A principios del año 2020, la enfermedad causada por el nuevo coronavirus (covid-19) comenzó a extenderse por toda China. El mundo en que vivimos cambió de la noche a la mañana como resultado de una pandemia sin precedentes que, como se ha comprobado en otras situaciones de alarma, no deja indiferente a la sociedad. Más allá de los riesgos médicos, su impacto psicológico y social parece indiscutible.
Sin ir más lejos, en la Comunidad Autónoma Vasca (CAV) el primer afectado fue detectado el 28 de febrero, y en marzo el número de casos ya se había disparado. Este rápido aumento de confirmaciones de casos (y fallecimientos) generó estrés, ansiedad y depresión. Las investigaciones que llegaron de China, primer país afectado, ya apuntaban a que el miedo a lo desconocido y la incertidumbre podían desembocar en problemas de salud mental, somatización y conductas como aumento de consumo de alcohol y tabaco.
Para comprobar hasta qué punto es así en España, dos equipos interdisciplinares de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) realizaron al principio de la pandemia un estudio con 976 personas de la Comunidad Autónoma Vasca (CAV). Los datos obtenidos mostraron que los niveles de estrés, ansiedad y depresión en la muestra recogida en la CAV fueron menores que los recogidos en el estudio realizado en China.
Además, los resultados evidenciaron, como era de esperar, que las personas que respondieron que padecían enfermedades crónicas acusaban también más estrés, ansiedad y depresión en comparación con las personas sanas. Asimismo, se halló que el estrés y la depresión aumentaban según avanzaba el tiempo de encierro, con mayor sintomatología en mujeres que en hombres.
Culpabilidad en la infancia
¿Qué han sentido los niños y las niñas en el confinamiento por el covid-19? Los estudios en el rango de edad entre 2 y 14 años de edad muestran cómo esta nueva realidad les afecta en los planos físico, emocional, social y académico. Concretamente, para valorarlo recopilamos las respuestas a preguntas cerradas y los dibujos de más de 1.000 menores.
Analizándolos concluimos que, sobre todo, los menores sienten miedo y culpabilidad al pensar que pueden infectar a sus abuelos/as. Y eso les genera conflictos sociales y emocionales. Paralelamente, se detecta una necesidad urgente de juntarse con los iguales y salir al exterior.
Parece importante, pues, que los gobiernos tengan en cuenta a los menores en la gestión de las políticas sociales e inclusivas para paliar los posibles efectos de la pandemia.
Jóvenes y adultos estresados
En nuestros estudios identificamos también niveles muy elevados de estrés, ansiedad y depresión en el grupo de edad entre 18 y 25 años de edad, por encima del rango de 26 a 60 años de dedad. Dado que la muestra más joven de este estudio eran mayoritariamente estudiantes, se podría explicar por el estrés añadido que han vivido los jóvenes estudiantes ante la necesidad de adaptarse al nuevo contexto educativo sin clases presenciales.
En este sentido, y aunque las instituciones educativas pusieron en marcha estrategias de formación online desde un primer momento, parece que no sirvió para tranquilizar a la juventud en estos momentos de incertidumbre. Por eso el equipo de investigadoras decidió realizar un estudio piloto para enseñar técnicas de relajación a los estudiantes para bajar sus niveles de ansiedad y evitar las altas tasas de abuso de psicofármacos que hay actualmente en España.
En esta misma línea, nuestro equipo de investigación publicó una guía de recomendaciones para el alumnado universitario.
¿Y qué hay de las personas mayores? Pese a que se han llevado la peor parte, por su vulnerabilidad al SARS-CoV-2, desde el punto de vista psicológico no han salido mal parados. Tanto los adultos jóvenes (18 a 30 años de edad) como los adultos de 31 a 59 años de edad tienen niveles más altos de estrés, ansiedad y depresión en comparación con las personas mayores (60 a 82 años). De hecho, en un estudio realizado con 260 personas mayores de 60 años, observamos que la mayoría de los participantes no mostraban estrés ni depresión, excepto los afectados por enfermedades crónicas, con mayor sintomatología psicológica.
El estrés de los trabajadores sanitarios
Nadie discute a estas alturas que los trabajadores sanitarios se han enfrentado a estresores laborales muy intensos, incluyendo jornadas laborales prolongadas, sobrecarga de trabajo, instrucciones y medidas de seguridad estrictas, necesidad permanente de concentración y vigilancia, escasez de equipamientos de protección y reducción del contacto social. Para colmo, se han visto obligados a realizar tareas para las que muchos no estaban preparados.
En uno de los estudios realizados en la Comunidad Autónoma Vasca y Navarra los resultados han demostrado que la pandemia de covid-19 ha generado entre el personal sanitario síntomas de estrés, ansiedad, depresión e insomnio. Con niveles especialmente altos entre las mujeres y profesionales de más edad. Variables como haber estado en contacto con el virus desencadenaron una mayor sintomatología.
A nuestro entender, merece la pena seguir identificando las necesidades psicológicas que puedan aparecer como consecuencia de la pandemia que estamos viviendo. Sobre todo para poder dar una respuesta eficiente y prevenir las diferentes consecuencias psicológicas que pueda traer la pandemia. Solo así estaremos preparados para hacer frente a las futuras amenazas epidemiológicas, incluidas sus consecuencias para la salud mental.
Naiara Ozamiz, Profesora adjunta en el Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Facultad de Educación, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea; Amaia Eiguren, Docente asociada del Departamento de Teoría e Historia de la Educación de la Facultad de Educación, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea; Iratxe Redondo Rodríguez, Profesora universitaria. Psicología del desarrollo, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea; Joana Jaureguizar Alboniga-Mayor, Profesora del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación, Facultad de Educación de Bilbao, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea; Maitane Picaza Gorrotxategi, Doctora en educación, Departamento de Didáctica y Organización Escolar, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea; María Dosil Santamaría, profesora laboral interina en el Departamento de Métodos de investigación y diagnóstico de educación, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea; Nahia Idoiaga Mondragon, Profesora del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Facultad de Educación de Bilbao, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea y Naiara Berasategui Sancho, Profesora en el Departamento de Didáctica y Organización escolar, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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