Estamos así porque en 1998 la mayoría eligió al desquiciado milico golpista, ruin, mediocre y resentido y delirante, que en mala hora sembró esta pesadilla coloreada de un rojo siniestro y alarmante, y para él organizan un concurso de cartas de amor. La brillante idea ha sido del «Instituto de Altos Estudios del Pensamiento de Hugo Chávez».
Quizá si hubieran empezado por crear el de “bajos estudios”, me hubiera animado a pergeñar una nota de naturaleza distinta.
Es preciso ser bien necio e inclemente para desconocer el hampa y el hambre; la tristeza y la desolación; la corrupción y el narcotráfico; las torturas y las muertes que describen el siniestro panorama del país venezolano, para ocurrírsele el rutilante concurso.
Así como he afirmado que solo tanatorios, morgues, antros de perdición, vertederos de basura, barrios peligrosos, bares de mala muerte, los más sórdidos lugares pueden y deben llamarse Hugo Chávez; no hospitales, ni calles ni avenidas, ni parques, ni escuelas, ni nada noble ni sublime ni edificante, ahora tampoco encuentro motivo para denominar un certamen de redacción de “cartas de amor” con su nombre.
Porque eso es el ch… abismo, proyecto macabro de aquel milico golpista que encarnó la suma de todos los defectos morales del venezolano. Esa cosa de nuevo cuño que ha pretendido eternizarse en el poder. La compra y venta de sueños y conciencias, el vulgar aprovechamiento del pobre, manipulación de sus miserias, la grotesca igualación hacia abajo.
De allí la imposibilidad, lo absurdo y detestable de escribir siquiera un telegrama monosilábico a un sujeto que causó tanto daño a Venezuela. Claro, no faltarán las epístolas de sus viudas que, adorando al muerto, pensarán que desde el más allá los iluminará con un dato de lotería o la cura de sus males.
El concurso de marras supera lo folklórico, ignorando lo que en realidad fue el ch… abismo, esa es otra metáfora de la pobreza. Así vemos hoy con tristeza cómo un miserable sigue convenciendo a un pueblo noble e inerme, escaso de talento para advertir la verdad.
¿Carta de amor a quien vive en cada andanza del hampa guapa y apoyada por la barbarie, en cada lágrima gasificada, en cada perdigonazo, en cada bala criminalmente disparada, en cada gota de sangre derramada por víctimas inocentes de la barbarie heredada?
¿Amorosa misiva a quien vive en cada viudez y en cada orfandad generada; en cada miseria humana, en cada pasaporte anulado, en cada negativa a entregártelo, en cada dificultad en obtenerlo, en cada cobro indebido por su expedición, en cada despedida de cualquier terminal del país?
¿Carta de amor a un sujeto cuya estampa se aparece en las vergonzosas bolsas o cajas CLAP; en las callejeras de basura, rotas y hurgadas por hambrientos; en cada panadería sin pan, en cada farmacia desabastecida?
Los mismos organizadores del concurso de amorosas cartas continuarán inventando golpes, invasiones y magnicidios; los mismos que pontificaban sobre la salud del enfermo terminal más sano del mundo.
Habrá quien le escriba sus letras al muerto que reunió en sí mismo la suma del poder público y pronto se convirtió en un enemigo declarado de los derechos humanos y criminalizó a sus defensores; judicializó la protesta social pacífica y persiguió penalmente a los disidentes políticos. Sí, el mismo sujeto tan grosero, que hasta sus apuros intestinales los describía en cadena nacional y en cadena nacional ofrecía “dar lo suyo” a su mujer de entonces.
Piden cartas de amor para un enemigo de la democracia que consiguió destruirla desde su interior, un pésimo administrador con suerte que desperdició una posibilidad inédita de desarrollar a Venezuela. Socialmente, un militarista desquiciado que quiso pergeñar un Estado policíaco en permanente paranoia.
Cartas de amor para quien, como bien dijo el doctor Agustín Laje: “acabó fragmentando a toda una sociedad que ahora, sin el muerto, como nunca fanatizada, espera por tiempos más violentos”.
Durante la democracia, como todo, con sus errores y virtudes, se vivía en Venezuela y funcionaba. Si bien había un desgaste de los partidos, el afán de poder y la intervención cubana en la mente de militares golpistas, con la complacencia de unos cuantos (o muchos funcionarios) permitió que estos se empoderaran y nos llevaran hasta este momento, al borde del abismo.
Quizá el ch… abismo –una perversión- haya influido en el ánimo de un pueblo desencantado con la vieja política. Un pueblo, manipulado por un mensaje populista (valga la redundancia) creyó en promesas de un milico golpista que ofreció acabar con todos los males, que según él y su alocado proyecto, había en nuestro país. Hubo errores y desaciertos, sí, pero el golpista los magnificó ofreciendo villas y castillos y eso caló en el ánimo del electorado.
He adversado al ch… abismo desde 1992 del siglo pasado. Militares a los cuarteles. Soy un convencido del poder civil ejercido por civiles. Su primer decreto –el del difunto– fue convocar a una constituyente, lo cual también caló, violando la Constitución venezolana de entonces (1961), la cual estaba blindada para los casos de sus reformas y enmiendas. La Corte Suprema de Justicia le brindó, en bandeja de plata, esa asamblea para que se cogiera el poder, con aquella peregrina tesis llamada “supraconstitucionalidad”.
Se trata de la loca persistencia esa que pretende borrar la civilidad para imponer el militarismo. No entienden que es y será imposible imponer la imagen de un caudillo sobre la idea de democracia y de régimen de libertades públicas.
El hombre moderado es el verdadero dueño de sí mismo y el más apto para evitar que las pasiones se impongan sobre la razón. No se requiere de mucho talento o filosofía para comprender cuando un hombre es falso o hipócrita. Escriba o no cartas de cualquier índole.
Venezuela, desgraciadamente, ha sabido desenmascarar a muchos de sus líderes que, infieles a sus promesas, solo han vivido su egoísmo.
Por cierto, hoy no hay nada ni nadie en nuestro país que merezca más cartas de amor que la propia Venezuela. Y más que eso, el cumplimiento de tantas promesas en el papel y en el tintero; la realización de los sueños prometidos y la anhelada libertad en un país con mejores condiciones de existencia.
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