César Zumeta, escritor yaracuyano nacido en 1860, señaló a la venezolana como una “sociedad de cómplices” en tiempos de la tiranía de Juan Vicente Gómez. Sufrió persecución y exilio de sucesivos opresores criollos Guzmán Blanco, Joaquín Crespo y Cipriano Castro, aunque respaldó al tachirense cuando se produjo el asalto europeo a Venezuela. Pero criticarlo le costó su tercer exilio. Regresó y fue colaborador del benemérito hasta su muerte. Después se exilió voluntariamente en París, donde murió ya casi centenario. Curiosamente los restos mortales de este brillante ensayista fueron repatriados por Marcos Pérez Jiménez.
Dura descripción, fuerte crítica de aquella sociedad que —en 2020 parece continuar sin alteración, la similitud abruma— bajó la cabeza y soportó indiferente las barbaridades de los regímenes militarizados. Se refería a la mansa, a veces entusiasta aceptación de las sociedades a decisiones de los gobernantes, las cuales llegaban al punto de complicidad. Por miedo, quizás, pero complicidad al fin; y quien es cómplice se convierte en parte del delito debiendo asumir responsabilidad. No hay tiranos ni gobiernos malos sojuzgando a poblaciones débiles e inocentes, hay colectividades que se pliegan al poder por cobardía o conveniencia. Sean sociedades civiles, empresariales, religiosas, políticas, militares. Cualquiera puede hacer, decir lo que quiera, es libertad y democracia. Pero no es menos cierto que los ciudadanos están en el derecho de tomar posición sobre lo que dicen y hacen las instituciones representativas de la sociedad civil.
Afortunadamente una minoría de quienes las dirigen forma parte de la sociedad de cómplices, que a través de voceros calificados participan en comparsas, diálogos y negociaciones. Podrán decir “ellos no”, pero al final no hay secretos, todo se sabe. Reza el refranero popular: “la mentira tiene patas cortas”. La ciudadanía no debe cohonestar el despropósito con el silencio. Las instituciones pueden tener agenda, los ciudadanos, criticarla.
Es temática conflictiva, áspera, que al comentarla puede herir a conocidos y amigos, porque se sientan perjudicados directa o indirectamente, no por ello se debe silenciar la inquietud. Los que autoritarios asumen con mano de hierro el monopolio de la representación institucional, olvidan que se deben al ciudadano de base, de a pie, no siempre consultado, y cuando se hace como el 16J, se desestima y burla.
La más perversa de las complicidades es la moral, que renuncia a principios y valores, se resigna a la corrupción, desmanes, abusos y faltas a la ética, aún más, las aprovecha; los individuos y grupos sociales, se hacen la vista gorda, ven hacia otro lado, ante la deshonra de los integrantes favorecidos por los poderes obedeciendo sin chistar, pero en beneficio propio –sean favores políticos, sociales y frecuentemente económicos–.
Politiqueros traicionando ideologías y proceder han permitido –por no decir incentivado– la pérdida de nuestros valores y principios, una perversión que no ha sido exclusiva de ellos, también de mandos militares, y en general, del estrato socioeconómico venezolano.
Las instituciones que de verdad representan un conglomerado apolítico e imparcial deben ocuparse de reflexionar, estudiar, analizar nunca a propaganda parcial y de acuerdo con sus intereses. Preocupa y apena el ocaso de las instituciones, ya no ofrecen deliberación. No dirigen, sino que se dejan arrastrar; no modelan libertad, sino que su mayor aspiración es administrar servidumbre; y algunas actúan como mafias protegiendo a sus integrantes, hacen pactos entre ellos que benefician a las organizaciones, nunca a la ciudadanía.
Venezuela está obligada a limpiarse de esta inmundicia impuesta por bolichicos, boliburgueses, banqueros corrompidos, comerciantes especuladores, legitimadores de dinero, pranes, políticos corruptos, militares sin escrúpulos, narcotraficantes, todos causantes de la delincuencia y bandidaje.
Sin embargo, tranquiliza, contamos con una ciudadanía mayoritariamente íntegra, trabajadora; el desmoronamiento moral es minoría –aunque se perciba mayoría por su poder–, lo que hace pensar que sería fácil de cauterizar si se toman los correctivos necesarios, donde el amparo no sea el premio a la corrupción, picardía y delito. Por el contrario, lleve a los ciudadanos de cualquier nivel socioeconómico a no ejercer ni aceptar la complicidad, rechazar a los sinvergüenzas que pululan sin pudor ni recato, contaminando día a día, por su comportamiento e impunidad.
Desempeños, ni nuevos, o desconocidos, ciertamente ha empeorado la vergonzosa realidad de la sociedad de cómplices que rinden pleitesía a referentes que practican a sus anchas el negociado, robo y artimaña, abusando del poder que detentan y, con excepciones, no ganaron por cualidades ni mérito propio, sino por votos atraídos bajo engaño en despliegues de propaganda con base en conveniencias que, con manipulación, nos los expusieron como buenos sin revelar pactos turbios entre gallos y medianoche. De otra manera no es posible explicar presencias en el ámbito nacional de gobierno, instituciones y Asamblea Nacional.
Como señaláramos al principio, la mentira, fraude y doblez tienen patas cortas, por eso quienes las practican, parecen arrastrarse ante la inmensidad del gentilicio venezolano, creyente, practicante de la verdad, y siempre empeñado en que prevalezca, a pesar de los pesares.
@ArmandoMartini
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