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Conspira, que algo acabas

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La conspiración parece ser un rasgo propio del ser humano. Para no arriesgarme a desvariar me remito al diccionario de nuestra lengua y allí se puede leer: “Dicho de varias personas: Unirse contra su superior o soberano. / Dicho de varias personas: Unirse contra un particular para hacerle daño. / Dicho de dos o más cosas: Concurrir a un mismo fin”. También explica el mataburros que como expresión en desuso se usaba para: “Convocar, llamar alguien en su favor”. Esto viene a confirmar mi afirmación inicial, porque aquel que no quiere ir contra el gobernante de turno, quiere ponerse de acuerdo con varios similares a sí mismo para ver cómo envainan a alguien, son muchos los que buscan un mismo fin, y, aunque en el idioma no hay retroactivos, igualmente sobran quienes llaman a sus prójimos a su favor.

Es pertinente señalar que la palabra se ha usado fundamentalmente para englobar todos aquellos actos y acciones que van en contra de liderazgos establecidos. Así hemos visto conjuras contra presidentes de bancos, o propietarios de empresas, o mandatarios de naciones y hasta contra compañeros de labores. Todavía se recuerda aquel yerno que sacó a su suegro del banco que su familia había manejado por largos años, o cómo aquel que entró como asistente administrativo terminó dueño de esa empresa, o aquellos comandantes que desalojaron al novelista de la Presidencia de la República, o aquellos que no han dudado de cualquier triquiñuela para hacer despedir a aquella persona que era un obstáculo para su ascenso en la compañía donde prestaban servicios. Ha habido, y hay, para todos los gustos.

Estos tejemanejes no son de nuevo cuño. En la Biblia, y pongo solo un ejemplo, en el libro de Samuel, quien fue un profeta hebreo, líder militar y último juez de Israel, se puede leer: “Y Absalón envió por Ahitofel gilonita, consejero de David, desde Gilo su ciudad, cuando ofrecía los sacrificios. Y la conspiración se hacía fuerte porque constantemente aumentaba la gente que seguía a Absalón”. Lo ya dicho, intrigas y complots no son nada nuevo bajo el sol, nada de exclusividades de nuevo milenio, nada de eso, que es un padecer tan viejo como la sarna. Otros modelos de conspiración también fueron al comienzo de nuestra era documentados por el bachiller Plutarco, el de Beocia, no crean que era un muchacho de Cabimas, quien narra en Vidas paralelas cómo fue el tinglado armado para acabar con Julio César; narración que el señor Shakespeare tomó luego para escribir su tragedia con nombre del ejecutado por los senadores romanos.

Como ya he dicho y reitero, las maquinaciones para lograr cuotas de poder son rasgos inherentes al ser humano. ¿Qué hacer con ello? ¿Cómo lidiar con esa expresión de nuestra vileza? Se supone que hemos ido, en cuanto seres pensantes, elaborando una serie de marcos éticos, otros le llaman morales, para evitar que nos despedacemos unos a otros. El resultado ha sido que terminamos siendo más sofisticados en lo que se refiere a las supuestas agudezas, que más tienen de retruécanos, con las que se justifican cualquier atrocidad que se cometa. Se somete un país entero a salvaje exterminio y se invoca la autodeterminación de los pueblos, con ello evitan que alguien ose intervenir a tratar de subsanar la situación; si alguien toma injerencia en dicho escenario se le cuelga de inmediato el mote de intervencionista, que es algo así como el máximo anatema con el que se puede descalificar a cualquier remedo del compañero de Sancho Panza.

Es una espiral de la que es mejor no ahondar en el plano político, donde parece ser como el grito de guerra de Buzz Lightyear, el personaje de Toy Story, quien solía anunciar: ¡Al infinito y más allá!  Es difícil, por no decir imposible, encontrar un miembro de dicha casta que se salve. Es un área de nuestro vivir donde parece que no hay evolución sino involución. El discurso de sus dirigentes se apoya en el grado de fanatismo que puede ser despertado en sus seguidores, nada de discusión para nutrirse y buscar el bien común, olvídense de continuidad administrativa o cosa alguna por el estilo. Lo único que importa es aniquilar al otro, no hay cupo para el disentimiento o la opinión crítica, el espacio para hacer propuestas que sean respaldadas por unos y otros no existe, hay un maniqueísmo rampante que lleva al cadalso de manera fulminante a todo aquel que no sea comparsa militante de cualquiera sea el asno que asuma las riendas.  Todos parecen ser parte de un escuadrón de demolición con el único objetivo de acabar con todo lo que se le ponga a mano.

¡Qué cuesta más empinada la que nos ha tocado!

 

© Alfredo Cedeño

http://textosyfotos.blogspot.com/

[email protected]

 

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