza y señoras aburridas de sus maridos médicos.
El éxito de este evento literario, afirma Varela en La Palabra [11.07.2020], está garantizado por el apoyo que el multimillonario Angel Spiwak ha prometido, de donarle 300 noches de alojamiento en sus hoteles de cinco estrellas, y a los 600 millones que habrá recogido Juan Camilo Sierra, director del evento, cuya vertiginosa carrera intelectual cuenta entre sus logros haber sido modelo de desnudos eróticos de Luis Caballero y luego curador de arte de la Biblioteca Luis Angel Arango bajo la gerencia de Darío Jaramillo, y en varias ocasiones gerente de la esquilmada editorial mexicana Fondo de Cultura Económica.
Para completar este acontecimiento Henao anunció que el 19 de octubre próximo la prensas editoriales de Univalle entregarán 15 de las 27 obras conocidas de Zapata Olivella para las 2.400 bibliotecas del Ministerio de Educación y Cultura, [vacías de lectores, pero repletas de libros de Alfaguara, Taurus o Aguilar], y otros en formato digital para el mundo afro, que parece estar interesado en entender la obra de Zapata. En África se hablan más de 2.000 lenguas y dialectos, pero en un futuro se tratará, al menos, traducir la obra de Zapata al suajili, hausa, yoruba, árabe, laal, shabo y dhalo, como quiso hacer José Vicente Katarain, de La Oveja Negra, con la obra de García Márquez. El evento, trasmitido por Univalle TV, UnivalleFM, Facebook Live, Zoom y Google Meet, contó, según el rector, con una audiencia de 20.000 personas, entre estudiantes, profesores, empleados y comunidad en general.
Todo parecía tomar el rumbo apoteósico de la gloria, cuando, de repente, saltaron varias liebres. Rosario Aranda, en la página virtual Las2Orillas denunció que Varela había exaltado, en su discurso, a un sinnúmero de machos ilustres, ignorando a cientos y miles de mujeres, que desde diferentes campos del saber han dado lustre a la Univalle. Angela Cuevas se preguntó en El Pais, Univalle 75 años, ¿sin mujeres? Y en El Tiempo, Florence Thomas, una anciana líder feminista, condena el machismo de Varela y su ultraje a las 57.000 científicas y artistas y poetas que han estudiado allí. Y Antonio de Roux, sentenciaba: “Entre los empresarios que han pasado sin pena ni gloria durante los festejos actuales están los hermanos Armando, Álvaro, Diego y Jorge Garcés Giraldo. El punto es relevante porque si no fuese por estos caballeros la universidad carecería de sede física y continuaría en su antiguo emplazamiento del barrio San Fernando.” Donación que, para Hernando Zurriago, director de literatura de la Univalle, fue “la restitución de unas tierras robadas al pueblo durante la colonia”.
No habían pasado quince días y otro escándalo estalló en los pies de Varela y Henao. Según los informes de rectoría, Henao, que ha usado la puerta giratoria de la corrupción, por 5 lustros, para ser, intermitente, director del departamento de literatura y otras decano de humanidades, que dice habla y escribe con fluidez cuatro idiomas modernos, excluidos el español y el suajili, ha inducido a buen número de estudiantes [Marin Beitia, Mina Quiñones, Moreno Narvaez, Ossa Valencia, Santafé Valcárcel, etc.] a realizar pesquisas sobre la obra de Manuel Zapata Olivella, publicadas en tres de las revistas que controla [Poligramas, Pacifico Sur y La Palabra] , que habrán servido para la confección de las decenas de “ensayos” que han aumentado sus emolumentos y harán que los dígitos finales de su jubilación, si es que abandona Univalle antes de fallecer, alcancen topes superiores a los de un exrector, a quien el Consejo de Estado hubo de reducirle, a injustas proporciones, sus beneficios.
Afirman sus detractores, que todo es un atavismo erótico del obeso deán con los cuerpos maravillosos de las descendientes de Changó y Yemayá y su insolente apetito gastronómico por las feijoadas, los caldos suculentos de mondongo, criadillas, pajarillas, hígados, sesos, paticas de puerco, plátanos hartones, patacón pisao y otras caipiriñas espirituosas, que han derivado en soplos al corazón e infartos de miocardio, secuelas de una expansión enorme de su vientre y partes venéreas con incontinencias de líquidos, malestar que le hace despreciar los estudios canónicos sobre la obra del loriqués, de José Luis Díaz Granados, Antonio Anillo, Francois Bogliolo, Germán Espinosa, Roberto Herrera, Alonso Martinez, Lewis Marvin, Lawrence Prescot, Jonathan Tittler o William Mina Aragón.
Racismo epistémico contra Mina Aragón
Este último, doctor en Sociología y Política de la Universidad Complutense y profesor titular de la Universidad del Cauca, es quizás el colombiano que con mayor rigor y continuidad ha estudiado y difundido la obra de Zapata Olivella más allá del racismo o como herramienta para escalar en la vida social y de poder de las universidades, o dilapidar el dinero público haciendo creer que hace investigación y docencia, cuando lo que ejecuta es turismo académico y atracón de poder. Al cumplir diez años la desaparición del narrador, organizó un congreso que produjo la memoria Manuel Zapata, un legado intercultural, perspectiva intelectual, literaria y política de un afrocolombiano cosmopolita, un volumen de 600 páginas, la primera recopilación con estudios sobre su vida y obra hecha con la participación de académicos de universidades nacionales y extranjeras, en Popayán.
Celoso y temeroso de que el caucano, hijo adoptivo de Zapata Olivella, juicioso investigador de su legado, le hiciese sombra a él y a su carnal de la Universidad de Cartagena, el oportunista de izquierdas y solapado lagarto Alfonso Múnera Cavadía [Cartagena de Negros, 1954], auto proclamado abogado e historiador, latifundista del presupuesto de la Universidad de Cartagena y negrero en cargos como Embajador de Colombia en Jamaica durante los años del Caguán, y Secretario Ficticio de la Asociación de Estados del Caribe con sede en su casa de El Cabrero, decidieron entre ambos, los dos, excluirle de los eventos y las reediciones de las obras de Zapata.
En un documento, suscrito por numerosos académicos e intelectuales de América y Europa, a finales de julio pasado, dicen que “lo hacen en defensa de la trayectoria intelectual de William Mina Aragón, víctima del racismo epistémico de actores que ostentan posiciones académicas privilegiadas, asumidas a partir de su “blanquedad del poder” y acaparando para sí un monopolio del legado intelectual de Zapata Olivella”. Y afirman: “siendo conscientes de las despiadadas luchas y los mecanismos de manipulación del poder, no nos exime de rechazar y condenar la segregación epistémica, que, como práctica recurrente, se da en Cali y la Universidad del Valle, con las peores practicas racistas y discriminatorias”.
Y como si no fuese suficiente con estas quejas, a comienzos de agosto el representante de la familia Zapata y nieto del escritor, sugirió que quien había promovido la declaratoria del 2020 como año MZO había sido el negrego mayor de Cartagena y Henao, cediendo, la familia, los derechos de autor de TODA la obra de Zapata a la Universidad del Valle, léase a Henao, por cinco años, perpetuando una tradición de esa empresa editorial que él controla, que no paga derechos de autor a nadie y que incluso, cuando los libros publicados o son de su desagrado o son de la autoría de quienes él considera enemigos u obstáculos para su ascenso, los dona, como papel de deshecho, a las recicladoras.
Y de nuevo, Karib Gómez Zapata, el nieto, afirma: “resulta contradictorio que una iniciativa de tipo académico, adelantada por tan importantes instituciones con un comité editorial con personas de alto nivel, excluya a William Mina, que ha dedicado su producción al estudio de la vida y obra de MZO. Su exclusión reproduce lo que Manuel Zapata Olivella vivió en vida: la invisibilización de su labor intelectual en una sociedad clasista, racista y excluyente. En este sentido, resulta lamentable la exclusión de Mina, de los prólogos para las obras escogidas, máxime, cuando estuvo presente en todas las reuniones preparatorias y eventos alrededor de esta conmemoración”. El nieto de Zapata también exige a Henao devolver los manuscritos de una obra inédita de MZO que abusivamente se ha negado de retornar a sus legítimos propietarios.
La mafia y los cuerpos de paz
La Universidad del Valle surgió como respuesta a las demandas de un sector de la clase dirigente de Cali que no encontraba dónde educar a sus técnicos, médicos y enfermeras. La idea originaria fue dotar a las principales ciudades del departamento de centros de estudios, a fin de que sirvieran de polos de desarrollo regional. El municipio capital tendría, en 1945, cuando fue creada, algo menos de 200.000 habitantes, y el departamento, algo menos del millón.
El poeta Mario Carvajal Borrero [Cali, 1896-1972], ministro de Educación del primer gobierno de Alberto Lleras, y el médico Alfonso Ocampo Londoño [Manizales, 1923-2016], ministro de educación del segundo gobierno de aquel, fueron los definitivos impulsores y creadores de la Universidad del Valle entre los años 1954 y 1971, 17 años cuando bajo su liderazgo hizo parte del llamado Triángulo de Oro de las universidades colombianas. Esfuerzo echado a rodar en el mismo momento en que la institución se trasladaba de su pequeño recinto del barrio San Fernando, a un campus universitario de un millón de metros cuadrados, gracias a la donación que hicieron los Garcés Giraldo y las gestiones ante el capital financiero, la banca mundial y los industriales vallecaucanos, de Carvajal y Ocampo. De los 417 estudiantes que tenía en 1954, al ser expulsado Ocampo Londoño de la rectoría en 1971, contaba con 5000. El grande esfuerzo por dotar a la región de un centro de educación superior con los estándares occidentales de los tiempos, algo así como los College americanos o europeos, había fracasado a manos de la sedición armada y la aparición de la mafia del narcotráfico.
El Cartel de Cali fue integrado por individuos que vivían y delinquían allí a mediados los años sesenta. Los Chemas, integrado por un líder estudiantil del ELN, Luis Eduardo Tamayo, planeó y ejecutó con José Santacruz, que cursaba cuarto de ingeniería eléctrica en la Universidad del Valle y Gilberto Rodriguez, entre otros nueve, el secuestro de un diplomático suizo y un estudiante, por el cual obtuvieron 700.000 dólares que usaron para establecer las primeras redes de contrabando de psicotrópicos. Ya Rodríguez había sido reseñado como marxista y tesorero de un movimiento subversivo con el alias de El Chamizo. Testigos sostienen que Rodriguez y Santacruz, cuando visitaban los talleres de la escuela de arquitectura de Univalle donde estudiaba su hermano Jorge, discutían, a menudo, opiniones de Louis Althusser y Marta Harnecker. Y decían que la solución al problema agrario de un millón de campesinos con menos de veinte hectáreas, eran los cultivos de marihuana que ya prosperaban en la costa norte del país.
Los primeros embarques fueron de marimba, pero pronto pasaron a exportar sólo cocaína. Algunos investigadores vinculan a Santacruz, apodado El Estudiante, con la revuelta estudiantil contra los Cuerpos de Paz en la Universidad del Valle, porque varios de los gringos que actuaban en esos años en Cali, se habían dedicado al negocio mediante embarques por Buenaventura y el intercambio de información gracias a la aparición del Fax y la máquina fotocopiadora Xerox. Para 1984, según declaró un comandante de Antinarcóticos, “La mafia había penetrado los principales estamentos sociales caleños hasta hacerse virtualmente invencible.” La trastienda de la vida de esos mafiosos ha sido relatada, con lujo de detalles que dan asco, en Quítate de la vía perico, memorias de uno de los más dúctiles y perversos admiradores de los hermanos Rodríguez Orejuela y el tiñoso Santacruz.
Aun cuando parezca fortuita convergencia, no deja de llamar la atención que, en los mismos meses de la revuelta estudiantil contra los Cuerpos de Paz en la Universidad del Valle, que terminaría con la destitución de su rector Alfonso Ocampo Londoño, estallara un fuerte movimiento estudiantil en la universidad privada Usaca, donde estudiaba Derecho, y era uno de los mayores accionistas mediante testaferros, el hermano menor de Gilberto, Miguel Rodríguez, conocido como El Señor.
El centro contaba con una nómina de dirigentes como Álvaro Escobar Navia, futuro rector de la Univalle, los mamertos asimétricos Jorge Ucrós, Alcibíades Paredes y Eduardo Pastrana, los trotskistas Ricardo Sánchez Angel, Edgar Vásquez, Marino Canizáles Palta y Fernando Cruz Kronfly. A finales de diciembre de 1968, en una de las asambleas estudiantiles de la Universidad Santiago, un casi abogado, compañero de estudios del Señor, Germán Navarro Palau, que a comienzos de este siglo fue capturado y puesto en prisión con fines de extradición, puso a consideración del respetable los nombres de Álvaro Pio Valencia, para el cargo de rector y para Vicerrector académico a Estanislao Zuleta, que terminaría por desquiciar las futuras administraciones universitarias de la Universidad del Valle y destruiría, introduciendo entre las parejas la demencia del psicoanálisis, más de 500 matrimonios de la clase dirigente caleña, como contribución al avance de la revolución permanente. Entre 1965 y 1975, ha escrito James Henderson, Colombia “fue un país de jóvenes que se convirtieron en revolucionarios y se unieron a las guerrillas, donde morían pronto. Fue una época embriagadora y romántica”.
Entre ellos estaban los gestores de las violentas manifestaciones contra el gobierno de Pastrana y su ministro Luis Carlos Galán: Antonio Navarro, Carlos Jiménez, Clementina Vélez, Dolcey Casas, Gustavo Ruiz, Hernán Toro, Eduardo Barragán, Eduardo Guerrero, Jorge Mosquera, Luis Carlos Arboleda, María Victoria Donneys, Moritz Ackerman, Stella González o Camilo González, que fue ministro de salud por el M-19 en el gobierno de Gaviria siendo ingeniero químico, o José Fedor Rey, el Monstruo de los Andes, que torturó y ejecutó a 164 de sus guerrilleros, la mayoría menores en edad, después de robar una millonada a las FARC.
En el transcurso de treinta años, entre 1968-1998 los gobernadores del departamento fueron Rodrigo Lloreda, Marino Rengifo, Raúl Orejuela, Carlos Holguín, Jaime Arizabaleta, Luis Fernando Londoño, Humberto González, Doris Eder, Manuel Francisco Becerra, Ernesto González, Mauricio Guzmán, Germán Villegas y Gustavo Álvarez. Varios de ellos fueron o acusados de vínculos con la mafia, o condenados por haberse comprobado sus vínculos. En el Proceso 8000 contra Ernesto Samper y en numerosos de los libros que se escribieron sobre el asunto, aparecen cientos de veces los nombres de Carlos Holguín, Manuel Francisco Becerra, Germán Villegas, Gustavo Álvarez o Mauricio Guzmán, quien nombró a dedo, como rector de la Univalle, a Jaime Galarza en 1991.
Edgar Varela y el Moir
Todo parece indicar que es este enigmático personaje, admirador de un historiador y filosofo que había estudiado en la RDA y “empleado” de Jaime Galarza, quien ha consumado la conversión de la Universidad del Valle en un fortín autocrático afirmando que deben ser, los descendientes de los esclavos africanos, quienes ocupen las zonas de poder conquistadas en las repúblicas liberal y conservadora anteriores a la constitución de 1991, enarbolando los ideales lumpenescos de los traficantes de drogas, herederos del Cartel de Cali.
“Desde muy temprano abracé la militancia política”, -dice el rector Edgar Varela al decano Darío Henao en la entrevista mencionada, “cuando estaba en el colegio, me vinculé a la JUPA, el brazo estudiantil de la MOIR, hoy parte del POLO, un movimiento maoísta distinto al Partido Comunista, pues recusábamos la lucha armada.” Henao sostiene, en su tesina de licenciatura titulada Literatura sobre el lumpen o lumpen literatura-, que “lo mejor de la cultura colombiana está en su población analfabeta y semianalfabeta”.
“En la Univalle tuve una entrañable relación con Augusto Díaz Saldaña, historiador y filosofo educado en la Alemania Comunista, continúa diciendo Varela. Íbamos a su casa con Edgar Collazos, teníamos un grupo de estudio con él. Nos leía textos de Hegel, Marx y pensadores del XVIII y XIX en alemán, en los salones de su maravillosa biblioteca de miles de volúmenes en otros idiomas, que mirábamos maravillados, que nos prestaba y por supuesto devolvíamos. Aun cuando leo en inglés y francés, fracasé con el alemán”.
“Hice una maestría en historia influido por Augusto, por la concepción hegeliana de la filosofía.” “Cuando llego a la Facultad de Ciencias de la Administración en el año 1992 para reemplazar a Jaime Galarza, ese cupo me lo asignaron para enseñar los cursos que Galarza enseñaba. Lo primero que hice fue ponerme a estudiar de forma autodidacta la administración. Recuerdo mucho, Jaime te lo contará, que fui a su inmenso chalé en Pance, donde tenía un Mercedes Benz clásico color rojo, y le dije que yo sabía de filosofía y de temas políticos, pero que yo no era administrador, por lo que le pedí que me recomendara autores importantes en la materia.”
“Ya era profesor de planta en Ciencias de la Administración y miembro del Staff de colaboradores del rector Jaime Galarza, y dividía mi tiempo entre ayudarle a él y dar clases”. “Carlos Holmes Trujillo era ministro de educación, muy cercano a Galarza, muy filiales ideológicamente. Jaime me hizo su delegado en la redacción de la Ley 30 de la Educación Superior. Durante seis meses viajé a Bogotá para reunirme con él en la Comisión Sexta del Senado. Con Jaime nos fijamos preservar la autonomía universitaria, que quedara bien regulada para que no fuesen un apéndice del gobierno y también el tema financiero. Con Jaime y otros colegas redactamos los famosos artículos 86 y 87, aun cuando no quiero aparecer como el padre de ellos, pero de Jaime fue la idea de un sistema de indexación de los recursos para que no pudiesen ser disminuidos por la nación. Con el liderazgo del rector Jaime Galarza hicimos un gran trabajo que hoy permanece como un blindaje financiero y como un buen marco legal”.
Augusto Diaz Saldaña
Augusto Díaz Saldaña [Puerto Tejada 1947-1999] fue el primogénito de un poeta, político lopista y abogado de la Universidad Externado, representante a la Cámara en tres periodos, ocupando en uno de ellos la vicepresidencia y a quien el presidente Guillermo León Valencia ofreció la gobernación del Cauca el año de su fallecimiento. Una de sus abuelas, que murió centenaria, había sido esclava. Augusto hizo parte de la secundaria en un colegio laico de Cali, pero terminó el bachillerato en Bogotá, donde intento estudiar, en la Universidad Nacional, psicología o biología. Allí le conocí, en el Jardín de Freud, los extensos prados que rodean la Facultad de Sociología que acababa de fundar Fals Borda y en su compañía visitábamos a Pacho Posada Diaz, que en más de una ocasión nos acercaba al centro, a la librería Bucholtz donde Augusto trabajaba en el sótano haciendo traducciones, en compañía de un joven que había vivido en Nueva York, tenía discos de Bob Dylan y cargaba en una caja de fósforos El Diablo, dos cucarrones de las tumbas faraónicas, robados del Museo Metropolitano, donde había trabajado, haciendo quién sabe qué. Una vez acompañamos a Francisco a la 5ta con 17, donde estaba o la oficina o el piso de Zapata Olivella, para dejar un extenso artículo sobre la cultura colombiana y el realismo, que parece salió en el número primero de Letras Nacionales.
Ya para entonces militaba en la Juco, al lado de Freddy Téllez, Armando Orozco y Marilú Posso, en ese entonces novia de Jaime Caicedo. Augusto se extasiaba mirándole vender, a sus diecisiete, junto a María Arango, Voz Proletaria, con esos vestidos de cendal vaporoso y esas medias de vena y esos zapatos del mismo color que realzaban el tinte de su piel de mestiza chocoana hija de acomodados que aún no terminaba el bachillerato. Fue él quien me presentó a Dina Moscovici, que estaba montando Pere Gynm, donde hice un papel de cura que duró tres minutos. Y otra vez con él y Armando conversamos con Oscar Gil, el hombre de la llama, a quien nos había acercado el poeta José Pubén, uno de los más misteriosos seres que he conocido.
Creo que fue una conferencia a la que asistimos, a mediados de los sesenta, sobre la historia de Colombia, en la Nacional, donde participaron Arturo Abella, Indalecio Liévano Aguirre, Manfred Kossok y Max Zeuske, cuando Augusto decidió aceptar la oferta de una beca para Alemania Oriental que le había hecho Otto Morales con la ayuda de Luciano Mora Osejo, un matemático nariñense encargado de tramitarlas.
En Leipzig, donde permanecería por una década [1967-1976] Augusto estudiará historia, desde la licenciatura, la maestría hasta el doctorado, interesado, como estaba ocurriendo con otros intelectuales latinoamericanos en casi todos los continentes, [exceptuando la China de Mao y Lin Biao implacables enemigos de los intelectuales ejerciendo el modelo lento y soterrado del estalinismo y sus gulags, donde sí hubo instruidos, sólo recibieron entrenamiento militar, como Jaime Galarza], en comprender la historia colonial y republicana, ya no desde el eurocentrismo, sino en nuestras propias y mismas entrañas, descubriendo la importancia en nuestras culturas tanto desde la heredad indígena, como de la aportada por la inmensa masa de esclavos, que en muchas ocasiones fue superior a la hispánica. A Díaz Saldaña le importaba la historia o el pasado que habían creado los historiadores, desde la epistemología, de cómo el transcurrir del hombre en nuestras sociedades ha contribuido a hacernos mejores o peores, de cómo ayuda a crear puntos de vista que cambien el presente, para bien o para mal; la historia como organización y sucesión, no como cosecha de datos o arqueologías a fin de cambiarlas por otros productos o hacerse rico o famoso o alcanzar un poder efímero, como la vida misma.
En eso coincide su producción con su práctica política. Díaz Saldaña quiso ser un intelectual comunista a la manera de Gramsci, no un estalinista, ni un leninista, y menos maoísta. Y a sabiendas de las trapisondas que los sectarismos políticos de sus modelos habían impuesto a las lecturas históricas y filosóficas, porque durante sus estudios padeció la incomprensión de su libertad para leer en la historia de parte de alguno o algunos de sus mentores, su aspiración fue ser honesto, honrado, intelectual como socialmente.
En ello hace honor, guardadas las distancias y sin excusar los errores y las practicas dogmáticas, a sus “compañeros de ruta”: el testarudo Alcibíades, el cojo, Paredes; el médico Alfonso López Vélez, Álvaro Pío Valencia, Carlos Arturo Ruiz alias Arturo Alape, el matemático Guillermo Restrepo Sierra, Octavio Gamboa, Nicolás Buenaventura o Linito Gil Jaramillo, que huyeron del partido de Viera cuando las “autodefensas” se tornaron narcotraficantes y asesinos y secuestradores y violadores y reclutadores de niños y niñas.
Un momento de iluminación en su vida y en el rumbo de sus indagaciones y actitudes ante los comportamientos humanos los vivió Augusto después de visitar Lima y ser invitado a Senegal, cuando desde Dakar pudo visitar la Ilha de Goreia donde preparaban los embarques de esclavos, cazados como fieras, para América. En el inmenso pasadizo de piedra que conduce a los muelles todavía puede leerse, como el Arbeit macht frei, en Auschwitz: “El lugar de donde no se regresa.”
Desde entonces se interesó más y mejor en los estudios sobre el África negra, leyendo en Présence Africaine y a un buen número de los escritores allí reseñados, novelistas y poetas, dedicando tiempo a comprender las hipótesis de Gilberto Freyre en Casa Grande e Senzala y Ordem e Progreso, siempre a mano con Lezama, Gabito o Cabrera Infante, maestros de la nueva lengua, poetas del habla mestiza o americana, paralela a esa que también inventó Borges recitando las cadencias machadianas.
Las indagaciones de Díaz Saldaña sobre ética y libertad, sobre negritud y santería defieren con Freyre esa concepción de que nuestras sociedades son híbridas más que mestizas, pero no desde el punto meramente étnico, sino cultural. Tanto ayer, como hoy, estudiar y “proteger” y “difundir” o “vender” al negro ha sido un asunto de racismo contra el “blanco”, idea también fomentada en muchos de los luchadores norteamericanos, y desde mediados los años sesenta en Colombia y Brasil, usados como instrumentos de conquista de poderes, en especial en los centros de enseñanza superior, donde el neo-negrero, como si fuese un senador demócrata norteamericano, con solo mencionar que defiende negros, obtiene el cargo que desea y se aumenta el salario.
Para Freyre, como para Díaz Saldaña, el fundamento de nuestras riquezas étnicas radica en los rios ocultos que fluyen en nosotros sin identificación, sin necesidad de ofrecerlos en venta y subasta. Atemorizando al fingido “blanco” e ignorando, de plano y sin piedad al indio, como ha sucedido recientemente desde el Ministerio de Cultura, donde continúan, con una cara inolvidable de palo, usufructuando al negro, y negando al indio.
Durante los años noventa, mientras el actual rector y su carnal negrero recordaban cómo a mediados de los setenta habrían cortejado en Palmira a los corteros de caña para prolongar las huelgas o quemar las cosechas, con trances de furia y lucha de clases, y el s deán, en la bahía de Santa Marta, disfrutaba en los primeros ochenta de los beneficios que bajaban de la Sierra Nevada, o departía con quien sería también rector, forzaría las jubilaciones de sus enemigos y es hoy gobernador, Diaz Saldaña luchaba desde la academia para ampliar la democratización de la toma de decisiones a todos los niveles. Estaba convencido que la universidad debía descender del olimpo de los académicos y dinamizar el conocimiento, los saberes y en especial, inducir a pensar, a superar las visiones impuestas desde Europa y Miami, porque la sociedad caleña, en sus clases medias, hechizada con la mafia y el imperio del Cartel de Cali, había adoptado sus “gustos”, su fascinación por el crimen, la salsa y la ordinariez, la patanería como cartilla de urbanidad, eso precisamente que había “estudiado” Henao en su tesina sobre los enanos del lumpen y sus narrativas.
Así que aceptó ser director del Ciclo de Fundamentación en la Administración Central de la Univalle, desde donde intentó mediar en los enardecidos debates de una reforma universitaria impulsada por los angurrientos de tragarse el cuantioso presupuesto que ya tenía la institución, por cuenta de una estampilla y una fundación de apoyo. Se pretendía, y se logró, desistitucionalizar la universidad desvirtuando la composición y el papel de la máxima autoridad, el Consejo Académico, politizándole de tal manera que llegase a tener 33 miembros, el rector, cuatro vicerrectores, ocho decanos, ocho profesores por claustro de facultad, ocho estudiantes y cinco profesores. En cada guilda, el rector sería emperador.
Terminó por dejar el cargo ante la evidencia de serios delitos contra el erario y porque se opuso abiertamente a las trapisondas de la camarilla de la rectoría y el interior de la Facultad de Humanidades, con el reclutamiento de “poetas” o “militantes agitadores” para que engrosaran las huestes de los grupos de choque, como reza en un suelto de El Tiempo [13.05.1998], que habla, incluso, de algunos que se colocaron apodos de anarquistas como Gaetano Malatesta.
Su oposición a las actuaciones tanto de la administración central como de su facultad hicieron que fuese elegido, entre 1997-1999, representante del profesorado independiente al Consejo Académico, pero bajo presión e indelicadezas que involucraban a su esposa, ejecutadas por amigos del rector y su vicerrector general, agravadas por la muerte de su hijo y una severa enfermedad que lo llevaría a la muerte, decidió retirarse.
Ni en esas circunstancias dejaron de manosearlo. Le jubilaron infringiendo las normas legales vigentes, como habían hecho con otros 350 profesores y empleados cuyos cargos necesitaban para sus conmilitones, algunos de ellos vinculados a las fuerzas de la subversión y el crimen organizado, como él que destapó la olla podrida de los rectores Galarza y Dulcey, que habían usurpado el derecho de evaluar quien sería, o no, profesor de planta y quien debía jubilarse, con los halagos de hacerlo infringiendo las leyes pero beneficiando, económicamente, a los implicados, contra el futuro financiero de la Univalle, que terminó quebrada.
Jaime Galarza
Jaime Galarza y Carlos Dulcey fueron sentenciados, el 3 de agosto de 2002, por el Juzgado Penal 18 de Cali, a 468 y 364 meses de prisión por peculado a favor de terceros, hechos descubiertos durante la gobernación de Gustavo Alvarez Gardeazábal, que había sido condenado también, por enriquecimiento ilícito, a 318, dos años antes.
Galarza es uno de los fundadores, cuando terminaba el bachillerato en la Escuela Nacional de Comercio de Cali, del grupo guerrillero urbano MOEC, según reza en varias publicaciones e investigaciones, incluso en documentos suscritos por su persona. “Antonio Larrota –dice Acevedo Tarazona– fue la figura estelar de este movimiento que, con bandoleros como Pedro Brincos, mutaron siguiendo el modelo insurreccional cubano”. “En ese pleno Jaime Galarza, que llegó a ser rector de la Universidad del Valle, le dijo mira Antonio, una persona te va a matar por andar denunciando la rebatiña de dinero y de poder. Entonces Larrota le respondió: Ah, ¿tú pretendes que defequen sobre mí y yo no diga nada?” [Franco Mendoza]
Durante un lustro, a finales de los sesenta, dice Galarza en un boceto de sus memorias “estuve fuera del país como funcionario del bloque soviético y siendo militante del MOEC, en Yugoeslavia, Checoeslovaquia, Rusia, Bulgaria, Hungría, el norte de África durante el proceso de la Argelia independiente. En China, donde más tiempo estuve, aprendí amar su revolución”. Varios de sus empleados de la rectoría de Univalle sostienen haber visto fotos de Galarza recibiendo entrenamiento militar y otras, mientras guardias rojos purgaban a Liu Shaoqi y Deng Xiaoping, colocándoles sobre la cabeza capirotes ofensivos y escupiéndoles. Galarza, dicen, aparece blandiendo un grueso volumen, en mandarín, de los spots publicitarios del Gran Timonel. Luego aparece en Bogotá vinculado a las juventudes del MRL mientras estudia derecho en la Universidad Externado y de allí a Cali, en una oficina de abogado con un penalista que le acompañaría en la travesía por el desierto delictual de la Univalle, ingresando como profesor, primero a la Universidad Santiago, que acababa de ser tomada por Miguel Rodríguez.
Un enigmático personaje, Luis H. Fajardo [Cali, 1932-1979], abogado, juez, poeta, músico, sedicioso, acusado de ser miembro de la CIA, que había vivido en Leipzig y el Berlín ocupado por los soviéticos, casado con Eleonora Krauze, judía polaca hermana de uno de los líderes del movimiento anticomunista Solidaridad de Lech Walesa, graduado en Yale en sociología y que fue decano [1970-1971] de la especialidad en Univalle, donde había llegado con el Opus Dei para coordinar los Cuerpos de Paz, con la asesoría de Álvaro Mondragón en Univalle, dice, en una suerte de memoria, que fue él quien introdujo a Jaime Galarza en la Escuela de Administración, al lado de Fernando Cruz Kronfly, precisamente, en el momento de la asonada mafiosa y subversiva que derribó de la rectoría a Alfonso Ocampo Londoño. Mondragón, que murió de sida, fue secretario del partido comunista en Nariño, y estuvo involucrado en el homicidio de una actriz de reparto apellidada Carillo a manos de un senador Villorgo. Bien entrado el nuevo siglo, Mondragón fungía de babalao para Galarza, pero también fue su Judas y Pilatos. Al lado de Camilo González, Moritz Ackerman, Kemel George, Humberto Molina, Víctor Manuel Moncayo, Cruz Kronfly o Carlos Jiménez Moreno, Galarza alternará su vida académica con esa Tendencia Socialista que él vinculará a otra, comandada en Argentina por un desquiciado aventurero ladrón apodado Nahuel Moreno, que en Bogotá creó una Brigada Simón Bolívar para combatir de lado de los sandinistas del FSLN. Cuando Moreno se apropió de los fondos recaudados entre los militantes ricos, como Laura Restrepo, cuyo marido se suicidó arrojándose de uno de los altos pisos de las Torres del Parque, Galarza, que había traído a Colombia a Moreno, rompió con él y adhirió a la secta de Ernest Mandel, de la IV Internacional, en el momento que Univalle le había otorgado, por varios años, una comisión de estudios en Paris.
Jaime Galarza fue nombrado, a dedo, por el gobernador del Valle del Cauca, Mauricio Guzmán, que ignoró los otros candidatos y manipuló la elección, y fue condenado, siendo alcalde de Cali, seis años más tarde, a 264 meses de prisión y el pago de una multa de 241 millones de pesos, por haber recibido dinero de Miguel y Gilberto Rodriguez Orejuela. El otro candidato era un doctor en ciencias de la Universidad de Würzburg, que había sido vicerrector académico. Al día siguiente, Galarza declaró, a un diario local, su adhesión fanática al equipo de balompié América, de propiedad de Miguel Rodríguez Orejuela. Y procedió a fundar, siguiendo el modelo del Gosizdat y la Glavlit estalinistas, el periódico mensual La Palabra, que todavía existe, bajo la dirección del jefe de redacción de la revista del equipo rojo, también de propiedad de Miguel Rodríguez Orejuela, futuro biógrafo de los hermanos mafiosos y el cantante de salsa y también mafioso Jairo Varela. Cargo que ejerció por varios años junto a otro, de editor de la Universidad del Valle, donde se publicaron cientos de libros dedicados a enaltecer la tarea del nuevo rector, sin pagar derechos de autor, usando decenas de ejemplares como obsequio y halago de visitantes y compromisarios.
Y comenzó a ensanchar su ego con fines monumentales, faraónicos, dispuesto a despilfarrar los ingresos locales, departamentales, nacionales o extranjeros para erigirse una estatua tan grande como las que había visto en las dictaduras comunistas que admira. Y para que tuviese estantería, se rodeó de una claqué que incluía, en la primera línea de fuego, a los famélicos y sedientos que cantarían su gloria: los Malatesta, Valverde, Henao, Martínez, Toro, Jimenez, Santacruz, Puentes, Canizales, Sánchez, Bejarano, Ruiz, Collazos, Pazmiño, Montes, Echeverry, etc., etc.
Para ellos hizo la revista Fin du Siecle, un boletín ideológico conducido por Fernando Cruz Kronfly, a quien se procedió a elevar a doctor honoris causa en Literatura con distinción de Maestro de Juventudes, titulación que enalteció su salario. Además, una emisora, con la valiosa colaboración de Germán Patiño, gerente cultural de la Gobernación del Valle, secretario de Cultura y Turismo de Cali y gerente de Tele Pacífico, prestó por varios lustros a la rectoría mientras “estudiaba” para licenciado en Letras, título que le brindó Henao cuando tuvo 58 años y más de 20 a su servicio. Y recordando la consigna de Goebbels en el Reichsministerium für Volksaufklärung und Propaganda, que divulgando masivamente mentiras se construyen verdades, creó Univalle TV, engordó el Centro Editorial, proyectó una escuela de periodismo bajo su exclusiva dependencia y transformó la emisora en una estación de frecuencia modulada.
No habían transcurrido seis meses de la nueva administración, cuando el CSU facultó a Galarza para crear la Fundación General de la Univalle, para vincular, son sus palabras, la universidad a la sociedad, “acometiendo el plan más ambicioso que universidad latinoamericana alguna haya emprendido: la construcción en la Avenida Sexta de un complejo hotelero para desarrollar programas de educación continuada al más alto nivel, un proyecto de 25 millones de dólares a través de fiducias”. El edificio, conocido como Hotel Galarza, permanece hace 28 años deshabitado y en franco deterioro.
El delirio de grandeza apenas comenzaba. Decidió, como si fuera la China de Deng Xiaoping, poblar Univalle de institutos: Cátedra de la Cuenca Amazónica, Centro Editorial, Biotec, Intel, Cinara, Medio Ambiente, Investigaciones Forestales, Corporación Tecnova, Fundación Metro, Centro de Productividad, Jardín Botánico, Museo de Ciencias e Industria, Multitaller, etc. Algunas de estas obras eran exóticas, como el Jardín Botánico, que iba a ocupar 28 hectáreas, con árboles nativos y otros traídos del Asia y África, incluyendo variedades desaparecidas en otras eras o apenas visibles en las tundras o polos helados. El Museo de Ciencias e Industria estaría adornado con una escultura de Ramírez Villamizar más alta que la Torre de Cali, y podría ser divisada desde todos los ángulos de la Plaza de las Puertas Abiertas, donde un tal Juan Julián Pimentel la inauguraría con un discurso en verso, en presencia de numerosos poetas que vendrían directamente de un festival de poesía organizado por aliados de las FARC. Y para fomentar el deporte universitario, un Coliseo y sendos equipos de balompié y balonmano profesionales. Las buenas lenguas dijeron, entonces, que esto de los equipos parecía un sueño de don Miguel, don Gilberto, don Chepe y don Pacho, tan amantes de sus colaboradores del Puerto de Buenaventura, desde donde oteaban el futuro. Acosado por las acusaciones y críticas a sus numerosos viajes al extranjero, donde, dicen, llegó hasta permanecer, como rector invitado por más cien días en la Universidad Carlos III de Madrid, renunció.
Y la olla comenzó a hervir fetideces. La prensa dijo que había creado una Cátedra de la Cuenca Amazónica para permitir a su director Álvaro Mondragón entrar en contacto directo con los mamas de las tribus de 27 cabildos de huitotos, prometiendo a los naturales hacer visibles las virtudes de la yuca y la sábila, publicadas en los Cuadernos Amazónicos. Apareció una nómina de becas para estudios en el exterior paralela, con personas que nada tenían que ver con la universidad, excepto ser hijos de amigos del rector o parientes de algunos directivos. Según los informes de los críticos, la Univalle tenía legalizadas unas 100 becas para gentes con vínculos laborales, pero estas, unas 28, que costaban mensualmente un dineral, habían sido asignadas a dedo a elementos como Andrea Ospina, en España, por 510.000 pesos mensuales; a Juan Ernesto Montes, 1 307.000, en Francia, hijo del magistrado del Consejo de Estado Juan de Dios Montes; Carlos Pazmiño Ochoa, en Lovaina, hijo de dos calanchines de Carlos Holguín Sardi, contratistas de Univalle, 1.200.000; María Jimena Rengifo Muñoz, Francia, 850.000; Ana María Cruz, hija de Víctor Cruz, asesor del rector; Isabel Nieto, Mauricio Arcila Murillas, Héctor Hernando Gómez Millán, Janeth Maritza González, Fernando Cuenú, Olga Lucía Guayacán, Juan Carlos Rivas Nieto, Marta Rocío Varela, María Virginia Urrutia o Alejandro Bahamón, amigo de la hija del rector Galarza en la Universidad de los Andes, etc.
Otras noticias registraban que entre diciembre 1996-1997 la Univalle tomó créditos para inversión por 28.000 millones de pesos, pignorando los recursos de la Estampilla Pro Univalle Ley 26/90 hasta 2008. A mediados de 1998 tomaron créditos de tesorería por 34.000 millones, respaldados con el bono pensional, los giros de la nación y la estampilla. El déficit en esa fecha era de 15.000 millones, cuando al posesionarse Galarza era de 717.
En 1994 el rector Galarza solicitó al decano de Cultura y jefe de Estética, Carlos Jiménez Moreno, la contratación de una gigantesca escultura de Eduardo Ramírez Villamizar, que ahora valía 200 millones de pesos, para adornar el Jardín Botánico diseñado por el arquitecto Pedro Mejía y que parece manejaría la esposa del hermano menor de Chepe Santacruz. La escultura se hizo y para mediados de 1998 el escultor seguía solicitando le pagaran el trabajo y se llevaran la escultura para Cali porque pesaba 50 toneladas. Parece que esta fue, entre otras, una de las causas para que Jiménez Moreno abandonara el cargo y regresara a Madrid, donde escribe sobre pintores que nadie conoce.
Las denuncias también apuntaron hacia el manejo violatorio de las normas fiscales y estatutarias de la Fundación de Apoyo a la Univalle, disponiendo los rectores y en especial Galarza arbitrariamente de los fondos depositados por unidades académicas e investigativas. Se les acusaba de manejar cuentas rojas como créditos por montos superiores a los 1.500 millones de pesos a fin de disponer de fondos inexistentes en el presupuesto de la U, y sin control alguno por parte de los responsables. Según los informes de prensa Dulcey había dispuesto de sumas superiores a los 5.000 millones de pesos de los Fondos de destinación específica hechos por Colciencias o el BID. El secretario del rector recibía un sueldo no reglado de 8 millones como si fuese un vicerrector, más una prima adicional oculta al público. No deja de ser paradójico que esa fundación fuese presidida entonces por Rubén Darío Echeverry, actual decano, en segundo período, de la Facultad de Ciencias de la Administración y hombre muy cercano a Galarza.
El Informe de la Comisión de la Verdad que creó el gobernador Álvarez Gardeazábal concluyó que, en materia de anomalías salariales hallaron que el profesor Lugardo Álvarez ganaba un sueldo de 3,1 millones más otros 3,1 como gastos de representación; Rita Linares 2,7 millones y gastos de representación por 817.000 pesos más una bonificación de bienestar de 53.000 pesos. A estos Dulcey les había asignado una prima técnica de 15% de sobresueldo. Alberto López, 1,5 millones más gastos de representación de 3 millones; Efraín Solarte 2,2 más gastos de representación de 1,8; prima de exclusividad de 349.000 pesos y prima técnica de 562.000, etc.
En febrero de 2005 el Consejo de Estado declaró nula la resolución que, firmada por él mismo, reconocía y ordenaba el pago de la pensión de jubilación de Carlos Dulcey porque el monto pensional excedía los 20 salarios mínimos mensuales legales y la edad exigida por ley. En julio de 1998 una comisión descubrió que la liquidación pensional de Isabel Romero, la esposa de Dulcey estaba empachada de inconsistencias. Se había, entre otras, contabilizado como laborado el tiempo cuando había gozado de licencias. La pensión lleva la firma de Galarza, a quien también el Consejo de Estado redujo su mesada pensional.
La primera detención preventiva contra el rector Galarza fue dictada por irregularidades en la compra de un inmueble de 570 millones en 1997 que no figuraba a nombre de la Univalle, acusando inconsistencias entre el avalúo y el valor pagado y sus pactos de intereses anticipados. Luego se le endilgó una segunda que le llevó a la cárcel de Villahermosa, donde se encontró con Dulcey.
El 10 de diciembre de 1997, Humberto Valverde, el autor de Tres vías a la revolución [1973], donde entrevista a Gilberto Viera, Pacho Mosquera y Ricardo Sánchez, hizo publicar en El Tiempo un encendido elogio de la tarea que había cumplido su protector y mecenas: “La obra de Jaime Galarza, dice, crecerá con el tiempo, porque ha dejado una huella que no se podrá borrar y por años se hablará de esta rectoría que para algunos es hoy en día polémica. A mí no me cabe duda de que la rectoría de Jaime Galarza es la más vigorosa en la historia de la Universidad del Valle incluida la de Mario Carvajal”.
Huego de negredumbre
Fue durante los 12 años de la rectoría de un escurridizo, temeroso y opaco gurrumino con pericia en gerencia de institutos como todo equipaje intelectual, que Darío Henao y lo que representa, pudo hacerse con el control de la imagen y buena parte del presupuesto de la Univalle, restituyendo el poder a la camarilla de Galarza, ahora entregado al Moir vía Roy Barreras, Roosvelt Rodríguez y Pablo Catatumbo.
La nueva gran idea, originada en el mencionado grupo, fue establecer una eficiente política de fortalecimiento de los medios institucionales de comunicación de la universidad a través de un plan de 15 años denominado Divulgación de la gestión pública de la Universidad del Valle, controlado, en la sombra y a veces a la luz del día, por Henao. Para su financiación se usan recursos departamentales, parte de las finanzas de las sedes y una buena tajada de la siempre espoliada estampilla. Y para trazar las rutas de la reconquista, nada mejor que sus viejos amigos Germán Patiño y Humberto Valverde, uno, conocedor de los intríngulis del poder local y esquirol de la seudoaristocracia caleña, y el otro, viejo zorro e íntimo amigo del lumpen y la mafia, sus gustos, su música, su balompié y los patronos mismos, a quienes había servido casi desde niño. Y en su caverna del Barrio Centenario, Jaime Galarza, trazando la ruta del nuevo destino y recobro de la Univalle. Ambos elementos disociadores le servirán a Henao para borrar, literalmente, el esfuerzo de Augusto Diaz Saldaña, como intelectual negro y comunista, por dar una digna entidad al aporte afro en nuestra cultura y sociedad. De un lado la política, y del otro, la ignorancia, el odio y la envidia causada por la impotencia intelectual ante un extraordinario ser humano, honrado y justo. De ahí el odio contra William Mina y la impudicia de pretender borrarlo como intelectual y como el cierto investigador de la obra de Zapata Olivella.
Germán Patiño (Cali, 1948 – 2015) tuvo una infancia y juventud signadas por el dolor, y otro habría sido su destino si uno de sus tíos, cónsul honorario de Brasil en la ciudad, casado con una pintora, no le hubiese enviado a Rio de Janeiro, donde hizo la primara en una escuela pública. De regreso en Colombia, sus acudientes lograron conseguir una plaza para la Escuela Naval Almirante Padilla, donde terminó como cadete el bachillerato, y con los pocos ahorros que tenía y su afición al vagabundaje y el baile, puso un bar de música caribeña en Cartagena de Negros. El trato con la miseria humana de esa capital de la esclavitud y la miseria le hizo un hombre astuto y erudito en la maldad humana. Un grupo de amigos ricos, estudiantes de la Universidad de los Andes, le llevaron a esa universidad en el momento mismo en que el Moir, que acababan de fundar en Medellín con su presencia, se hacía con el movimiento estudiantil de esa institución creada por Mario Laserna. Patiño, que vivía en las residencias estudiantiles, les puso el nombre de Torres de Pekín, al conjunto de edificios que albergaban a los muchachos de provincias y que la dirección universitaria terminó por cerrar. Expulsado de los Andes, en 1972 va como secretario regional del MOIR en el Atlántico y se establece en Barranquilla, para regresar a Cali en 1975, encargado de la jefatura en Valle y Cauca hasta mediados de los años noventa, cuando comparte con Darío Henao varios momentos de vivienda semiclandestina en los barrios Bretaña y San Antonio, donde se bañaron en las lecturas sectarias de Marx y Mao, acompasadas con extensas tenidas de alcohol con mulatas danzoneras en El Chorrito Musical del Barrio Obrero, un lupanar de marihuaneros y drogadictos donde nunca se les perdía la cartera.
Pero, como suele ocurrir con todos los oportunistas, al vislumbrar que por ese camino del izquierdismo no llegaría a ningún pereira, da la voltereta y se hace el Ghostwriter e ideólogo del político de derechas Germán Villegas [Alcalde, 1990-1992/Gobernador, 1995-1997/2001-2003/Senador, 2006-2014], que termina por nombrarle o hacerle nombrar durante casi veinte años como el determinador en los aparatos de propaganda del departamento del Valle, tanto desde la gobernación como de la alcaldía. “Lo importante –dijo entonces– es apoyar las causas justas y nobles de la humanidad, sin mirar desde qué lugar lo haces”.
Henao funda con él las revistas Metáfora y Pacífico Sur y le lleva como asesor del rector Ramos Calderón durante 5 años, cuando le gradúa de licenciado en Literatura a los 58 años. Épocas que hacen de Henao el todopoderoso de las comunicaciones de Univalle a través de La Palabra, la emisora y los programas de televisión, con emisiones radiales y televisas que superan las 500 emisiones.
La joya de su corona será el Festival de música, gastronomía y licores Petronio Alvarez, que en verdad fue en honor de sí mismo, a partir de un capítulo suelto de María de Isaacs, sobre la historia de amor de dos negros traídos de Gambia, Nay y Sinar, con el cual justifican, como arqueología, una nueva lucha de clase inventada por Patiño y Henao contra las clases dirigentes vallecaucanas, de que hay que dar poder a los negros desplazados a Cali, desde la costa del mar Pacífico, porque gracias al crecimiento de los cultivos ilícitos y la exportación de coca y marihuana, ya hay una elite económica y cultural que se expresa con música de marimba, violines, cununo, guasá y chirimías; con adulterio y concubinato como doña Flor y sus dos maridos; con las comidas, los licores, las religiones sincréticas de orixás, inquices, vodums y las tradiciones orales de los antepasados africanos, conformando un sentir que remite a Pere Goyo, Brujo Córdoba y Caballito Garcés, desembocando en la salsa mafiosa de Niche y Guayacán hasta el golpeteo hip hop de Choc Quib Town.
Quizás de lo que más presumía saber Patiño, en su combate contra la raza blanca y las clases “terratenientes” a las cuales combate con su libro Fogón de negros, sea la comida. So pretexto de hacer un ensayo sobre qué y cómo comen los personajes negros y blancos en María, hace una reivindicación del sufrimiento de los negros en el Valle del Cauca, en especial a las esclavas que fueron desplazadas a las cocinas de los terratenientes. Patiño descubre que el manjar blanco o arequipe se hacía antes como todavía lo prepara doña Cecilia Payan en Buga, porque no hay documento alguno que diga cómo se hacía antes; y nos informa que antes había división del trabajo en la Hacienda Esclavista porque eran los negros los que producían la leche y el melao y las negras las que batían con el mecedor la leche mientras los amos y las amas blancas supervisaban. Y horror de horrores: unos producen el manjar y los otros lo disfrutan.
Patiño descubre también cómo se hace el seviche, cómo es un aporte del África, cómo se hacen las chancacas, las marranitas de plátano pisao con chicharrón, que tanto daño hicieron a sus arterias de fumador. Que en María se come caimito, piña, coco, nísperos, guanábanas, chirimoyas, badeas, membrillos, chontaduros, de los cuales nos cuenta cómo se demora una negra cocinándolos para que se los coman los blancos, guayabas, guamas, granadillas, moras, ciruelas y una larga lista que terminaría por dar la vuelta al mundo. Todo esto, porque el genio de Patiño se dio cuenta, tarde, de que “una novela no es tan solo literatura, como el culto a María no es solo religión; ni una proclama electoral, únicamente política; o un edificio, exclusivamente arquitectura.” (p. 137).
En todas estas majaderías terminó el esfuerzo de Augusto Díaz Saldaña por hacer que en la Universidad del Valle se estudiara, como lo hacen en numerosas universidades norteamericanas y brasileñas, la enorme y definitiva influencia de la esclavitud de los negros en América. Henao, como su maestro, el fanático adorador de Cristina Fernández, Noé Jitrik, que escribió una historia peronista de la literatura argentina y odia a Jorge Isaacs, es un vulgar charlatán, que hace años fomentaba la literatura light y narca y ahora se dedica a celebrar a Zapata Olivella borrando, del mapa, al único y serio estudioso de su obra, el negro caucano, doctor de una universidad de verdad, la Complutense de Madrid, William Mina.
Como decía Mercedes Barcha, “esperemos a ver hasta dónde llega”.
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