Hay hechos que revelan que la China de hoy dominará buena parte de la escena global en el siglo XXI. No quiere ello decir que va a transformarse en la más grande potencia planetaria en lo económico, aunque no son ganas las que le faltan al mandatario Xi Jinping. Sus esfuerzos por abrazar la globalidad con éxito son de tal envergadura y tenacidad que seguirá estando presente en las primeras páginas de los periódicos.
Sin embargo, es el comportamiento del consumidor local el que está obligando a los actores no gubernamentales de los países grandes y menos grandes del planeta a mantener en el radar el desenvolvimiento del mercado chino para adecuar sus propias políticas y estrategias expansivas.
Los lazos del mundo exterior con los asiáticos se harán cada día más fuertes. Al menos en el sector empresarial transnacional eso es ya una realidad. Hay estudios que señalan que el perfil del consumidor chino citadino cada día converge más con el de otras ciudades en el mundo, lo que hasta hace poco era impensable por razones atribuibles a meros hábitos culturales.
Qué tal si les cuento, por ejemplo, que de acuerdo con un estudio de McKinsey and Co. la participación de China en el mercado de las 30 gaseosas más conocidas a escala mundial era, en 2017, de 31% frente a la norteamericana de 38%. Y ese no es el único terreno en el que las transnacionales instaladas en China les pisan los talones a las que están operando desde Estados Unidos. La misma investigación de esta consultora asevera que en el promedio de 10 sectores de consumo masivo China le lleva la delantera en penetración a sus contrapartes norteamericanos ya que su participación en las 30 principales marcas de todos los sectores es de 40% frente a 26% de los estadounidenses. Valdría la pena destacar que este posicionamiento incluye vestido y calzado, cuidado personal y cosmética, artefactos electrónicos y productos de limpieza para el hogar, salud, accesorios personales, juguetes y bebidas carbonatadas. Ya lo anterior es muy diciente, pero alarma aún más constatar que en los sectores de belleza y cuidado personal, la segunda potencia mundial duplica a la primera, mientras que en comida empacada los chinos cuadruplican a los norteamericanos.
Todo esto ha estado ocurriendo calladamente, al margen de las políticas gubernamentales de los dos lados y por fuera de la guerra no cruenta que es la comercial. Es que las transnacionales llevan años ya anticipándose al florecer de la potencia de Asia y aprovechando las ventajas para los inversionistas que ofrece un consumo que se exponencia y se sofistica a gran velocidad.
Lo anterior va unido a una actitud que viene desarrollándose a nivel del hombre de la calle, quien vive igualmente divorciado de las políticas públicas y del marcado protagonismo perseguido por la política externa de los gobernantes. Los chinos aspiran a mejores calidades de productos y de servicios que los que están a su alcance. En los últimos años se ha desatado una frenética búsqueda de ambos en mercados por fuera de sus fronteras. No solo los lugareños viajan más sino que, desde sus domicilios en China, son grandes actores del e-commerce transfronterizo. En dos años estas compras se duplicaron de 8.000 millones de dólares a 16.000 millones.
Más que las cantidades absolutas, es el curso expansivo del comercio digital el que los productores de bienes observan con deleite. Y ni hablar de los ofertantes de servicios de alta productividad del resto del mundo y de los países circunvecinos, quienes se frotan las manos ante el gigante que se despierta de un largo letargo.
La realidad es que sí. China va a dominar la escena global del siglo XXI. Será el consumidor de a pie quien dicte la pauta.
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